Desde el último tercio del siglo XIX el petróleo es la fuente de energía que modeló nuestra civilización transformando las ideas sobre economía, desarrollo social e innovación tecnológica, y abrió las posibilidades de crear mejores condiciones de vida. Hoy la actividad económica del mundo se sustenta en el petróleo, siendo la fuente imprescindible de la que depende más del 40% de las necesidades energéticas mundiales.
Sin embargo su precio ha estado marcado por la volatilidad constante como una de sus más destacadas características intrínsecas en la historia reciente de la comercialización de este producto. Su importancia estratégica le convierte en “moneda de cambio” de presiones políticas y económicas de primera magnitud. Así desde que el precio del barril Brent se situó en 2001 en 24,50 dólares ha fluctuado al alza o a la baja constantemente.
Resulta obvio, por tanto, deducir que estas oscilaciones generan efectos opuestos que pueden suponer impulsos u obstáculos para el crecimiento económico mundial, alteraciones que tienen una singular trascendencia según el grado de dependencia de cada país respecto a la utilización del petróleo. Si analizamos la historia más reciente de esas fluctuaciones de precios, podemos comprobar cómo en junio de 2014 el precio del barril cotizaba a 115 dólares, su máximo de ese año, sin embargo, a partir de esa fecha, diversas circunstancias de tipo político y económico, tales como el exceso de oferta en una dudosa coyuntura económica mundial, las incertidumbres políticas de Oriente Medio, y el incremento de los recursos de EE UU auspiciada por el fracking, provocaron un descenso progresivo marcando en agosto de 2016 los 48 dólares.
Sin embargo la paulatina mejora de la actividad económica mundial, que se van intensificando en las grandes áreas económicas mundiales, como EE UU, China y, de forma más tenue, en la UE, unido a la incertidumbre política provocada por la retirada de EE UU del apoyo a Irán sobre su acuerdo nuclear, han impulsado de nuevo su precio en las últimas semanas al entorno de los 75 dólares, cifra que supone una escalada del 54% de incremento del precio en los últimos doce meses y que, sin lugar a dudas proyectará un impacto negativo sobre la actividad económica de cada país.
Si nos referimos concretamente a España, ese efecto negativo supondrá como primeras consecuencias, según los analistas, un deslizamiento a la baja de siete décimas sobre las previsiones de crecimiento del PIB que recogen los Presupuestos Generales del Estado para el año en curso; 155.000 empleos menos y un desembolso de 8.000 millones de euros más por el encarecimiento del precio si tenemos en cuenta que cada dólar de subida incrementa 350 millones la factura petrolífera. Así mismo, no podemos olvidar la posibilidad de que en un futuro muy cercano los tipos de interés inicien su anunciada escalada aunque, en este caso, debería suponer una revalorización del euro que ayudaría a compensar la carestía del petróleo. Todo ello, por otro lado, teniendo en cuenta su incidencia en las importaciones, los costes laborales, la inflación y demás variables económicas.
Finalmente, las derivaciones para el bolsillo de los consumidores son, obviamente, un tanto indeseadas ya que supondrá un mayor desembolso al repostar gasolina, y, sobre todo, si el alza de precios confluye con la progresiva subida de los tipos de interés.