Por MARTÍN LORENZO PAREDES APARICIO / Mañana será el tiempo de los buenos, cuando recuerde el Lunes Santo en el que bajaste los cantones. El sol, desde su inquietud, buscando la guarida del oeste, iluminaba tu descenso.
Y, allí estaba yo con ellas. Julia y Emma viendo tu belleza ingobernable, tu lamento encadenado a un rostro que, siempre, queda guardado en los corazones de los que te vieron por primera vez.
En ese lunes, que en Jaén llaman grande, no iba debajo tuya. Y sentí que era un alma extraña. Un apátrida que reniega de sus orígenes, de su Señor que nunca lo ha dejado de proteger.
Pero, necesitaba verte de otro modo, conocer por qué hay gente que nunca quiere dejar de llevarte. Necesitaba saber si yo soy como ellos. Y, créeme, Señor del Bambú, que tus discípulos, tus hombres, los que gobiernan el trono que pasea tu belleza mercedaria son los hombres más buenos del mundo. Nunca dejarán de acompañarte.
Ellos quisieran coger tu cruz. Y cambiar esos clavos que tus manos y pies atan, y cambiarlos por rosas.
Sin embargo, a pesar de mi deseo, ya no puedo llevarte Cristo de las Misericordias ese día.
Prefiero estar escondido entre las esquinas, sin que nadie me vea. Sin que nadie me conozca y diga «Por ahí va un costalero de Los Estudiantes«
Mi procesión es un silencio encadenado a tu tez.
Yo ya no soy costalero, y nunca fui nazareno.
La única forma de seguirte, la más pura y verdadera, sería escapando de tu mirada.
No buscarte por las calles de una ciudad en la que su alma se cae a pedazos.
Sí, ciertamente, yo no soy un hombre de verdad, capaz de cumplir lo que deseas.
Pues, en sueños, siempre me lo has dicho «No me sigas, sigue a la Palabra».
Y mi mundo se cae, cuando te veo bajar por la Carrera de Jesús, pues sé que no debería estar esperándote.
Imagen: El Cristo de los Estudiantes, obra del gran pintor jienense Francisco Carrillo Rodríguez.