Por MARI ÁNGELES SOLÍS / Importaba poco el tiempo que había pasado…porque ese tiempo había servido para hacer aún más fuertes sus sentimientos, para que en cada amanecer su recuerdo volviese a acariciarla. El regreso era parte de la espera. Acaso un formalismo para asegurar ese amor que la poseía desde hacía años y que, en ocasiones, le impedía hasta respirar, era de verdad.
“Jamás podrás amarme por completo si no paseas mis calles, aquellas por las que me perdía en soledad buscando tu recuerdo. Jamás podrás amarme de verdad si no paseas mis calles, aquellas que me vieron pasar con tu amor sobre los hombros. Jamás podrás amarme con locura si no escuchas el silencio de mis calles, de piedra y retorcidas, que me susurraban tu nombre al pasar”. Y nunca se lo dijo, aquello había quedado en su pensamiento y tras sus labios sellados por el dolor. Sus calles…
El tiempo había pasado… y su recuerdo palpitaba en las sienes como una maldición. No debió alejarse… acaso nunca la quiso. Pero ahora solo quedaban las calles. Sus calles…
Al pasar, en cada recodo, quería imaginar que su sombra la acompañaba. Y no solo su sombra… todavía permanecía en su alma aquel sueño intacto, de pasear sus calles con él de la mano. Aquellas calles vacías, retorcidas, con olor añejo, con el sabor del pasado en cada piedra. Sus calles…
Importaba poco el tiempo que había pasado…ella había vuelto a sus calles y caminaba a solas con los recuerdos. Sus calles…volvieron a despertar la esperanza que se hallaba agazapada en algún rincón. Y, mientras quiso imaginar cómo él la cogía de la mano y la besaba en algún recodo, dos lágrimas tímidas se deslizaron silentes por su rostro, al pensar que él nunca la amó. Y se perdió entre sus calles…haciendo balance de todos los cadáveres que habitaban en su alma. Sus calles le recordaron, el cadáver que más pesaba era el de su propio corazón.