El futuro del olivar hay que ganárselo. Y esto sólo ocurre si cada día somos más profesionales. El hecho de que una importante parte de nuestro olivar dependa sólo y exclusivamente de la subvención para ser rentable (así lo avalan estudios en los que se indica que más del 95% de las explotaciones jienenses darían pérdidas económicas a precios medios si no fuese por las ayudas europeas) siempre estará gravitando sobre nuestra cabeza y nuestra economía. Una losa que hace que nuestro cultivo y nuestros olivareros dependan, hoy y en un futuro, de las decisiones políticas de las diferentes administraciones, pero sobre todo, de las medidas que la UE adopte en uno o en otro momento.
¿Es esta situación inamovible? ¿Estamos condenados a jugárnosla en cada negociación de la PAC para que las subvenciones sigan manteniendo nuestra renta agraria? No quiero decir con esto que no queramos el dinero de Europa. Que nadie me malinterprete. Desde ASAJA-Jaén vamos a seguir luchando para que se mantengan las partidas económicas que vienen de la UE. Sin embargo, estas ayudas deben ser sólo eso, ayudas, jamás la base de nuestra economía agraria.
El futuro hay que trabajárselo. Hay que buscarlo. Hay que ganárselo. Y en este camino hacia el futuro del cultivo podemos encontrarnos con dos tendencias muy diferentes entre sí, quizá contradictorias o quizá complementarias, que pueden marcar la senda que cada agricultor escoja.
Por un lado, nos encontramos con el olivar inmovilista. Lo caracteriza la tendencia a intentar seguir “como siempre”. Es un olivar de subsistencia que sobrevive a través de subvenciones y en el que las ayudas PAC, por ecología, medioambiente, etcétera, son el colchón cuando la cosecha aporta más gastos que beneficios. Es rentable porque hay ayudas. No se mueve porque hay subvención. No invierte demasiado y está a expensas de los caprichosos precios, siempre marcados por las disponibilidades de aceite, y de las decisiones políticas.
El segundo olivar busca la rentabilidad con o sin ayudas. Se trata de una tendencia imperante fuera de nuestra provincia, basada en cultivos competitivos (probablemente intensivos o superintensivos) y en la agricultura de precisión. Es una agricultura respetuosa con el medio ambiente, que invierte en tecnología, en maquinaria… Todo con el fin de producir bien y barato y a un máximo de eficiencia. Para este olivar, las ayudas son un complemento, no una base. Las oscilaciones de precios merman los beneficios, pero incluso en años de precios bajos, las explotaciones siguen siendo rentables.
El olivar español, y especialmente el de Jaén, tendrá que orientarse por una de las dos opciones, que se podrían resumir en un olivar rentable políticamente o un olivar rentable empresarialmente. La partida económica a nivel mundial está clara quién la va a ganar: el competitivo, el intensivo, el productivo y económicamente rentable a precios razonables y de grandes producciones.
¿Se necesitan aclaraciones para esta afirmación? Hablemos de nuestro olivar tipo 1, el inamovible, el sujeto a las ayudas. Un olivar siempre dependiente de la coyuntura política, de las decisiones europeas, de un vaivén de circunstancias que afectan directamente al presupuesto de la UE para políticas agrarias (Brexit, crisis migratorias…). Este olivar apuesta por la ecología, por el medioambiente, por la preservación de lo natural. De hecho, la tendencia que prima actualmente en Europa a la hora de repartir los fondos económicos destinados a políticas agrarias (PAC, Segundo Pilar…) también va en esa línea: en la vertiente ecológica y proteccionista con el medioambiente. Pero es que el olivar ya es de por sí un cultivo que protege el medioambiente, que es sumidero de CO2 y que hoy en día es el mayor bosque humanizado del planeta. Según los últimos estudios, por cada diez kilos de aceite producido con las prácticas adecuadas se fijan 10 kilos de CO2 en la atmósfera. El olivar es por tanto un cultivo imprescindible para luchar contra el cambio climático. De hecho, con una cosecha como la de la pasada campaña, se estima que se podrían fijar en el mundo 30 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera.
Partiendo de esta base e insistiendo en que desde ASAJA-Jaén seguiremos trabajando en Europa para mantener el sistema de ayudas PAC, tengo que volver a hacer hincapié en la necesidad de ser competitivos. De usar las nuevas tecnologías y todos los avances que la ciencia ha puesto a nuestro alcance (drones, agricultura de precisión, tractores y maquinaria autónoma y tecnología agraria 4.0) para seguir produciendo bien, como lo hemos hecho hasta ahora, pero, además, de un modo que sea rentable primero por el producto y luego por las ayudas.
No debe perderse de vista que más antes que después, la explosión demográfica mundial que se va a producir en las próximas décadas provocará que los intereses políticos económicos dejen de orientarse exclusivamente hacia el medioambiente a favor de la producción. Es lo que ya pasó en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, origen del Tratado de Roma y a su vez germen de la PAC y los sistemas de ayudas a la agricultura. Dicha PAC estaba orientada a producir alimentos primando sobre las cuestiones medioambientales en una Europa que pasaba hambre. En las últimas décadas, esta política de producción nos hizo tan eficientes que se produjeron excedentes, demasiados excedentes, lo que provocó un cambio de dirección de dichas ayudas en favor de una agricultura más conservacionista que productiva.
El panorama está cambiando de nuevo. Las estadísticas de la ONU prevén para 2030 un planeta totalmente reconfigurado, en el que India sumará 1.500 millones de habitantes, superando a China, y África superará a ambos países asiáticos con 2.000 millones. La población mundial pasará de los 7.300 millones actuales a 8.500 millones en 2030 y a 9.700 millones en 2050, y África aportará más de la mitad de ese crecimiento y sumará 4.000 millones de habitantes. Con esta explosión demográfica, el mundo deberá destinar más superficie a producir alimentos y deberá aplicar todas las tecnologías que la ciencia nos ofrece para este motivo con el fin de multiplicar la producción de alimentos. Habrá por tanto aproximadamente un 30% más de población en el año 2050, por lo que la agricultura debería, como mínimo, producir este 30% más de alimentos manteniéndose la situación deficitaria para alimentar a la población actual. En contextos como éste, la ecología es un lujo frente a la necesidad de alimentar a miles y miles de bocas. Es una teoría que ya postulan numerosos expertos y que considero que en unos años será una realidad: producción para abastecer de alimentos a estos nuevos millones y millones de habitantes que tendrá la tierra.
El olivar no se va a ver aislado de esto, salvo que se quiera hacer un oasis o mancha de cultivo tradicional donde no solamente se cumplan las funciones de producción, sino también de recreo, medioambiente, de turismo… lo cual proporcionará al agricultor ingresos extra con los que poder compensar el hecho de no ser competitivo. Se trata de una opción aceptable que, a mi parecer, no debería ser la principal si quiere seguirse manteniendo el status del olivar como empresa agraria. Sin embargo, puede ser una alternativa, incluso un complemento, para todos aquellos con dificultad de mecanización por su particular orografía o para los que opten por este tipo de cultivo por convicciones personales.
Sea como fuere, los profesionales del olivar deberán tomar libremente un camino para trazar el futuro de sus explotaciones. Y lo deberán hacer teniendo en cuenta cómo el mundo global en el que cada movimiento nos afecta a todos está cambiando. Igualmente espero que estas decisiones no estén sometidas a voluntades políticas determinadas y que el futuro del olivar se plantee teniendo en cuenta que su sagrada misión es la de producir alimentos, ya que el respeto al medioambiente ya le viene de serie.
*Luis Carlos Valero es gerente y portavoz de ASAJA-Jaén.