Por JOSÉ CALABRÚS LARA / Doctores tiene la Iglesia que puedan, con más autoridad que yo, determinar la utilidad o conveniencia de que las Administraciones Públicas cada año publiquen aforos de la producción del olivar. Ignoro si lo llevan a cabo con otros productos agrícolas o no. La Junta de Andalucía lo publicó el 30 de Septiembre en un amplio documento de 40 páginas y el Ministerio de Agricultura ha publicado uno más breve el 10 de Octubre.
Se trata de un ejercicio de transparencia con metodología rigurosa que puede servir para que las administraciones tomen el pulso a la realidad social y económica de un sector importante para la economía andaluza y, mucho más, en la provincia de Jaén. Mis dudas surgen de no conocer aforos semejantes para otros sectores económicos, al menos no he visto ni leído ninguno; ni creo que las grandes industrias productoras de bienes y servicios anticipen y hagan públicas sus expectativas ni publiquen sus planes de producción. Estos datos del mercado forman parte del ‘know-how’ que permiten y facilitan a las empresas adoptar las decisiones oportunas de cómo y cuándo operar en el mercado. En el mundo del olivar, la oferta, los productores, en el mejor de los casos agrupados en cooperativas o almazaras industriales, están atomizados, poco unidos y se enfrentan a un oligopolio en la demanda que ya de por sí puede distorsionar el mercado; para ellos sí puede ser muy conveniente que le sirvan en bandeja, año a año, análisis rigurosos y de origen público de las expectativas de producción, comarcalizadas y por variedades, lo suficientemente detalladas para que puedan ilustrar e influir, como de hecho lo hacen, en la comercialización de las campañas.
Este comentario parte desde el comienzo del reconocimiento de mi falta de cualificación profesional para dar una opinión fundada en criterio distinto del sentido común, pero este me dice, y lo mantendré mientras no se me convenza de lo contrario, que la publicación de los aforos anuales y la revisión de los mismos en el tiempo, al alza o a la baja, algo pueden influir en la comercialización del aceite, porque la ofrecida diafanidad en la oferta no tiene correlato en la parte de los demandantes. Dicho lo anterior, el estudio que cada año publica la administración andaluza es muy ilustrativo para poner no solo de manifiesto la importancia del cultivo del olivar en Andalucía y sus consecuencias en la industria agroalimentaria, lo que revela un evidente interés público, además, por la riqueza que crea y el empleo de mano de obra que genera. Del estatal, por su brevedad, no se puede decir lo mismo.
Es cierto que cuando vienen mal dadas, como en el presente año, la regresión en casi el 50% en cómputo global de toda la comunidad, hace saltar las alarmas de los problemas sociales que se avecinan, que por obvios no voy a analizar.
El aforo de la Junta revela con toda claridad las desigualdades existentes entre los territorios, que no se deben a razones meramente climatológicas ni al dato objetivo de la superficie de cultivo de olivar de cada una de ellas. Si analizamos los resultados del aforo de forma comparativa entre las provincias, se ponen de manifiesto situaciones de desigualdades estructurales notorias:
Si en Jaén la disminución de la cantidad aforada para 2022 está por debajo del 60% de la media de las últimas cinco campañas; en Córdoba son casi veinte puntos menos la merma, y en las demás son significativamente menores, ello revela que se trata de distintos olivares y plantaciones. Por la misma razón las medias de rendimientos son diferentes, en Jaén es de tres puntos porcentuales por encima de las demás.
¿A qué se deben estas diferencias? Hay varias razones y de una claridad meridiana: el envejecimiento de muchas plantaciones centenarias que aquí abundan, la mayor cantidad de olivar tradicional, la mayor superficie de olivar de montaña al límite de la rentabilidad, la menor superficie en riego –que en el olivar de Jaén es significativamente menor que en otras provincias- y la casi exclusiva presencia de la variedad picual en la provincia.
Partiendo como epicentro de las comarcas tradicionalmente olivareras de Jaén, que eran las que no se adaptaban a otros cultivos o plantaciones intensivas, el olivar ha ido emigrando a las campiñas de Jaén, Córdoba, Sevilla y Málaga, ocupando mejores tierras de las que se obtienen mayores producciones.
Del riego, mejor es no hablar, siendo Jaén cabecera de cuenca, con los mayores embalses y terrenos susceptibles de ser regados, tiene porcentualmente menores riegos y los agricultores asisten a los desembalses periódicos y ven pasar las aguas crecidas para que otros reciban lo que a ellos se les niega.
Que los aforos puedan ser o no convenientes para la comercialización no va en detrimento de su utilidad para el conocimiento del cultivo del olivar. En las líneas que anteceden he pretendido poner negro sobre blanco lo que me sugiere el estudio publicado por la Junta desde el prisma de un modesto olivicultor, repito, sin cualificación. Muy probablemente los expertos, con sonrisa de suficiencia, me dirán, o pensarán al menos, “zapatero a tus zapatos”; no obstante, he querido echar mi cuarto a espadas en este blog, “En Jaén donde resisto”, en que la generosidad de Antonio Garrido nos permite opinar con libertad. No me importaría que alguien me sacara de mi error, de ser el caso, porque la verdad surge del contraste de opiniones.