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Tan sólo hacía falta que las luces de los coches de la policía local acompañados de sus estruendosas sirenas irrumpieran por el barrio de Santa Isabel. Ese era el presagio. El aviso que en cuestión de segundos se agigantaba en nuestra calle al tiempo que veíamos a lo lejos cómo la lumbre del barrio iba tomando forma.

-¡Ya se ven!

-¡Ahí está el primero!

– ¡Ya llega la San Antón!

Las voces de nuestros padres y vecinos nos contagiaban esas ganas por ver pasar a quién iba en cabeza. Y casi sin darnos cuenta veíamos pasar por delante nuestra, a velocidad de rayo, a un hombre finísimo de carnes, de zancada ligera y con rasgos africanos. Y siempre bromeábamos diciendo que iría así de veloz para evitar el frío de la noche de enero ante lo escaso de ropa de atleta.

Y llegaba ese momento, cuando la carrera ya estaba muy avanzada, en que toda la chiquillería de nuestro edificio a la voz de un padre nos cogía a todos y nos decía un…

-Preparados…listos…¡Ya!

Y entonces un tropel de niños nos echábamos a la carrera como alma que lleva el diablo, fusionándonos con la verdadera carrera, recorriendo algunos metros de nuestra calle portando en nuestro pecho con un imperdible o un alfiler unos dorsales que nosotros mismos nos habíamos hecho arrancando unas cuartillas a los archivadores del colegio y garabateando en ellos cualquier número, que a nuestro infantil modo de ver y pensar nos hacía sentirnos partícipes y protagonistas de la noche de San Antón.

Han pasado casi treinta años desde aquello. Y ahora somos muchos de esos niños de entonces quienes pasamos corriendo por la puerta de nuestra casa de siempre recibiendo el ánimo de nuestros vecinos de toda la vida.

He de reconocer que he sido uno más de esos muchísimos jiennenses que se habían quedado sin dorsal para este año. El pasado, me ocurrió igual. Y de un día para otro, sin esperarlo y casi sin entrenar, me he visto de nuevo inmerso en la línea de salida divisando al fondo el Gran Eje y los 10 km por delante que este año se me han hecho más eternos, y quizás intensos, que en todos estos años atrás gracias a un dorsal cedido por un conocido que no ha podido correr en último momento.

Esta carrera y esta noche tienen muchas cosas que la hacen especial. Y entre quienes nos sumergimos en esa marea multicolor hay miles de pequeñas historias, escenas, momentos y causas.

Desde quien se disfraza de romano o tortuga ninja –con lo incómodo que tiene que ser correr por Jaén así-, al beso de una pareja que consigue llegar a línea de meta cogidos de la mano. Desde el honor que da correr junto a atletas olímpicos a ver a Juanete empujado por sus familiares y amigos un año más y ya van 25, con su silla de ruedas.

Mezcla de acentos de nuestra provincia, de Andalucía entera y de más allá de nuestra tierra que resoplan al intentar subir los Escuderos sin esperarse esa última cuesta, interminable, en el recorrido. Antorchas que alumbran de principio a fin la noche más mágica que tiene Jaén, donde cada uno de nosotros puede sentirse dueño y señor de sus calles a la velocidad que el ritmo de sus zapatillas marquen, combatiendo al frío desde el pelotón.

…Y quién me iba a decir a mí que yo correría bajo los compases de “El Gato Montés” en la Avenida de Madrid o “Marcial, eres el más grande”…que para quien me conozca puede llegar a imaginarse que hasta se me cambian los andares y el espíritu. Eso me hizo recordar y revivir las sensaciones de hace unos años cuando logré correr la San Antón después que una becerra me hubiera fracturado la meseta tibial y entonces me decían que a lo mejor no podría volver a correr más en mi vida. Esa es mi causa para un año tras otro, mientras pueda, calzarme unas zapatillas y correr por San Antón.

Ahora toca pensar que hay cosas que deben corregirse para poder mejorar y que esta cita deportiva evite momentos de apuro como los vividos en La Alameda con el colapso de corredores y las malas artes de aquellos que no respetaron el recorrido y acortaron distancia y tiempo para bochorno de todos, ensombreciendo una fiesta que dicho sea de  paso espero que Jaén logre vivir en el futuro con la armonía de siempre conjugando su razón de ser, que son las lumbres, con el espectáculo de la carrera popular cuyo éxito nos destierra por un día del desánimo con el que los jiennenses parece que nos hemos resignado a vivir como si nuestra ciudad no diera para más. Ojalá esto sea posible.

 

 

 

 

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