Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /
Suenan las campanas de la Iglesia de San Ildefonso. Su tañido convoca a todo el mundo.
Y a la plaza llega el niño, con sus padres, el músico callejero con su abrigo de muchos años y, también, llega el mendigo con su carro de la esperanza, en el que duermen todos sus sueños, deseos que, quizá, nunca se cumplan. Pues él, es un desheredado. Sabe de su invisibilidad, y no le importa. Por eso, durante unos minutos al día, habla con La Virgen Inmaculada que está cerca de donde duerme. Y no se da cuenta de las miradas, de las burlas que recibe de los zagales que ya son casi adolescentes. Chaveas que, al igual que sus padres, buscan a su nuevo loco, a su piturda del siglo XXI, con el que pasarán las tardes frías de la Navidad.
Es víspera de Reyes, y el trenecito, que sale de la Constitución, desciende por la calle Ancha. Van contentos los pasajeros, saludan a diestra y siniestra, buscando la complicidad del peatón, de los jóvenes que tardean en los pubs de la plaza.
Todo se compra y todo se vende en el viejo San Ildefonso, igual que en el famoso poema del maestro Antonio Negrillo, el de la plaza de los Caños.
Aquí, en la antigua ágora de San Ildefonso, se mezclan los sueños, los deseos, las historias de tantos personajes que hacen único este rincón.
Y, pronto, pasarán los Reyes de Oriente, y sin que nadie se dé cuenta, preguntarán a la Virgen de la Capilla si ha habido o habrá alguna oración por sus paisanos de Gaza.
Mientras, el loco sigue absorto en su conversación.
Pronto, quizá, lleguen las primeras nieves al cerro de Puerto Alto.
MPLA
Foto: Imagen de la Plaza de San Ildefonso. (Grupo Abrasador).