Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Las tardes de primavera, en el paraje del Portichuelo, son hermosas, imagino que como en cualquier sitio de montaña. Sin embargo, lo que las hace especiales, quizá sea la compañía de una cruz de piedra, cuando este tiempo vespertino anda por Cuaresma.
La cruz representa la oración por unos represaliados en la guerra incivil española en la ciudad de Jaén.
Es éste el lugar al que voy en estas tardes de primavera, cuando el trabajo me lo permite. Aquí se encuentra la casona familiar, en este valle que sirve de frontera entre Jaén y Los Villares. Este sitio es la puerta de la sierra Sur, la gran desconocida de todas las sierras que existen en nuestra provincia, y que siga siendo así, y no caiga en el desgobierno y las malas prácticas de algunos turistas.
El crepúsculo ha dibujado un cielo de naranja, la pandera duerme ajena al pensamiento de todos los habitantes de los valles y los pájaros buscan su acomodo entre los árboles, huyen de la negrura de la noche.
En este momento es cuando surge el texto o el poema. El escritor disfruta de la compañía de la soledad. Las temperaturas bajan, por lo que es necesario buscar la rebeca o el saquito que lleva en la percha desde el mismo día que el abuelo inauguró la casa. El rito se traspasa de padres a hijos. El olor a ropa vieja, a leña de olivo, a azahar es el motivo prousiano que anima, que ayuda a escribir. Pues en los olores nacen los recuerdos, se cobran cuentas pasadas, que se escriben en el diario de nuestra memoria para así cumplir con la familia, con tus antepasados.
Estoy solo en el campo, Natalia y las niñas duermen en la cercanía del barrio hortelano de San Idelfonso. Es un viernes que prepara otro viernes que será otro más de Dolores.
El texto de este año, seguramente, suponga mi expulsión de este grupo que se denomina ¨Cofradía¨. Estoy cansado de soportar la lucha de trinchera en la que se ha convertido la sociedad. El diálogo se ha quebrado, se ha partido.
La palabra cofradía que, en nuestro argot, significaba clandestinidad, recato y armonía, ahora para mí tiene un significado totalmente diferente: es nuestro salvoconducto artificial que nos transporta a la redención de nuestras faltas.
Es la fuente, cuya agua nos cae no para purificarnos sino para descubrir la senda indebida. Para seguir por camino de la indiferencia y del olvido hacía el prójimo y hacía el amigo más cercano. La indiferencia, el clasismo, el no reconocimiento son lastres que muchos no pueden o no podemos soportar.
La indiferencia es como una lluvia amarilla, una niebla espesa; la hojarasca que pudre los suelos en otoño o la carcoma que acabó con las casas en la España vaciada.
Todo lo envuelve una aurora de impostura. La beligerancia verbal es algo que se ha vuelto cotidiano. La hermosura de lo clandestino, de no saber lo que hace tu mano izquierda o derecha se ha perdido por el abismo de la hipocresía. No somos capaces ni de soportarnos a nosotros mismos.
La luz parece una estrella caída, en la que reina la desazón.
Vuelan las golondrinas a la vez que sigo escribiendo de forma compulsiva. El campo ya empieza a emitir sus sonidos. No sé si el búho o la lechuza están ya despiertos. Escucho un canto, un trino que me asusta. No sé si es el ánima del Portichuelo que dicen que se aparece cuando los días empiezan a hacerse más largos. Quizá venga a pedirme cuentas.
La luna es, todavía, menguante. Hay oportunidad de cambiar, de desprenderse del disfraz de la hipocresía y de ser hermanos con todos.
Sin embargo, algunos piensan que es una misión difícil. No lo creo, sólo consiste en aplicar los mandamientos de Jesús.
Apartemos la cortina de la noche y amanezcamos con una oración por los niños muertos de Gaza…
Y, dentro de nuestro entorno de vanidades enfrentadas, seamos capaces de arropar los logros de nuestros amigos más cercanos.
Este grupo que se llama Cofradía tiene que cambiar de su denominación o, al menos, dejar la clandestinidad.
Martín Lorenzo Paredes Aparicio
Foto: Las tardes de primavera, en el paraje del Portichuelo, son hermosas, imagino que como en cualquier sitio de montaña.