Por JAVIER LÓPEZ LÓPEZ // Un mono con una pistola es menos peligroso que un tonto con un lápiz porque el mono, si estudia, deviene en sapiens, mientras que el tonto, si escribe, redacta una ley de educación que sitúa el Big bang de la historia de España en 1812, se supone que con las Cortes de Cádiz en el papel de onda gravitacional y la monarquía absoluta en el de agujero negro. Del que un siglo después surge Franco, que es lo que importa hacer entender a los educandos.
Para la progresía Franco no es una obsesión, es una nómina. Por eso, por los trienios, apuesta por renovar la clientela electoral desde la escuela mediante el escamoteo a los alumnos del estudio de períodos más fértiles que los siglos XIX y XX. Tiene lógica: con la ocultación del reinado de los Reyes Católicos el laicismo prevalecerá sobre el cardenal Cisneros. Y sin el análisis de la conquista de América la pérdida de Cuba difuminará la idea de España.
La ley uniformará las mentes de los bachilleres. No siempre ha sido así: como de adolescente yo era más de izquierdas que una subvención las tuve tiesas con un compañero facha en plena clase de historia ante la mirada complaciente de un profesor que, como casi todos entonces, daba el perfil para protagonizar El club de los poetas muertos. Él era de Carlos V y yo de los comuneros. Si no llegamos a las manos es porque habíamos estudiado la Ilustración.