La remuneración del accionista es un elemento fundamental de la valoración de cualquier sociedad, y aporta un valor añadido al atractivo que pueda transmitir, no sólo para sus propios socios, sino también para los potenciales inversores, especialmente si esta compañía cotiza en los mercados de valores.
El Banco Central Europeo y la Autoridad Bancaria han emitido una serie de recomendaciones sobre la conveniencia de restringir el dividendo para destinarlo a potenciar el capital propio, para hacer frente a las inevitables secuelas económicas causadas por esta crisis. Esos negativos efectos incidirán en la actividad de las compañías y, en muchos casos, se traducirán, con toda seguridad, en una reducción del beneficio, por lo que una veintena de sociedades, cotizadas en la bolsa española, han anunciado la suspensión de sus planes de reparto de dividendo cuya suma global habría ascendido a 11.000 millones de euros. Así compañías, como las encuadradas en los sectores del turismo, transporte, hoteles, aéreas, etc., se han visto especialmente afectadas de forma muy directa y, obviamente, parece de lógica que deban atender prioritariamente a mantener su estabilidad e, incluso, en algunos casos, a evitar graves complicaciones que amenacen su continuidad.
En cualquier caso, si las sugerencias vertidas por esas instituciones tenían un objetivo general, de alguna forma puede determinarse que cobran una especial relevancia para el sector bancario ya que, según todos los indicios, los efectos negativos derivados de esta crisis se pueden manifestar en este sector en una doble dirección: por una parte, mermando, igualmente, el volumen de su negocio potencial, (su cuota de mercado se ha reducido más de un 1% en relación con el pasado ejercicio), menos venta de sus productos -préstamos, créditos, hipotecas, menor utilización de tarjetas, retraso en contratar otros productos como planes de pensiones, seguros…-, y sus cotizaciones en bolsa han registrado caídas de entre un 25% y un 40%, y por otra, para mí la más adversa, la evidencia clara de que muchos de sus acreditados, tanto empresas como particulares, verán reducidas sus posibilidades de hacer frente a sus compromisos de pago, bien por la reducción de actividad, en el caso de las empresas, o por la suspensión temporal o definitiva de su actividad laboral, en el caso de los clientes particulares, lo que provocará que sus ratios de morosidad empiecen a engrosar y amenacen con revivir situaciones indeseadas como las experimentadas en anteriores crisis económicas. Parece, por tanto, una medida de obligada prudencia potenciar las baterías de sus fondos propios para poder encarar con más grantías esas temidas consecuencias.
Por otra parte, esta coyuntura llega para los bancos en un momento poco propicio, pues, si bien en los últimos años han podido robustecer sus fondos propios, sanear sus balances, y situar los niveles de mora en cotas aceptables muy controladas, ahora todo parece indicar que el escenario será diferente, generando nuevos retos que exigen una modificación total de sus estrategias de futuro que deberán concretarse en dos vertientes complementarias para mejorar sus ratios de eficiencia: nuevas fusiones, que conllevarán la reducción de su capacidad instalada y, por tanto, más cierre de oficinas y pérdidas de puestos de trabajo y, de otra parte, de forma prioritaria, un proceso de aceleración de los planes de digitalización de su actividad, que comportará la posibilidad de prescindir de la presencia física de clientes en sus oficinas. En este aspecto, el período de confinamiento que hemos vivido ratifica sus planes ya que, de acuerdo con los datos facilitados por el sector, casi el 60% de la actividad comercial realizada por sus clientes en este periodo, ha sido por vía telemática.
Imagen: El Club de la Inversión.