Casi me tenía prometido no volver a escribir sobre el culebrón del tranvía, por el hartazgo que me produce a mí y creo, mejor dicho, afirmo, a una gran parte de la ciudadanía, y ya no tanto por el dineral invertido, con el que se hubieran podido saciar de una tacada algunas de las aspiraciones jienenses, que también, sino por la imposibilidad de la clase política dirigente, en el Ayuntamiento y en la Junta, para buscar una salida a este desencuentro, uno más, pero que por sus dimensiones económicas está siendo un emblema para aumentar hasta límites insospechados la capacidad de asombro e indignación de los jienenses, al tiempo que deja al descubierto una ineptitud clamorosa de la política que se hace en Jaén para dar respuesta a los problemas de los ciudadanos. Si los políticos están para eso, para buscar las soluciones, y ni con el tranvía ni con otras asignaturas pendientes de la ciudad lo han conseguido, ¿qué es lo que hacen, para qué les pagamos?
Me parece que en el debate ciudadano, lamentablemente es así, el tranvía se ha dado ya por perdido, a más de cinco años de la terminación de las obras del polémico transporte público, y sin siquiera plantearse la posibilidad de ver si el sistema tranviario podía funcionar, ya que no se le ha concedido ni el beneficio de la duda, a estas alturas pocos jienenses confían en que se pueda ver a los vagones circular por esas vías que se extienden por casi cinco kilómetros de la ciudad. Tal vez sea el momento de tomar alguna decisión tajante al respecto, desde luego lo que me parece inadecuado es seguir mareando la perdiz y dejando que se eternice esa infraestructura en nuestras céntricas calles, que para los que vivimos aquí y los que nos visitan, es un monumento a la insensatez.
Las culpas están muy repartidas, como suele ocurrir con los grandes temas de Jaén. En este caso que nos ocupa, la Junta, gobernada por socialistas, con el aval de destacados próceres del socialismo jienense reinante, hoy todos ellos fuera de cobertura, y el beneplácito del Ayuntamiento de la época, en los días de vino y rosas, cuando se compartían proyectos y fotos para el recuerdo, pusieron en marcha el proyecto, una obra de campanario, una manera tal vez de empezar la casa por el tejado, porque el sistema tranviario se colocaba en el primer lugar de una larga relación de necesidades, tal vez buscando el impacto de la imagen más que la mejora de la vida ciudadana. Los que han venido después, compañeros de quienes tomaron hace años las decisiones, no han tenido otra opción que defender el legado, en algunos casos defender lo indefendible. Y qué contar del gobierno que heredó el tranvía, con Fernández de Moya como principal enemigo, hasta el punto de que había dejado dicho, para que le escuchara todo el mundo, que jamás se montaría en esos vagones. Por tanto en su trayectoria todo han sido trabas, renuncias, enfrentamiento, excusas, aparte de razones económicas sobre las que nunca se llegó a discutir desde unas premisas de hacer todos los esfuerzos necesarios para poner en marcha el dichoso tranvía.
No soy un fervoroso defensor del tranvía, pero no por nada, sino porque como Santo Tomás, me hubiera gustado verlo funcionar. Sí me extraña que los estudios de viabilidad encargados, casi todos de parte, es decir, mediatizados por los respectivos intereses, no se hicieran con carácter previo al inicio de la obra, o es que se guardaron en un cajón para no asustar y para que no contribuyera a avivar más una polémica que fue intensa, con una ciudad dividida en torno al tranvía. Tampoco estoy totalmente en contra, insisto en que se le debió dar una oportunidad, al menos por respeto a la inversión realizada que se ha cifrado en el entorno de los 120 millones de euros, que se dice pronto. Se podía hacer hecho un gran hospital y una Ciudad de la Justicia, y posiblemente algo más de lo mucho que hay en el capítulo de pendiente. Pero igual estábamos ante un transporte útil, moderno, menos contaminante, en fin, al menos se pudo probar ya que el gasto había que hacerlo sí o sí.
Sinceramente pensé que con la llegada a sus respectivos cargos del actual consejero de Fomento y Vivienda, el jienense Felipe López, y a la Alcaldía de Javier Márquez, el panorama podía cambiar, en función de la capacidad de diálogo de los dos interlocutores. Pero tampoco, salvo alguna foto amigable y puro marketing político, y la comisión que se creó al respecto ni siquiera ha hecho públicas sus conclusiones y va para ocho meses que se constituyó. En esto lleva parte de razón el alcalde, la Junta echa balones fuera para justificar el verdadero problema que tiene, la incapacidad económica, por eso manda al consejero a dar la cara y éste se presta a pesar de que está en poder de toda la información, pero quien paga manda y aquí todo el mundo hace su papel, qué le vamos a hacer y además nadie mejor que Felipe López para saber que en Jaén nunca pasa nada, que esta es zona libre de críticas.
Pensaba, qué iluso, en un milagro, pero ya veo que no existen al menos en este ámbito, que en algún momento se podía pasar página a esta historia y llegarse a un acuerdo en favor de Jaén, es decir, que el Ayuntamiento empezara a transigir en la medida en que lo permitiera su evidente ruina económica, y que Felipe López se colgara una medalla para legitimarlo en su tierra como el único gestor que podía hacer compatibles los intereses de la Junta con los de una ciudad de siempre preterida por todos los gobiernos. Pero qué va.
Las posiciones están muy definidas, la Junta ofrece pagar el 40% del déficit y el Ayuntamiento no se sale de su guión que es preguntarse continuamente de dónde saca el dinero para costear este transporte, si no tiene ni para pagar las nóminas a fin de mes. Los socialistas le piden a Márquez que defina sus prioridades y se permiten indicarle de qué partidas puede arañar algún dinero, pero este planteamiento no es del todo riguroso. La verdad es que las dos administraciones se han enrocado y como suele ocurrir en Jaén con todas las cuestiones importantes, ya nadie da un duro por el tranvía, pienso que a estas alturas en vez de seguir eternamente flagelándonos con este desvarío, lo que debiera esta ciudad es colocar el R.I.P. de manera rotunda. Ya sé que es una barbaridad y un despilfarro sin sentido, pero es peor mantener unas vías durante tantos años que de manera permanente nos recuerdan el sino de abandono e ineficacia que desde hace tiempo soportamos en Jaén, que es tanto como decir que qué mala suerte hemos tenido con los políticos que hemos padecido.
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El tranvía es un retrato al natural del fracaso para Jaén de la política y los políticos.