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BUENOS DÍAS. Por ANTONIO GARRIDO / “Cuántas veces, al acabar el día, perdiendo pie en las aguas agolpadas de mis años, he visto arder, gemir el cargamento de mi vida” (José Manuel Caballero Bonald). Es obligado empezar con este homenaje a la figura del escritor y poeta jerezano, fallecido hace dos años a los 94 de edad. El texto inicial parece un testamento, el caso es que se nos fue uno de los grandes, referente de la Generación del 50, quien, “miraba a la vida a través de sus versos”. El rigor en sus palabras, el riesgo en sus versos, la profundidad de su individualismo y su firme compromiso con la libertad en toda su trayectoria, le hacen un referente imprescindible de la literatura española. El también reconocido flamencólogo, al que se ha definido como “irreverente poeta y narrador de la amargura”, está considerado como el poeta de la duda, ya que reivindicó la incertidumbre, hasta el punto de escribir: “Yo no sabría escribir ni vivir, si estuviera seguro de todo”. Estos testimonios reflejan la obra de este grande, largamente reconocido con premios y distinciones, como el Cervantes: “Esa fracción de vida que he perdido, por ignorancia o negligencia, ¿podía haber supuesto la felicidad?”, “Un buen poema es la máxima temperatura que puede alcanzarse manejando el idioma. Un buen poema justifica toda una vida” y “…Y tú me lo dices, que sabes que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre…”. Se nos fue, pero nos queda su obra…Una cita de Platón: “Donde quiera que se ama el arte de la medicina se ama también a la humanidad”. Escojo esta expresión del filósofo griego para rendir homenaje a todos los profesionales sanitarios, el sistema puede fallar, pero no debemos permitir que ellos y ellas no puedan desarrollar dignamente su tarea. Ya lo dejó escrito Maya Angelou: “Puede que olviden tu nombre, pero jamás olvidarán cómo les hiciste sentir”…Una sentencia de Vicente Blasco Ibáñez: “Tenemos dos fuerzas que nos ayudan a vivir: el olvido y la esperanza”. El escritor valenciano nos presenta el olvido como la medicina para paliar los sinsabores del camino de la vida, algo que no siempre es fácil, aunque pasar página suele ser una buena decisión. La esperanza puede entenderse como el gran placebo, pero aferrarnos a ella es invertir en tranquilidad y en paz…Hoy tenemos, además, un recuerdo para Benito Pérez Galdós, novelista, dramaturgo, cronista y político español, considerado uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX, autor de los Episodios Nacionales, donde recoge que “bien puede decirse que la estrategia, la fuerza y la táctica, que son cosas humanas, no pueden ni podrán nunca contra el entusiasmo, que es divino”. Galdós nacía tal día como hoy en 1843. Suyas son estas frases: “Hay una virtud que es la más preciosa y la madre de todas, la humildad, una virtud por la cual gozamos extraordinariamente”, “¿No es triste considerar que solo la desgracia hace a los hombres hermanos?” y “La miseria mayor es la ignorancia”…También en este mismo día, en 1569, fallecía el Doctor de la Iglesia, San Juan de Ávila. Algunos autores, cada vez más, le atribuyen la autoría del soneto “No me mueve, mi Dios, para quererte…”, que es considerado una de las joyas de la mística castellana. San Juan de Ávila tiene una especial relación con Jaén, porque vivió en Baeza y fue el impulsor de su Universidad, hace poco se celebró el Año Jubilar Avilista promovido por la diócesis, en el 450 aniversario de la muerte del santo nacido en Almodóvar del Campo. Una frase de Juan de Ávila: “Más fruto se saca de examinar cada uno su conciencia, que de remediar la ajena”. Más razón que un santo…Una frase del escritor Oscar Wilde: “Es absurdo dividir a la gente entre buena o mala; la gente es o encantadora o tediosa”…Otra del escritor argentino Jorge Luis Borges: “La duda es uno de los nombres de la inteligencia”…Para finalizar una cita del escritor Antón Chéjov: “Los infelices son egoístas, injustos, crueles e incapaces de comprender al otro. Los infelices no unen a las personas, las separan”.

SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA
José Manuel Caballero Bonald

Ligeramente tumefacta
pero ofrecida con codicia,
llegó la boca hasta el lindero
de la precaria intimidad.
Iban reptando las parejas
que se apiñaban en lo oscuro:
no se miraban, se sumían
en un compendio de sudores,
se convertían en secuaces
de la penumbra suspensiva.
Como un furtivo postulado
brilló el mechero de los cómplices.

No te preocupes no me he ido,
¿cómo iba a irme sin saber?
Somos el tiempo que nos queda.

Y ya los cuerpos se anudaban
bajo la oscura marquesina,
sin decidir con qué argumentos
recobrarían su ansiedad.
Era una esquirla el clarinete,
un estertor de la armonía.

Toda la noche resonando
como una sábana en tus pechos,
toda la noche entre emboscadas
buscando llaves que no abrían.

Chorros de gritos tan vehementes
que entrechocan con los vasos
iban tiñendo de lujuria
los cortinajes y butacas.
Entre el estruendo de los rótulos
unas caderas rebullían
como impulsadas por la piel
incandescente del tambor.

Mira qué prendas, qué proclamas
de irremediable soledad.
Habla más alto, no se escucha
más que el furor de los licores.
Todo está lleno de luciérnagas
y de insufribles fumarolas,
todo parece confiscado
por los que nunca saben nada.

Pero la boca ya ofrecía
sus rezumantes terciopelos,
boca promiscua, saturada
de zumos ávidos y esguinces.
Está invadida de jadeos,
no se parece a las demás.
No se parece, no es mentira.

Pisando vidrios, esgrimiendo
restos de yerbas y de músicas,
llegaron nuevas avalanchas
de adormilados oficiantes.
Era la hora del suicidio
y algunos miembros de la secta
se desnudaron en la sala
con voluptuosa dejadez.

¿Cómo evitar el simulacro,
cómo vivir sin desvivirnos?
Surcan los días por tu vientre.
Somos el tiempo que nos queda.

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