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Por Antonio de la Torre Olid /

Tiempo de verano, aunque alguna tarde de tormenta no lo parezca. Ojalá tuviéramos un período de cierta tregua, provocado por eso que nos explican los meteorólogos, cuando nos dicen que por unos meses se ha implantado La Niña, ese fenómeno tan complejo -como muchas cosas tan insólitas de este mundo-, por el cual, nada menos que determinados vientos alisios que se producen desde el Pacífico hacia acá, pueden enfriar la temperatura del agua de nuestros mares más cercanos. No caerá la breva de que tenga muchos efectos.

Tiempo de verano para desdramatizar, bajar tanta hiperventilación y prodigarnos en caminatas o en rutas en bicicleta. Más tiempo para estar en contacto con la naturaleza, e incluso quien lo desee, no para abrazar farolas –que ya se ve que hay muchos que lo hacen todo el año-; sino hasta para aprovechar el estío para abrazar a los árboles, que parece tener muchos beneficios, nos reconcilia y pacífica, según propone Sarah Ivens en su Terapia del bosque.

Más horas disponibles pues para hacer una ruta por Los Cañones, cruzarnos con caminantes junto al sendero del río Borosa o por las vías verdes del Guadalimar, del Segura o del Aceite. En esta última además, no son pocos los que hacen una parada de higos a brevas para repostar con esos frutos.

Y también las bicicletas son para el verano, para subir entre pinares al Aznaitín, a La Grana, a Güéjar Sierra por Canales, a Quéntar o a la base aérea del Conjuro; o con más ambición ya entre montañas calvas y tórridas, a La Pandera o de Pradollano hacia arriba.

Pero entre todos los caminos es mítico el de Santiago, para el que podemos tener mera motivación ociosa o en otro caso religiosa. Aunque respecto a esta última, no perdamos de vista tanta argumentación histórica, que nos dice que no surgió más que como alternativa peregrina a tanta atracción como la que tenía Roma. En el caso ibérico dicen, se pergeña a raíz de una leyenda propiciada por el Beato de Liébana, que desde los montes cántabros alumbrara la tumba gallega a donde llegaría el apóstol.

Pero a lo que vamos es a que, en el trayecto hacia Compostela y con el ultreia, es famoso que quienes se cruzan o adelantan entonen el Buen camino. Y es curioso que cuando trotamos más al sur, nos pueda llamar la atención que el gesto del saludo sea más desigual o no exista. Lo cierto es que el Camino de Santiago dio lugar a una tradición fraternal, donde además abundaban los hospitaleros, o habitantes en lugares del trayecto que ayudaban de forma altruista al caminante. De los más singulares, los hubo en el ascenso, en el descenso y en la mítica cima de O Cebreiro, en la frontera entre León y Galicia, donde además se encontraba el precursor de las famosas flechas amarillas.

Y también a lo que vamos es a sostener una posible tesis, que tiene mucho de antropológica. Por estos lares del sur, a pie o en bicicleta, si no deseamos buen camino ¿es que somos menos educados? Sí que se exclama un saludo en ocasiones, y pudiera ser que eso ocurra más bien cuanto más lejos nos encontremos de un caso urbano, o hayamos subido a más altura. Nos encontramos entonces ante un reconocimiento del esfuerzo del otro. Una interpretación más interesada, humorística, aunque menos verosímil, podría llevarnos a pensar que se trata de un gesto egoísta, al pensar: voy a saludar, que con lo lejos que nos encontramos del próximo pueblo, pudiera tener que pedirle a este que me eche una mano. Pero no, a diferencia del código de circulación, que castiga a quien no auxilia en carretera, preguntar conforme se camina o se va en bicicleta y se ve a alguien detenido si le ocurre algo, es un gesto de compañerismo, solidaridad humana y dice algo de cómo nos comportamos en situaciones más atípicas.

Todo lo dicho no tiene para nada que ver con la proliferación de tantas pruebas ultras, quebrantahuesos, 101 kilómetros, ochomiles… Este fin de semana empieza el Tour de Francia, cuyos trazados, especialmente en las metas, parecen estar concebidos para propiciar la extenuación o el morboso espectáculo de una caída masiva. Una prueba plagada de historias oscuras, a causa del dopaje, muy lejanas a la épica que contaba Carlos Arribas en Locos por el Tour.

Mejor volvamos a la anterior filosofía del caminante y del cicloturista, que a buen seguro pasarán estos primeros días de julio dando la típica cabezá en su sofá ante el televisor, mientras la grande boucle ultima sus kilómetros finales.

Es el mismo sentir del paisano Emilio Arjonilla, que desde una de sus subidas a tantas montañas, escribió un post con una fotografía, en el que decía que prefería contemplar ese paisaje a estar en una fiesta. Aunque para gustos colores, pues hay más formas de divertirse en verano, entre otras asistiendo a tantos conciertos estivales –como los de Jaén en Julio-. A buen seguro lleva razón Sitoh Ortega, cuando se preguntaba sanamente en otro post “¿Se acabó la fiesta. Eso qué es?”, a lo que un amigo le contestaba con mucho sentido común, que nadie que diga eso podría caerle bien.

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