Una encuesta, realizada recientemente por el Instituto BBVA de Pensiones, pone de manifiesto que el largo período de confinamiento que hemos superado ha provocado un incremento de la capacidad de ahorro de los hogares, principalmente motivado por la disminución del gasto. La lectura de estos datos encierra contenidos muy opuestos: por una parte, unos positivos derivado de los efectos, entre otros, que el ahorro tiene para el crecimiento económico, ya que es una de las fuentes de recursos que permiten ser destinados a la inversión, y, por el contrario, otros contraproducentes por la incidencia que supone en la disminución del consumo.
Si, efectivamente, el consumo puede considerarse el combustible de la actividad económica, la contracción de este factor, de forma tan significativa como están evidenciando los datos que se van publicando, no dejan mucho resquicio para confiar que la recuperación de la economía, hasta niveles parecidos a los que mostraba antes de la pandemia, puedan conseguirse con la rapidez necesaria, especialmente si tenemos en cuenta que muchas empresas pugnan por sobrevivir y muchos trabajadores, a pesar de los ERTEs, han visto reducidos sus rentas salariales de forma significativa. Por otro lado, en otros comentarios en esta tribuna, he puesto de manifiesto la importancia que tiene la teoría conductal, es decir, cómo los acontecimientos coyunturales, de cierta duración y consistencia, nos influyen emocionalmente para tomar las decisiones de consumo, disminuyéndolas o incrementándolas instintivamente, y si, por otro lado, nuestros hábitos de consumo sufrirán alguna alteración, aunque sea temporal, que redunde en la misma dirección negativa.
Es verdad que los datos conocidos sobre la utilización de las tarjetas de crédito en junio muestran una evolución favorable comparada con las cifras del año anterior, sin embargo es necesario analizar el comportamiento de los distintos segmentos en los próximos datos, relativos al segundo trimestre, que se publiquen para calibrar de forma más fidedigna la velocidad real que podemos esperar para volver a los niveles anteriores a la crisis, aunque no resulta demasiado arriesgado augurar que esta meta no se alcanzará con la celeridad deseada, debido a la alta dependencia que nuestra economía tiene del sector servicios, del que, según los datos publicados, se han destruido 740.151 empleos. A esta cantidad deberíamos añadir los que están insertos en los ERTE que, con los citados anteriormente, suponen 1.556.919 al acabar junio, de los que corresponden 585.156, más concretamente a la hostelería, bares, restaurantes y agencias de viajes.
En cualquier caso, debemos seguir confiando en que la recuperación económica irá de la mano del ahorro, si bien a corto plazo es poco probable que el consumo aumente significativamente, al menos hasta que la situación actual cobre mayor claridad y se recupere la confianza del consumidor.