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Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /

Ronda del desterrado

Aquí, mirando el oeste 
llegué con su cielo de crepúsculo
con la perdición entre las manos,
a una plaza que pronto dejaré de nombrar.

Vine buscando ese oficio difícil de poeta.
Y me hice hombre en este sitio 
que imaginé en una infancia muy lejana.

Y, a un apartamento desde el que, al alba,
descubría las montañas del norte,
le puse mi nombre y mi vida.
Noches de ron, sin maldad.
y con la verdad del que quiere contar una historia,
para ser como ellos y abrazar su mundo de bohemia 
que se extingue con la luz de la mañana.

Sin embargo, no quise beber su sangre
ni el güisqui de sus corazones.
Y fui juzgado por jueces sin toga, 
durante quince años.
Extranjero y camino al destierro 
iba todas las mañanas
cuando descendía
Martínez Molina abajo. 
Me convirtieron en el actor
de un triste poema. 

Y busqué, al principio,
el anonimato entre los árboles de esa plaza 
que en mi mito quise convertir.
No sabía que estaba alumbrando 
mi sentencia.
Pero siempre hay alguien
que tiende el alma, su luz que arranca
la mugre diaria que llevas.
Y te ofrece el brillo de la aurora
y ese azul que un Dios dibujó en el cielo.

Sí, ella, me salvó como un marinero del naufragio
del árbol del suicida…
Y, entonces, el poema cambió.
Ay, barrio de San Juan, en qué mala hora
dejaste que te robaran tu historia!
¿Quiénes son aquellos que dicen vivir en tus entrañas y no te defienden?
¿Por qué el extranjero te quiere más que ellos?
¿Por qué ellos no quieren al extraño?
Sí, yo soy ese migrante.
Pero me levanté por ti, viejo Jaén
Y luché para que tus fronteras se abrieran
y toda la podredumbre de tus entrañas se desvanecieran.
Agradéceselo a ella, que me salvó
de una condena que nunca supe por qué.

Ya me voy de tu esqueleto.
Me arrojan de tus calles.
Sin embargo, seguiré por tus cumbres.
Y regaré de versos tus cipreses.

Salgo con dos ángeles y una princesa.
Voy adonde los ojos miran al arrabal.
Ahí, también, existe la luz.
Duerme, querida Plaza Rosales.
Ojalá haya algún poema que 
abra tus ojos.

Foto: Plaza de Los Rosales, en Jaén.

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