Por IGNACIO VILLAR MOLINA / El Banco Central Europeo recuerda con cierta frecuencia que el objetivo básico de su cometido es la estabilidad de los precios para que nuestro dinero conserve su valor en el tiempo. A tal efecto vigila que los precios de consumo no suban de forma significativa, general y continuada (inflación), ni registren descensos abruptos y persistentes (deflación). Para lograr este objetivo, como hemos señalado, es prioritario que base sus decisiones en estrategias de política monetaria, expansivas o restrictivas, según la coyuntura, aplicando los instrumentos monetarios convencionales (cantidad de dinero en circulación, tipos de interés, o previsión de liquidez), o no convencionales (compra de activos financieros públicos y privados, o facilidades especiales de crédito), que controla a través de las operaciones de mercado dirigidas a regular la liquidez del mercado, influyendo en las condiciones financieras para conseguir la estabilidad de los precios.
Sin perjuicio de este objetivo, el BCE apoya las políticas económicas generales de la Unión Europea respecto a sus países miembros, con el fin de contribuir al crecimiento equilibrado de la actividad económica, a una economía de mercado altamente competitiva, al fomento del pleno empleo, y al progreso social.
A lo largo dl tiempo se ha evidenciado que una inflación moderada, siempre que se mantenga dentro de una banda de fluctuación adecuada, es necesaria para posibilitar el desarrollo y el bienestar económico, ayudar a reducir el apalancamiento financiero público y privado, e incrementar los ingresos. Más específicamente, la estabilidad de los precios está concretada como un “incremento interanual del 2% del IAPC (Indice Armonizado de Precios al Consumo), para el área del euro, que debe mantenerse en el medio plazo; así la estabilidad es el anverso de la moneda cuyo reverso es la inflación”.
Entre otras razones que subraya el BCE para admitir y considerar necesaria para la economía una inflación del 2% señala: el riesgo de distorsión del sistema de precios, riesgo de pérdida de capacidad competitiva en los mercados internacionales, riesgo de pérdida del poder adquisitivo que conllevaría la necesidad de una indexación generalizada de los salarios a la inflación, que agravaría más el problema, ya que originaría una espiral inflacionaria.
El rally alcista de la inflación obligó a los bancos centrales a aplicar medidas monetarias contundentes y adecuadas para frenar esta escalada de los precios de tal forma que, tanto el BCE (Banco Central Europeo) como la Reserva Federal de EE.UU, actuaron incrementando los tipos oficiales en sucesivas oleadas para situarlos en el 4.50% en el caso del primero, y en un rango del 5.25% al 5.50%, en el del segundo. Alzas que, junto a otros instrumentos de política monetaria aplicados, han conseguido rebajar la inflación al 2.50% y al 3.25%, respectivamente, según los últimos datos publicados.
Por tanto, todo parece indicar que hemos entrado en una nueva etapa que demanda a los bancos centrales a actuar en consonancia, y adaptar los tipos oficiales a la nueva coyuntura de la actividad económica. Sin embargo el debate a corto plazo se centra en concretar cuál debe ser el momento apropiado y el ritmo adecuado para implementar esas medidas dado el alto grado de incertidumbre que genera la situación geopolítica mundial, y, concretamente a una posible escalada de las tensiones en los conflictos bélicos en curso, aunque, por el momento, tanto la institución bancaria europea como la estadounidense, una vez retomadas las bridas del desbocado caballo de la inflación, parecen minimizar este riesgo y optan por centrar su atención en la necesidad perentoria que existe de rebajar tipos para frenar la ralentización de la actividad económica que ya se deja notar claramente en países importantes como Alemania y, en menor medida, en Francia, aunque las informaciones más recientes diseñan una mejoría de la mano del sector servicios.
Según Piero Cingari en Euronews, “la economía de la UE entró en 2024 con escaso impulso ya que ha situado sus previsiones de crecimiento en el 0,9% para la UE, y en el 0.8% para la eurozona, después de evitar “por los pelos” la recesión en 2023, si bien se espera un resurgimiento gradual de la actividad económica para la segunda mitad del año, impulsada por la disminución de las presiones inflacionistas, el aumento previsto de los salarios y la solidez del mercado laboral que estimulará el gasto de los consumidores”. Aunque, en mi opinión, para que se puedan conseguir estas mínimas previsiones, será necesario que se aclare definitivamente el deteriorado escenario geopolítico, y que, como he señalado en repetidas ocasiones, se confirme la positiva evolución de la inflación, de la actividad económica, y el comportamiento de los salarios, la productividad, y el mercado laboral, para concretar la nueva andadura de los tipos de interés.
En cualquier caso, estando claro que ambas instituciones asumen sin dudas una política monetaria más relajada, especialmente en cuanto concierne a los tipos de interés, aunque se impone la tesis de ir suavizando el nivel actual con recortes pequeños y graduales, la cuestión puede centrarse ahora en considerar si es necesario que exista una concurrencia entre el BCE y la Reserva Federal para ir de la mano en esta nueva andadura de acomodación de los tipos de interés. En este sentido, si nos atenemos a la situación actual de ambas economías, no parece aconsejable esperar una confluencia entre las dos instituciones. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, ha enfatizado recientemente: “el BCE actúa de forma independiente y haremos lo que tengamos que hacer cuando tengamos que hacerlo”. En principio la inflación de los países de la moneda única se situó en el 2.4 % en Marzo, y las previsiones apuntan a que finalizará el año en el 2.3%; no es tan favorable la posición de esta variable en Estados Unidos ya que en Marzo, lejos de reducirse, repuntó hasta situarse en el 3.5%, lo que denota una economía todavía recalentada, con una acusada rigidez del mercado laboral que necesita demorar medidas de alivio monetario.
Por otro lado, no está exenta de otros riesgos la discordancia en la bajada de los tipos ya que la resistencia a bajar de los precios en EE.UU, puede impulsar una apreciación del dólar con respecto al Euro, lo que tendría efectos indeseados para la economía de la Eurozona, y más concretamente para empresas y hogares en un momento que aún no se han despejado totalmente las tensiones inflacionistas, especialmente porque la amenaza de un repunte de los conflictos bélicos incidiría en los costes de la cesta energética, petróleo y gas, que se pagan en dólares, lo que vendría a complicar seriamente el próximo recorrido de los tipos de interés.
En cualquier caso, no podemos olvidar el efecto pernicioso que esta etapa inflacionaria de 14 meses ha tenido, hasta ahora, para los hogares y empresas ya que su factura financiera en 2023, según el Banco de España, ha alcanzado casi 35.000 millones de euros en intereses más que en el año anterior, según el Banco de España, 11.000 para los hogares y 24.000 para las empresas. Por tanto no resulta nada casual que, tanto hogares y empresas, saluden el comienzo de una esta próxima nueva etapa de relajación de las condiciones financieras de los tipos de interés.
IGNACIO VILLAR MOLINA, SOCIO DE SECOT JAEN. ECONOMISTA