Un año más resulta obligado referirse a la celebración de una nueva edición del Foro Económico de Davos, donde acuden los líderes políticos, empresariales y de la sociedad civil a los que se les reconoce poder suficiente, en sus respectivos ámbitos, para incidir en el futuro del desarrollo socio-político-económico del mundo.
Sin embargo, en mi opinión, las expectativas esperadas quedan, una vez más, frustradas por la realidad constatable cuando comprobamos que en la situación global mundial no sólo persisten grandes lagunas en los aspectos ya seculares, como el nivel de la desigualdad mundial, el proteccionismo absoluto, los sensacionalismos y populismos y, en definitiva, en la dura crisis que atraviesa el mundo en materia de cooperación, sino que surgen otras grietas, como la fragilidad del sector financiero, el debilitamiento de la clase media, la falta de sostenibilidad de las cadenas de producción o el desigual reparto de la riqueza generada por la tecnología, lo que incide en profundizar aún más la desigualdad económica mundial.
Alguien ha definido esta edición de Davos como un nuevo intento de redefinir el capitalismo y rescatarlo del efecto pernicioso que está causando una progresiva concentración de la riqueza, en un escenario de desaceleración de la economía que está acelerando el debilitamiento de las clases medias. El hecho más relevante que hemos constatado a lo largo del pasado año, que constituye la mejor prueba de esa crisis que atraviesa el mundo en materia de cooperación, está determinado, en mi criterio, por la obstinación de las naciones más poderosas por preservar y mejorar su Sistema de Bienestar y su primacía en la actual revolución tecnológica, anteponiendo este objetivo a cualquier otra consideración global. En realidad, como propone Daniel Lacalle, la libertad que se le presupone al sistema capitalista se ha sustituido por un exceso de intervencionismo en el que los estados defensores del libre comercio han introducido enormes barreras con todo tipo de excusas, y eso no es otra cosa que mercantilismo.
La globalización requiere de forma urgente hacer más cercanos los espacios, suprimiendo las fronteras y no acotarlos para preservar exclusivamente el nivel de vida de los ciudadanos de las naciones que siguen ostentando los mejores estándares de vida. El reto de las migraciones, soslayado conscientemente, y el incremento de la desigualdad, son las pruebas más palpables de que el mundo camina en la dirección errónea.
Por otra parte, la dinámica misma de la actividad de cualquier tipo genera constantes problemas puntuales que gravitan sobre los objetivos económicos y sobre el bienestar de los ciudadanos. Aspectos concretos tales como la guerra comercial, el proteccionismo y el populismo, señalados más arriba, junto a otros de similar calibre, como el precio errático del petróleo o la carrera insuficiente y alocada contra el cambio climático, enmarcadas en un contexto de desaceleración de la economía mundial, pueden contribuir a desestabilizar la economía global incluso en los países en los que parezca muy sólida su situación actual.
En conclusión, Davos puede ser un excelente foro para debatir sobre el escenario político, económico y social del mundo e, incluso, para incidir en su desarrollo futuro, pero sigue sin encontrar la vía que muestre a las naciones que la única opción posible es el multilateralismo y el abandono del proteccionismo y de los nacionalismos excluyentes.