Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /
I
Mi nombre es una incógnita, no sabría decirlo, pues a mucha gente no le importa. En el lugar del que vengo, también hay gente como vosotros.
Aunque en los tiempos de la colonización, nos considerabais inferiores, también somos humanos. Con la justificación de llevar a nuestros territorios la palabra de Dios, robasteis nuestros recursos naturales. El colonialismo europeo del siglo XIX fue una de vuestras mayores tragedias.
Nadie abandona su país, su cultura, si no es por causas de fuerza mayor: hambrunas, terrorismo, guerras…
Sois unos verdaderos hipócritas, establecéis categorías de refugiados, de migrantes, según el interés político dominante. El ejemplo más claro es Ucrania. A su población la recibisteis con los brazos abiertos. En cambio, a la población de Siria, le impedisteis el paso levantando una alambrada en Polonia.
En mi país, que está debajo del desierto de El Sáhara, hay una guerra civil que da dolor tan solo con nombrar el tiempo que está durando. Sólo hay hambre y miseria. Sabéis, queridos, es una tierra hermosa y muy fértil. Se respeta el orden que establece la naturaleza, y estamos muy concienciados de que hay más seres que la habitan. De sus bondades, sólo recogemos o, mejor dicho, recogíamos lo necesario. Pues, el conflicto hace tiempo que no lo permite.
Después de muchas penalidades, vendí todas mis pertenencias. Y, junto con mi marido y mi hijo, me puse en manos de una gente que, previo pago de una cantidad de dinero muy elevada, se comprometió a ayudarme. En principio, íbamos a venir con todo en regla.
Muy tristes, dejé atrás mi vida, mi familia. Nadie, como os he dicho antes, quiere abandonar su hogar.
No sabéis lo que es llegar al lugar de partida hacia una vida nueva y ver cómo la embarcación que te prometieron no existe. En su lugar, ponen una patera. El miedo recorre toda tu alma. Te apremian a subir bajo amenaza.
La travesía por un océano enfurecido es terrible. Muchos mueren en el camino de forma natural, y otros, los más débiles, que presentan algún tipo de enfermedad, son arrojados al fondo marino. Mi hijo, de doce años, tuvo que ver esto. Nos engañaron. Llegamos a puerto, y aquel que nos iba a esperar no estaba. El mundo se nos cayó encima. Pedimos ayuda y asistencia, pero nadie nos hizo caso. Éramos unos apestados.
Por fin, conseguimos viajar a una ciudad del interior. Me recuerda mucho a mi tierra. Está coronada por un castillo, parece que ha sido derramada en las faldas de una montaña. El sol siempre la recibe con agrado. Es una ciudad que invita a quedarte.
Sin embargo, el recelo de algunos habitantes se nota, produciéndonos tristeza. Durante quince días, estuvimos durmiendo en las calles. Nadie se compadeció de nosotros.
Pero la vida, a pesar de todo y de todos, es bella.
Alguien de buen corazón, una señora que es monja, se acercó a nosotros, nos preguntó, se interesó. Y gracias a ella, hemos vuelto a recuperar nuestra dignidad. Mi hijo vuelve a sonreír. La mayoría de los filósofos sostienen que el hombre es bueno. Conozco la filosofía occidental, y esta ha sido mi parapeto ante las circunstancias tan adversas que hemos vivido. El sol y la luna son iguales en todas las partes de la tierra.
El ser humano es un ente único. Su capacidad de amor es su mayor aportación al mundo.
Los ojos de mi hijo vuelven a mirar al cielo.
II
Joan fue siempre un alumno muy aplicado. En todos los niveles educativos, por los que pasó: primaria, secundaria y universitario destacó, sacando unas notas excelentes. Todos los centros, en los que estuvo, eran privados y a ellos asistían los hijos de la burguesía más selecta del país.
Los padres de Joan trabajaron mucho para conseguir un puesto importante en la sociedad. Heredaron de sus padres una fábrica de galletas que, con el tiempo, convirtieron en una gran multinacional.
Los padres de Joan supieron tejer una red de relaciones internacionales para que su hijo pudiera ocupar puestos de poder y decisión.
Hay que reconocer que el matrimonio ha creado muchos puestos de trabajo.
Gracias a ellos, su país es un lugar próspero y feliz.
A pesar de todo lo anterior, Joan prefiere quedarse en su tierra, y trabajar en la empresa familiar que, como hemos dicho antes, es una multinacional.
Los padres de Joan aplauden la decisión de su hijo y están pensando en abandonar la dirección de la empresa, y pasar a un segundo plano. Éste está muy ilusionado con hacer crecer su negocio y crear nuevos puestos de trabajo.
Joan ya es el que toma las decisiones. Sus padres se han retirado a la villa que tienen en la costa.
Va a instalar una nueva fábrica en una región del país. Sin embargo, está teniendo problemas. No encuentra trabajadores de la tierra. Es un enamorado de las relaciones comerciales internacionales
La empresa de Joan, finalmente, prospera gracias al trabajo de los migrantes.
III
Los padres de Miguel llevan toda la vida trabajando. Su madre es limpiadora, en el hospital de una capital de provincias, y su padre es obrero de la construcción.
Miguel es su consuelo, pues el chaval desde siempre ha cosechado unas notas buenísimas. Viven en España, país en el que las libertades y derechos están muy consolidados. Su democracia es ejemplar. La igualdad de oportunidades es una realidad.
Sin embargo, el mercado laboral, a veces, no da esperanzas a los jóvenes.
Miguel acaba de terminar Ingeniería en Telecomunicaciones.
Tiene una oferta importante del Reino Unido. Las condiciones económicas son excelentes. Pero, no sabe si aceptarlas, pues, abandonar su país, dejar solos a sus padres y no ver a los amigos es una losa que, quizá, le puede pasar factura.
Además, tiene miedo de que en La Gran Bretaña no lo miren bien. El Brexit ha hecho mucho daño. Miguel es español.
Finalmente, el joven acepta la oferta de trabajo, y migra a Inglaterra.
Hace cinco días, los informativos de TVE dieron cuenta de la agresión a un joven español en el metro de Londres.
Miguel tuvo suerte, sólo tiene unos puntos de sutura en la cabeza
Foto: Inmigrantes a bordo de una patera en una imagen de archivo. (ABC)