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Reconozco que no me gusta demasiado la palabra “autoestima”, no porque no defina bien un propósito noble, sino porque a fuerza de usarla mal la hemos incorporado al catálogo de nuestros más entrañables tópicos. ¿Autoestima? La única que aceptamos es la de encarar el futuro y echarle mucho coraje, porque es claro que la pasividad no va a solucionar ni el menor de nuestros problemas. Tenemos que cambiar el victimismo o peor aún, el derrotismo, por la acción.

Es hora de aprender de los errores, de implicarse hasta los tuétanos, y colocar a Jaén como la tarea prioritaria, impidiendo que puedan tener más fuerza los niveles de discusión y de pelea continua entre administraciones ciegas, que juegan, desde hace rato, tan insensatas, con los intereses de Jaén. El caso de la capital es bien expresivo de una parálisis provocada al tiempo por la falta de liderazgo político y por los vicios que ha ido dejando la desidia, mientras los ciudadanos miramos hacia otro lado y no exigimos con contundencia, al más puro estilo Jaén. Sentimos envidia de esos pueblos que se han transformado gracias a unos líderes, especialmente alcaldes, que han soñado lo que querían para sus pueblos, y con mucho amor y entusiasmo contagioso han sacado los proyectos adelante luchando contra todos los molinos de viento de las adversidades. Esos son los ejemplos, nunca la rutina, la resignación, o la expresión francesa de “Laissez faure et laissez passer, le monde va de lui  même” (dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo)…

El dichoso tranvía, la Catedral, la Ciudad de la Justicia, el Conservatorio, la negación de un gran hospital, el casco antiguo que se nos muere, un tren impropio de una capital, los barrios que no se cuidan, las zonas verdes que nos deben, los anuncios de centros comerciales que se eternizan, un comercio tradicional que por contra en muchos aspectos languidece, demasiados impuestos para tan precarios servicios, políticos que tantas veces son el problema y no la solución, tradiciones que se ignoran, planes y más planes que no funcionan, etc.,etc., y podríamos seguir de la mañana a la noche sin parar. La lista es mucho más larga, y lo peor, sigue inamovible. No hay dinero, es cierto, pero tampoco se busca entre las piedras el bote salvavidas. La resignación en estado puro, y llorar amargamente por las esquinas, eso es todo.

Arrecian los problemas y, mientras, perdemos el tiempo discutiendo del sexo de los ángeles. Lo peor es que el enemigo, esta indolencia, vino para quedarse. Como dice el refrán “Donde no hay harina, todo es mohína”.

 Algunos políticos merecerían irse o que se les corriera Paseo de la Estación abajo -entiéndase, por favor, metafóricamente, o no,-, ya que de otra manera parecen no enterarse de sus niveles de responsabilidad, y pierden el tiempo en fantasías y estériles ensoñaciones. Lamento el tono al que hay que recurrir, pero antes que las derivas nos ahoguen, estamos obligados a cuidar de Jaén y a confiar en que determinadas situaciones no sean finalmente irreversibles. Y al menos a no caer en la omisión, que es otra forma de complicidad. ¡Ay mi Jaén, nuestro Jaén!

(Comentario emitido hoy en el programa La Colmena, en Radio Jaén)

 

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