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Por Antonio de la Torre Olid /

            ¿Han visto el regalo que nos ha hecho el Museo del Prado? Una contribución de esta institución para hacer mejor a nuestra sociedad, en forma de canción de Ana Belén, grabada dentro de la pinacoteca. Se trata de la canción “España camisa blanca”, compuesta por Victor Manuel, partiendo del título de un poema de Blas de Otero (que no de Alberti). La escuchamos desde 1.981, desde nuestra adolescencia, desde la edad de la inocencia de nuestra democracia recién estrenada. Y sin embargo el contraste con el día de hoy es relevante, pues sin tapujos, ambages, disimulos o falsos envoltorios; a capela y con la concentración de no tener más ruido, entre silencios, ayudada por los cuadros, Ana Belén recorre episodios oscuros y luminosos de la historia de España, reconociendo lo mejor y lo peor de nosotros, la realidad, sin más, sin hipocresías. Como casi todas las manifestaciones culturales, al margen de cada gusto estético, la creación eleva y une a las personas, como una canción.

            Igual que une la visión de una legión de jóvenes arremangados, con palas de limpieza al hombro, cruzando el puente de Picaña a Paiporta, una impronta que quedará para siempre en nuestro imaginario colectivo.

            Tampoco admite diferencias nuestra valoración benigna de los médicos y enfermeros que durante el covid pasaron muchas horas en hospitales y residencias de mayores, jugándose ellos también la salud para salvar vidas.

            Como es alabado por todos el esfuerzo común que hacen por estas fechas muchos ayuntamientos de la provincia de Jaén, de la mano de distintas entidades, para mantener un dispositivo de albergues de temporeros migrantes, durante la campaña de recolección de la aceituna.

            Unen los sentimientos que a todos despiertan las canciones de Serrat, y nadie disiente de que haya merecido el Premio Princesa de Asturias, donde acompañado de un solo de violín, interpretó “Aquellas pequeñas cosas”.

            Y no hay fisuras en el reconocimiento de las trayectorias de Induráin, de Gasol o de Nadal o de nuestras victorias olímpicas, o las de nuestra selección de fútbol.

           Como unen las recientes victorias en la Copa de España del Jaén Paraíso Interior; los reconocimientos al grupo Supersubmarina; antes el reconocimiento colectivo a la lucha de Pilar Palazón, Arturo Ruiz o Manuel Molinos para la consecución de un Museo de Arte Íbero y el rescate de ese legado; o con anterioridad la reivindicación colectiva hasta que Jaén consiguió su propia universidad.

            En fin, une ver a casi todo el arco parlamentario unido para eliminar el término disminuido de la Constitución; la aprobación de la ley de la ELA; o que casi todos los grupos políticos se unan concentrados a las puertas de los ayuntamientos al día siguiente de cada asesinato machista (ese día, al día siguiente, en esa lucha no todos siguen el mismo camino). Y hasta ahí.

            Una realidad paralela al mundo real, esquizofrénica, convive con todas esas manifestaciones de unidad, la que está envuelta en una especie de “problemas de ricos”, como diría Berto Romero. Es la de una clase política que se está convirtiendo en uno de los principales problemas de los ciudadanos, que hasta puede que algún día tengan que acudir en su rescate. Con portavoces parlamentarios, envalentonados, chulescos, amenazantes, dando coces dialécticas, envueltos en un patriotismo de pandereta, cínicos, bordes, dando vueltas a diario a las mismas peonzas, diciendo medias verdades, encendiendo mechas en redes sociales, demagogos, y ante los que te preguntas “¿y la propuesta política  en el debate de hoy cuál es?”. En suma, con la intención, también sí, de que el ciudadano desconecte de ellos, pese a que lo único que puede solucionar este asunto precisamente es la buena política, estar en ella con vocación de servicio público.

            Ahora que se estrena “¿Es el enemigo?”, basada en el memorable monólogo al teléfono del humorista Gila, desde su propia vivencia sin embargo triste de la Guerra Civil y su vida posterior, habría que aprovechar sus enseñanzas para pedir que se paren las guerras, militares y políticas.

Foto: Ana Belén interpretando «España camisa blanca» en el Museo del Prado. (EL PAÍS)

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