El socialismo no utiliza nunca gaseosa para sus experimentos. Ensaya con humanos en probetas del tamaño de Siberia. O de España, ahora que el Gobierno del PSOE propone el suicidio sin remordimientos para los que están en fase terminal, la supresión lectiva de la fe para los que estudian en la escuela concertada y el respeto al dolor de cabeza para las parejas que se encaman sin tener sueño. La eutanasia terapéutica, el laicismo agresivo y el feminismo doméstico son los pilares sobre los que se alza el programa sociológico de un presidente que tras alcanzar el poder con engaños prepara una comisión de la verdad, él que no ha dicho una en su vida.
En consonancia, los experimentos socialistas parten de supuestos falsos. El enfermo terminal no duda entre la morfina y el balcón porque si escogiera el balcón se habría tirado desde el cuarto piso del hospital antes de que llegara el enfermero con la hipodérmica. El alumno que recibe clases de Religión católica no duda entre Dios y los derechos humanos porque sabe que son la consecuencia política del nuevo mandamiento. Y el hombre que ama a la mujer acepta que rechace su propuesta de noche loca porque entiende que no pocas veces la pasión dormita más que vuela.
Al partir de la premisa de que detrás de cada hombre se esconde un miembro de la manada, es decir, del fascio, el Gobierno libra esta batalla en el ámbito de la ideología. Frente a la pureza de la mujer, de la izquierda, contrapone el espejo deformado del cliché machista, donde no se ve reflejado un varón que a partir de ahora tendrá que besar a su pareja por poderes para no incurrir en probable delito. Ni que decir tiene que esta situación influirá a la larga en la libido masculina. No sería de extrañar que un día de estos millones de mujeres le reclamen daños y perjuicios a Carmen Calvo.