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Por IGNACIO VILLAR MOLINA / Una vez que la aventura de emprender se instala en nuestro cerebro surgen multitud de dudas sobre si nuestras capacidades, tanto competitivas, como emocionales  y financieras, son suficientes para abordar este reto. No cabe duda que llegar a la decisión final exige un proceso reflexivo que comprende una convicción emocional basada en la confianza y seguridad personal, una alta capacidad de liderazgo, una elevada dosis de creatividad, y otras de carácter complementario inherentes al proyecto, pero no menos importantes, como diseño de la oferta y tipo de productos, estudio de mercados y características de la clientela, diferenciación exclusiva con respecto a la competencia, planificación financiera del proyecto y de las posteriores fases del negocio…

No parece que esa inquietud emprendedora esté muy extendida entre los españoles. La encuesta anual sobre emprendimiento en España, elaborada por el programa eResidency, revela que solo el 24.1% consideran la opción de emprender como opción primaria, y, de este grupo, solo el 31% habría ya puesto en marcha su propio negocio, mientras que el 69% estaban en la fase de finalización o tramitación de los trámites y estudios previos para iniciar la actividad. Por otra parte, otro sondeo de Educa y F. Axa, realizado recientemente sobre radiografía de la Universidad Española sobre liderazgo emprendedor e innovador, señala que sólo el 18.8% se planteaban iniciar esa andadura, mientras que el 3.4% se decantaban por ser autónomos.

De otro lado, según un estudio realizado por Global Entrepreneurship Monitor, un 48% de los emprendedores admiten tener miedo al fracaso. Esto es debido, según el observatorio del emprendedor de España, a que el 65% de los involucrados en el proceso lo hacen sin percibir oportunidades claras de negocio, quizás debido, entre otras razones, a la sensación de desconocimiento de los condicionantes con que tienen que lidiar frecuentemente, y a la falta de experiencia, especialmente de forma más notable en aquellos países donde se penalizan las experiencias emprendedoras no fructíferas en vez de verlas como un aprendizaje y una muestra de la capacidad de esfuerzo de quien decide lanzarse para materializar su idea de negocio en un proyecto real. Todo ello aumentado por la inseguridad financiera que muchos emprendedores deben encarar, tanto en los albores de la puesta en marcha, como posteriormente en el transcurso de la travesía del negocio si se producen posibles pérdidas imposibles de cubrir por la falta de recursos.

Para evitar algunas de estas inclemencias es necesario adicionar al proceso global de estudio del proyecto la ayuda y la tutela de profesionales que con un amplio bagaje de conocimientos y experiencias puedan asesorar para dar solidez al proyecto y solventar dudas y trámites de cualquier índole. Es importante, por tanto, conceder un valor esencial a la experiencia.  

Una de la acepciones con que la Real Academia de la Lengua define la experiencia es “la práctica prolongada que proporciona conocimiento o habilidad para desarrollar una actividad…”, definición que permite extender sus efectos a la influencia que esta característica tiene en nuestra habitual y continua toma de decisiones. Por lógica el hecho de haber enfrentado situaciones en cualquier rama donde hayamos desarrollado nuestra competencia profesional, depara una perspectiva más amplia para aplicar soluciones con mayor posibilidad de éxito.

Sin embargo, es la falta de experiencia al acabar el periodo del ciclo universitario un factor habitual y normal que dificulta en numerosos casos el acceso a un puesto de trabajo, y, en similar forma esa ausencia constituye precisamente una de las características, entre otras, que incrementa la incertidumbre y el temor al fracaso de los emprendedores.

Resulta por tanto imprescindible poner en valor la trascendencia de la experiencia. A tal efecto reproduzco partes de un artículo incluido en la NEWSLETTER de SECOT (Senior Españoles para la Cooperación Técnica, formada por voluntarios seniors, profesionales y empresarios jubilados, SIN ÁNIMO DE LUCRO, unidos por el deseo de compartir experiencias y conocimientos en gestión empresarial con aquellos emprendedores que lo deseen) en su edición de septiembre de 2024, relativo al “Liderazgo en la Madurez: el valor de la experiencia”.  “En un entorno donde la juventud y la innovación suelen dominar la conversación, es esencial recordar la inmensa riqueza que la experiencia puede aportar al liderazgo…La experiencia acumulada a lo largo de décadas de trabajo y las múltiples relaciones construidas permiten a los líderes maduros tomar las decisiones más informadas y estratégicas…Además su capacidad para mentorizar y ofrecer coaching a las nuevas generaciones es un valor incalculable. En este sentido la labor altruista de SECOT es una ejemplo claro de cómo el  liderazgo en la madurez no solo fortalece el tejido empresarial sino que también contribuye al bienestar social. Los líderes maduros también destacan por su adaptabilidad y mentalidad abierta, su inteligencia emocional y capacidad para gestionar equipos con empatía y escucha activa creando entornos de trabajo productivos y saludables. Aprovechar la riqueza de la experiencia y mantener una mentalización del aprendizaje continuo permite a los líderes maduros seguir teniendo un impacto significativo. JAÉN es una de las 23 delegaciones de SECOT  que existen en España, en la que militan 40 asociados, entre voluntarios jubilados asociados que han desarrollado su vida profesional en diferentes ramas de la actividad económica y empresarial, y profesores de la Universidad de Jaén en activo.  

En definitiva, es necesario fomentar y apoyar el emprendimiento como motor de crecimiento de la actividad económica, y como enfatiza el Profesor Alexander S. Critikos, adscrito a la Universidad de Postdam, “los emprendedores constituyen una rara especie incluso en las economías más desarrolladas impulsadas por la innovación. En su opinión, solo entre el 1% y el 2% de la fuerza laboral crea una empresa en un año determinado. Sin embargo los emprendedores, y en particular los innovadores, son vitales para la competitividad de la economía. Los emprendedores pueden ser el motor que brinden nuevas oportunidades laborales a corto y largo plazo. Sin embargo, como hemos señalado, sólo unas pocas personas tienen el impulso necesario para convertirse en emprendedores. En este aspecto es esencial que los estados deban facilitar espacios, ayudas y oportunidades para fomentar el espíritu emprendedor para coadyuvar a mantener la actividad y  la competitividad económica”.

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