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El test de la golosina es famoso entre los psicólogos. Es una prueba muy sencilla que se realizó por primera vez hace cuarenta y tantos años para medir la capacidad de autocontrol de niños pequeños. El desarrollo es simple: tras un rato de juego entre el psicólogo y el niño, para generar un ambiente de confianza, se le deja solo, con una golosina a su alcance sobre la mesa, y se le dice que si no la coge, al regreso el psicólogo le dará otra más. De esta manera se puede valorar la capacidad de autodominio del niño.

Posteriormente, durante catorce años se hizo un seguimiento de los infantes estudiados y se pudo constatar que aquellos que tenían tendencia a ceder a la impulsividad, tenían una menor autoestima, peores resultados en los estudios y menores capacidades sociales, e incluso tendencia a desarrollar trastornos corporales como la obesidad, y sin embargo, los niños y niñas con mayor autocontrol invertían este perfil, con mayores logros académicos. Parece haber una relación directa entre el autodominio y el desarrollo de capacidades cognitivas y sociales (cruciales ambas para el desarrollo del ser humano).

Los científicos han seguido investigando estas relaciones, y han descubierto lo que se puede definir como “sistema caliente” y “sistema frío” de respuesta. En el primero, el estímulo se impone al sujeto, hay más impulsividad y más emotividad, y en el segundo, el sujeto puede controlarse frente al estímulo, y la respuesta está más basada en el conocimiento. En situaciones de estrés, el primero aumenta y el segundo disminuye.

Lo interesante de todo esto es esa relación tan positiva entre autocontrol y mayor desarrollo de capacidades cognitivas y sociales, y sobre todo, que el autocontrol puede aprenderse.

No hay que confundir el autodominio con el bloqueo producido por el temor o la presión externa. No es lo mismo no coger el caramelo porque uno lo decide así libremente (en los experimentos era fundamental generar un clima de confianza previo a la decisión), que no cogerlo por miedo o por vergüenza.

El ejercicio de la voluntad sobre los impulsos irracionales es un preámbulo poderoso, un requisito importante para desarrollar buena parte de lo mejor de nosotros mismos. Pero no menos importantes son los criterios sobre los que desarrollar el autodominio. Si estos criterios son egoístas o amorales, las consecuencias de las decisiones serán negativas para los demás, e incluso para el propio sujeto, porque habrá otros valores tan humanos como el desarrollo cognitivo, que quedarán sin pleno desarrollo.

Por tanto, no basta sólo con educar y formar en el control de uno mismo, sino que la decisión de ese autodominio debe nacer de una ética arraigada y universal (es decir, válida para cualquier ser humano, que trascienda los límites de pequeños grupos), de unos valores morales acordes con los intereses propios y colectivos y con nuestra propia naturaleza de seres “pensantes y sociales”.

Y en este punto, como en tantos otros, la filosofía juega un papel fundamental. Filosofía para vivir.

 

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