Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Cualquier día nos iremos de esta ciudad, para esquivar la tristeza de sus calles. La culpa de nuestro exilio la tendrá el recuerdo de una madrugada vieja, que a veces sin fortuna, descubre nuestra memoria.
El vértice de la montaña será nuestro refugio y la quietud del páramo nos ayudará a encontrar el eco de las voces de los que nunca duermen.
Y siempre, nos acordaremos de nuestra juventud, cuando dormíamos al contraluz de la ventana para ver como las siluetas de los que amamos se perdían a la vez que sangraba la luna.
Así pues, si decides irte y descubrir la montaña, guíate por las veredas que trazan las nubes.
En la cima, verás un árbol viejo, no tengas miedo, acuérdate que lo viejo se convierte en eterno. Pregunta en voz alta, donde se esconde el viento y elige en la encrucijada de la nava el camino adonde miran los luceros que encienden la noche.
Nunca abandones el sendero, ni cuentes las horas. La lluvia borrará tus huellas, para que nadie pueda encontrarte. Disfruta de la luz perfecta que te envuelve, es el faro que te guiará hacía la morada del buen Dios.
Desde arriba, tu posición privilegiada, te descubrirá el río, en el que te bañabas desnuda, escoltada por la bruma divina.
Amanecerás en paz, con las mañanas frías pero hermosas y con las flores de los árboles dibujando cuadros que nunca el mejor de los pintores sabrá traspasar al vacío de su lienzo.
Tu camino, libre de semáforos, solo interrumpido por el último suspiro de la aurora.
Y mientras, Yo, en el apartamento, recordando la primera vez que vi tus senos rosados, con una copa de vino en las manos, siendo capaz de soportar tu ausencia.
Hasta que llegue el momento de mi partida y con un largo silencio irè hacía donde tú estés.
Mi camino será callado, entre lo verde y lo eterno, discurrirá. Miraré la nieve de la montaña, para no caer al abismo de la melancolía y no volver atrás, a la ciudad que tanto amo. Ese silencio, tan raro, me hará dudar, pero lo combatiré pronunciando tu nombre.
Estoy llegando, amor mío, pronto enciende una hoguera, la estrella norteña se apaga y no quiero perderme.
Por fin, huiremos de los protocolos, seremos libres para retornar al lugar del primer poema.
No tardes, se oculta la luz.