El duelo tiene varias etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Cuando se recibe una noticia devastadora, la primera reacción es la negación, el doliente se niega a aceptar la realidad y se empeña en rechazar la nueva situación. Tras ello, una vez que se corrobora que se ha perdido algo muy valioso, se inicia la segunda: la ira. Constatada la realidad, el enfado se apodera del sujeto que no entiende por qué le pasa eso y se rebela de forma agresiva contra el entorno, al que culpa de todos sus males.
Tras la ira viene la negociación, en un intento de volver a la situación anterior, recuperar lo perdido y salir así de la pesadumbre que genera una pérdida de gran calibre. Pero esta etapa dura poco y al comprobar el doliente que nada volverá a ser como antes, se instala en la depresión ante la incertidumbre de lo que vendrá. Dependiendo del sujeto, tras la depresión se asumirá que la vida sigue y se acatará, por fin, la pérdida finalizando el proceso del duelo. Pues bien, este proceso bien podría ser el resumen del espectáculo que está ofreciendo quien todavía dirige el Partido Popular de Jaén.
A principios de abril recibió un duro golpe: la pérdida de la Presidencia provincial tras dieciséis años de mandato. Aunque su aspiración era renovar hasta llegar a veinte, la aplicación de los Estatutos le ha hecho el sueño incompatible. Pero la realidad es que nadie le prohibió presentarse, solamente que eligiera: o Gobierno o Partido. Al dirigente de los populares jiennenses se le han hecho muy cuesta arriba sus propias decisiones y, hoy por hoy, se encuentra al final de una escalera que subió rápido, saltando escalones de dos en dos y hasta de tres en tres. Nadie le obligó a dejar de ser Diputado, pero quiso más y eligió ser Secretario de Estado hace unos meses, de la misma forma que con anterioridad optó por ser Diputado y voluntariamente dejó de ser Alcalde. Ya en su momento eligió ser Alcalde cuando era Parlamentario Andaluz y dejó de ser Concejal voluntariamente para estar en el Palacio de las Cinco Llagas. Durante más de dieciséis años ha elegido y ahora también ha podido hacerlo.
Sin embargo, da la impresión, por su reacción, de que esta vez se ha equivocado. Frente a la negación de los primeros días de abril, ha llegado la ira desatada en forma de desafío a las decisiones de los órganos superiores, de reparto de culpas, de ninguna autocrítica y de una sobredosis de soberbia que solo esconde el miedo a asumir que la pérdida de la Presidencia no es recuperable. No me cabe duda de que, serenados los ánimos, vendrá la negociación, en un intento de reparar como sea la situación a costa de propios y extraños, pues ha hecho de la cosa pública una forma de vida que difícilmente querrá dejar.
Pero por el momento ha entrado en bucle y a pesar del importante cargo institucional que ocupa, oscila entre la negación y la ira y viceversa, y en ese intento desesperado de demostrar aquello de “después de mí, el caos”, está resquebrajando en directo y para toda España un Partido que ha estado siempre a su servicio, que le ha permitido escoger el menú una y otra vez, pedir a la carta y hasta comerse dos y tres postres. Un Partido que le ha dicho basta, que le ha demostrado en las urnas que su etapa ha terminado y que reclama un proceso limpio y transparente. Va llegando el momento de poner orden en este duelo y hacer que ese Partido vuelva a la calma, a la normalidad y, sobre todo, al sosiego, y quizá para eso, sea necesario saltar de la ira directamente a la aceptación, voluntariamente o no, si es que antes del domingo, sólo y discretamente, no pasa a la negociación.