Skip to main content

Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO /

Su paseo es por una alameda que ya no tiene álamos.
La imaginación de unos gobernantes arruinó uno de los parajes más bellos de la ciudad.
Las máquinas se comieron las piedras y sus suelos. Mataron el alma y la memoria de todos aquellos que la pisaron alguna vez.
Digo que su paseo es, quizá, uno de los muchos antídotos que a lo largo de su vida ha tenido que tomar. Va la joven, siempre, con su perro. El animal es de aguas. Ella se acuerda cuando el can cayó a las aguas del río Guadalbullón. Estaba recién adoptado. Vino de Córdoba, la llana.
Ahora tiene el pelo rojo, parece una heroína de un episodio de Juego de Tronos o de El Señor de los Anillos. Es muy devota de todo lo que huele a irlandés, especialmente a la cerveza. 
Abducida por la música independiente y por el rock, todas las noches arde con Bogotá. Las letras y la música de los cartageneros alumbran las sombras que le creo la vida. Pero ella tiene luz.
La dejaron por rebelarse contra la desidia y contra el aburrimiento. Se armó de valor y atravesó el laberinto que le tejieron, y supo encontrar la salida.
Vuelvo a decir que pasea por un parque al que le han robado su esencia.
Y, digo también, que ya no va sola. A su lado, además del perro, camina su hijo. Va a cumplir siete años, guapo, inteligente y guasón.
El chaval lo tiene todo muy claro.
La joven, cuyo nombre no debo de nombrar, trabaja ayudando a los demás. Es su vocación. Es otra de sus razones de ser.
Últimamente, siempre tiene el mismo sueño: se encuentra en la playa, paseando con alguien que conoce, pero no puede verle la cara. Charlan, él le dice, la convence. Ella no quiere estar con nadie. Pero el hombre sin cara no se rinde y ella asiente.
Se tumban en la playa, y él la coge de la cintura. Se vuelve para besarla y, entonces, ve su cara. Se sorprende, se asusta, es aquel que durante tanto tiempo la maltrató.
El sueño acaba con la visión de esa cara que no quiere ver.
Se levanta, va al cuarto de su hijo, y lo abraza.
Y la joven que pasea por la alameda, a pesar de todo, es feliz. Pues ha consagrado su vida a los demás.
La mujer sin nombre, la mujer de pelo rojo encontrará su recompensa. Alguien bueno la espera, escondido, entre los pocos árboles del parque.

Dejar un comentario