Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Duermen las calles en esta noche de enero alumbradas por una luna que pronto comenzará a decrecer. El astro es un claro ejemplo del ciclo agrícola. Acaba de terminar, de forma oficiosa, la campaña de aceituna. Quizá en los tajos más grandes todavía quedan algunas olivas por desvestir. Sin embargo, el ánimo del aceitunero es amargo, pues la cosecha no ha sido la esperada.
A este hombre de campo debemos dedicarle las palabras más acertadas. Su tesón y esfuerzo para lograr el mejor AOVE merecen nuestro reconocimiento.
La finca, en la que labora y vive, está en un paraje muy conocido, protagonista de uno de los paisajes del célebre pintor Rufino Martos. Permítanme que no desvele el lugar.
Esta mañana fría de enero he estado con él en el tajo. El ramón recién cortado, que se va a llevar a las lumbres de San Antón me ha recordado las tardes de mi infancia en las que íbamos los chaveas de barrio en barrio buscando la recompensa de obtener el mejor combustible para nuestra lumbre.
Después, siguiendo la costumbre de esta tierra, mi amigo me ha ofrecido el aperitivo. La calidad del vermú, su sabor, mezcla de varias frutas, estaba fuera de toda duda.
La sorpresa y el objeto de este humilde texto es la afición del casero en coleccionar obras de arte. Todas las estancias de la vivienda están abarrotadas de pinturas. En las paredes cuelgan lienzos con los que, al admirarlos, el espíritu se templa y el desasosiego, por un instante, si se tiene, se abandona.
He pedido permiso para poder deambular con calma entre las diferentes habitaciones y así poder estar solo con las pinturas. Hay una sala en la que solo existen retratos de artistas de todo el país.
El gozo se ha producido cuando he visto el retrato, a grafito, de Alicia, obra del pintor Paco Carrillo. Él es un pintor de sentimientos, de instantes, de captar la esencia, la identidad de un paisaje y guardarla en la hondura de su corazón. Y cuando la ocasión lo permita, sacar esa imagen al exterior para que el mundo la conozca.
El realismo de Carrillo, claramente influenciado por su padre y maestro, mimetiza con el alma de lo que pinta o lo que en un futuro pintará, cuyo resultado más probable será el de dotar a la composición final de vida. El dominio de la abstracción con la utilización de líneas y colores hasta la creación que quiere conseguir es un salvoconducto para ascender al cielo.
En el retrato de Alicia, su hija, vemos cómo el padre capta la inocencia de un ser puro, de una niña, pero que también comienza a despegar en este mundo tan maravilloso que es la vida.
Pues, si estamos atentos y somos capaces de mirar, Alicia en cualquier momento nos puede hablar. La vida de los cuadros de Carrillo avisan de la bondad del mundo, aunque ahora existan gobernantes que nos la quieren quitar.
La luna sigue su marcha decreciente en esta noche que comienza.
Afuera, el cielo se pinta de nubes y Carrillo lo sabe.
Foto: En este cuadro el pintor Paco Carrillo retrata a su hija, Alicia.