Sin duda la coyuntura provocada por esta pandemia exigía una contundente respuesta de las autoridades monetarias en forma de estímulos de todo tipo. El deterioro de la actividad económica alcanzó niveles sin precedentes, generando una disrupción profunda en las economías mundiales. La mayoría de ellas registraron intensos retrocesos de su PIB, y una conmoción profunda del estado de su situación financiera. Así, en el caso de España, la Deuda Pública experimentó un aumento del 24.4% , ya que se situó en el 120% del PIB en 2020, cuando en 2019 era el 95,5%. Igualmente el déficit fiscal sufrió un notable incremento hasta situarse en el 11%, desvíos que suponen un intenso distanciamiento de los objetivos de convergencia propuestos por Bruselas, aunque esas desviaciones, en menor medida, ya se registraban antes del inicio de esta nueva crisis.
La réplica de los Bancos Centrales y Organismos Económicos Internacionales ha sido de una contundencia sin precedentes. En conjunto los principales bancos centrales han activado medidas, inéditas por su especial magnitud, con el objetivo de inundar de liquidez los mercados, mediante diversos programas de recompras de deuda y bonos, ayudas directas y otros incentivos. Para mayor abundamiento, aparte de las cuantiosas intervenciones de los Bancos Centrales, de los fondos Next Generation en conjunto 750.000 millones de euros, la última asignación del FMI ha supuesto un montante de 650.000 millones de dólares en Derechos Especiales de Giro, cuya distribución se efectuará entre los 190 países adheridos a este organismo en la proporción de participación de cada uno, y en este aspecto a España, que tiene una cuota del 2%, le corresponderán 13.000 millones.
Sin embargo, una vez que los índices de las variables más determinantes están evidenciando una recuperación de los niveles previos al comienzo de la pandemia, incluso más rápida de lo previsto, que el nivel de empleo se acerca al objetivo deseado, y que todo parece indicar que estos avances no son sólo rebotes coyunturales, sino que hemos entrado en una nueva fase de crecimiento estructural, los Bancos Centrales están obligados a determinar si ha llegado el momento de ir recogiendo velas de forma progresiva para volver a la ortodoxia necesaria y a recobrar el control de las cuentas públicas. La cuestión a plantear es no sólo el momento de esa regresión sino, lo que es tan importante, el ritmo de este repliegue, ya que una precipitación en la corrección de los estímulos podría suponer una recaída del grado de deterioro que hemos sufrido.
Por otro lado la aparición de un invitado indeseado, en forma de amenaza de una etapa inflacionista prolongada, aunque la mayoría considera que el repunte es coyuntural, puede acentuar una aceleración de la reducción de los estímulos pero, al mismo tiempo, como hemos indicado, producir efectos indeseados para reafirmar los indicadores que parecen señalar la recuperación de la actividad económica porque, ya no es sólo que el precio de la electricidad o los combustibles suban, sino que se extienda a la cadena alimentaria y a los servicios y obligue a considerar subidas salariales generalizadas.
Parece evidente por tanto, que el ritmo de repliegue deberá acompasarse a la valoración que las instituciones y los marcadores de la evolución de las variables más determinantes, al menos estas han sido las señales que se han emitido tanto en la reunión de Jackson Hole, donde el mundo económico ha tratado de diseñar una senda de actuación futura en la política monetaria de los Banco Centrales, como en la última celebrada por el BCE. Sin embargo, partiendo de situaciones conflictivas de igual índole y calibre, no parece que la situación de EEUU y la UE permita una actuación próxima similar ya que, aunque las enmiendas deben ser de la misma naturaleza, será el ritmo de la implementación de los nuevos criterios monetarios el que marque las diferencias de actuación entre una y otra administración, y todo porque la recuperación en la Zona Euro es dispar y la recuperación del empleo, como así mismo el ritmo de incremento inflacionario, también es diferente. Una cuestión que concita la máxima atención popular parece estar clara y es que los tipos de interés, por ahora, no se verán alterados, al menos hasta finales de 2022 o principios del año siguiente.