Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Quizá no te veré nunca más, no te veré vivir. No sabemos el tiempo en el que el tirano estará en el poder. Quizá sean años, décadas o quién sabe cuánto tiempo. Responder a esta cuestión es hoy muy difícil. Esta carta dirigida a ti, amor mío, en el momento que la recibas destrúyela, pues podría poneros en peligro a ti y a las niñas.
En este mundo en el que reina la tecnología ya no somos libres. La razón, el pensamiento, el debate han sido suprimidos por la inmediatez de las máquinas, y por la necesidad de buscar soluciones sencillas, populares, con las que tener contenta a la población.
En principio estoy a salvo, gracias a la generosidad de unos cuantos que, como yo, luchan contra esta dictadura impuesta por las empresas tecnológicas. La fábula, que Almudena Grandes predijo en su último libro, se ha cumplido.
La democracia ha desaparecido. Cualquier intento de asociacionismo es abortado al instante.
Hace un mes, aproximadamente, que empecé a escribir esta carta. Está protegida por un código secreto, difícil de descifrar, que puede viajar por la red sin ser detectado. Pero, como te dije antes, en el momento en el que la leas, elimínala. Va a ser la única que te escriba.
En el lugar en el que estoy, los amaneceres son hermosos. Todavía cantan los pájaros y el agua de los ríos es cristalina. Es el único sitio en el mundo que no ha sido ocupado por las ciudades. Después de la gran explosión de internet, la Inteligencia Artificial creó su vida propia y ahora gobiernan casi todo nuestro mundo, excepto aquella parte en la que estoy.
Sin embargo, sólo pudieron escapar unos pocos como yo. El lugar, como imaginarás, su ubicación es secreta. Me ha costado convencer a los colegas para que me autoricen poder escribirte.
Querida, aquí, todavía existen las artes. El otro día, asistí a un concierto de música clásica. La misma que está prohibida en el mundo en el que ahora estás. Si hubieras visto la capacidad del director dirigiendo con maestría a los músicos, habrías quedado impresionada. Nunca vi una ejecución tan perfecta de la obra de Mahler.
Acuérdate de las veces que íbamos al Auditorio Nacional. Qué tiempos tan hermosos, tan bellos.
Siento que no te veré nunca más, no veré la viveza de tus ojos, tu sonrisa abierta como el sol que sale por el este. No veré el amanecer a tu lado, cuando nos citábamos, a escondidas, en la casa de campo de tus padres.
Todo era perfecto, la vida era una sucesión de acordes que formaban una armonía perfecta. Todavía el algoritmo no había sido explotado del todo. Y a pesar del avance de la tecnología, aún se podía vivir. Hasta que la tuerca se giró más de lo debido.
Desaparecimos entonces como especie que piensa, y nos distrajimos. Nos alejamos del trabajo, del esfuerzo. Creímos que a través de las máquinas avanzaríamos hacia una sociedad mejor. Nos abandonamos, perdimos toda nuestra individualidad, toda nuestra capacidad de ser.
Ya no veré tu cuerpo ni tu pudor cuando te desnudabas. Todas las veces parecían la primera. Era algo que nunca pensé que pudiera alcanzar. En la habitación éramos, todos los días, como dos desconocidos que descubren su cuerpo por primera vez. Mis manos tan inexpertas al tocarte, tan temblorosas al alcanzar tus rincones prohibidos. Leyendo con mis ojos tu piel. Tan pura, tan libre. Sólo tuya, de nadie más.
Mi sueño de ser poeta parecía que se iba a hacer realidad. Escribir sobre lo cotidiano fue el mejor consejo que me diste. Gracias a ti descubrí nuevos caminos poéticos. Nuevas avenidas del lenguaje que hicieron que mi escritura fuera mejor.
Sin embargo, lo más bonito era cuando leíamos los clásicos los dos juntos. Siempre acompañados por alguna melodía clásica y en voz alta.
La primera vez fue a la amanecida, después de una noche de farra. Llevábamos quince días juntos. Nos fuimos en el coche a la casería de tus padres. El lugar tan hermoso, con la sierra enfrente. Era nuestro valle, nuestro refugio. La ciudad quedaba lejos. Solos, aislados, en un campo que parecía un bosque del norte de un lugar que antes llamaban Europa.
Aquí me enseñaste a Rilke, sus poemas, bendita poesía. Qué voz, la tuya, cuando empezaste a recitar.
Ya no habrá más navidades para mí. En el lugar en el que estoy se celebran, sabes. Pero con su sentido verdadero, el del nacimiento del niño Dios. Allí, nos las quitaron también.
Me acuerdo de las primeras cenas de Nochebuena con nuestras hijas. La calidez de los villancicos, la voz de las niñas cantando … Qué tiempos tan felices.
Hasta que llegó la gran explosión, y el mundo que conocíamos desapareció. Las máquinas superaron a sus inventores, y todo se volvió oscuro. Las grandes empresas tecnológicas perdieron su poder. De controladores pasaron a ser controlados. El orden se invirtió. El ser humano dejó de ser la fuerza más poderosa de la naturaleza.
La gran dictadura de las máquinas comenzó. Durante mucho tiempo gobernaron sin posición. Su modelo de terror lo controlaba todo. Hasta que otra vez el hombre se recuperó, y comenzó a organizarse. Se crearon los primeros comandos con el objeto de sabotear a las máquinas, y poder encontrar su punto débil. Al mismo tiempo se crearon grupos especiales de salvamento para reclutar a gente y llevarlos a aquel lugar secreto del planeta que las máquinas no podían encontrar.
Yo era uno de los encargados de estos grupos. La noche que supe que me descubrieron tuve que realizar mi propio rescate. Separarme de ti fue lo más terrible de mi vida.
Sin embargo, querida, resiste. Pronto podremos acabar con ellas. Son más de 30 años de terror, y por fin la luz volverá a ser como antes.
Lo triste es que no seguiré viéndote vivir. Tengo Alzheimer. En principio no está muy avanzado. No seré consciente de la derrota de la Inteligencia Artificial. Pronto acabaremos con ellos.
No te veré vivir, me quedaré aquí en este lugar secreto, con mis libros y mis recuerdos. Con la bondad de la música. Y lo más hermoso es que siempre estarás en mí.
Volverán los tiempos de las artes. Volverán los tiempos de la verdad, de la compasión y de la ayuda al prójimo. Volverán los tiempos en la que la soberbia y la vanidad serán arrancadas del corazón del ser humano.
Volverán los tiempos en los que el hombre podrá volver a mirar a Dios.
Sé, amor mío, que tú serás mi último recuerdo. Sé, querida, que nos veremos después en la eternidad. Y seguiremos leyendo a Rilke, y escuchando a Mahler. Y habrá campos, y caserías con sus lonjas, como aquellas desde las que veíamos salir el sol, saltando sobre una montaña que llamaban de la Esperanza.