Del monotema de la semana sigue habiendo mucho que decir, hay municición informativa suficiente para seguir con el culebrón del Plan Colce, y volveremos a recuperar argumentos, pero por ahora mi único objetivo es que hable la sociedad civil, el clamor del pueblo, que el domingo va a salir a la calle. Después nos va a sobrar tiempo para ir profundizando en la cantidad de interrogantes que se esconden tras la irritante frustración de Jaén.
Es evidente que se ayuda a Jaén tanto con la exaltación de sus valores y sus potencialidades, que por fortuna le adornan en abundancia, como también haciendo un juicio severo pero al tiempo constructivo de sus rémoras. No podemos seguir perdiendo el tiempo imitando a Franco cuando decía que Jaén le quitaba al sueño al socaire de otra de las frustraciones, el Plan Jaén. El insomnio es un viejo defecto de muchos políticos, también de ahora, pero los ciudadanos ya es momento de que nos manifestemos en vigías permanentes para que le llegue su hora a esta tierra cenicienta que siempre dio más que recibió.
En Jaén la historia está cargada de sueños, de esperas que a la larga se han convertido en una manera de ser, y esto que tanto nos ha estorbado ciertamente también tuvo alguna vez su origen en un enorme sentido de la generosidad y el desprendimiento. Hay que plantarse, al menos esta es la teoría que defendemos, y el principal reto debiera ser abandonar esa herencia histórica que nos ha colgado el sambenito de la resignación y a partir de ahí no perder ni un solo minuto en algo que no se relacione con el futuro.
¿A esta provincia no le falta autoestima, no le falta ambición, no le sobran contradicciones, no le pierde un cierto complejo de inferioridad, no le produce un daño de enorme calado una espera permanente en no se sabe qué, pero que es una manera de inhibirse de la tarea de compartir el futuro entre todos? ¿Y no le sobra igualmente conformismo de una sociedad poco acostumbrada a alzar la voz, con igual firmeza que serenidad, para la defensa de sus intereses?
Ha llegado la hora de poner en orden las ideas y acostumbrarse a hablar en Jaén con otro lenguaje, mucho más exigente, menos complaciente, donde se denote la mentalidad nueva y responsable de un cuerpo social militante de su tierra, que es una de las primeras exigencias, porque no todo se puede esperar de los demás, ni siquiera de quienes democráticamente nos representan como parece ser la creencia más extendida, sino que el futuro hemos de escribirlo entre todas y todos, cada cual desde su posición y responsabilidad.
En este sentido y como un ejemplo entre muchos que se podrían utilizar de la historia más o menos reciente, hay un testimonio que data de 1878, cuando se celebraba un acto en la capital en el que el ministro de Fomento, que por esa época era Queipo de Llano, respondió de forma contundente a un valiente y reivindicativo discurso del director entonces de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, exigiendo, y algo ha llovido, buenas comunicaciones férreas, que aún hoy nos siguen faltando y que constituyen, dicho sea de paso, un estandarte del fracaso de la política y de la sociedad, de los dos, a lo largo de los tiempos.
Pero bueno, decía Queipo de Llano: “La locomotora no la proporcionan los gobiernos ni las influencias de nadie; la locomotora busca riquezas y elementos y allí donde los encuentra marcha, allí se presenta. Si algún día humea el vapor en esta vieja capital, no agradecerlo al Gobierno ni a nadie, sino a vosotros mismos, que habréis demostrado que os sobraban elementos para dar vida a vuestro anhelado ferrocarril”. Es una respuesta demasiado frecuente, pero bien sabemos que la espera complacida, le ha jugado a Jaén muy malas pasadas, eso y el caciquismo cuando no la falta de compromiso de tantos y tan destacados políticos como ha dado este pueblo nuestro.
También tengo siempre a mano, a propósito de la resignación, para que no caigamos en errores de siglos, el elocuente texto de la carta que hace casi una centuria escribiera el entonces prohombre de esta tierra don José de Prado y Palacio al eminente periodista y director de Don Lope de Sosa, don Alfredo Cazabán Laguna.
Le decía así el político al periodista: “Jaén, por ahora, no puede aspirar a ser entre sus hermanas andaluzas una ciudad de primer orden en los aspectos de la vida material; sería una locura soñar con algo que pudiera ser emulación de vida comercial e industrial de Sevilla, de Málaga, de Granada y de Córdoba: pero lo que yo firmemente creo y me propongo, es aspirar a ser la ciudad más culta, más progresiva de Andalucía, y si logramos serlo, Jaén, con su atrayente modestia, con sus calles empinadas, tortuosas y estrechas; Jaén asomado a las vegas del Guadalbullón y del Guadalquivir desde las pendientes rocosas de su viejo Castillo, entre murallones medio destruidos y huertos medio abandonados; Jaén el histórico, Jaén el del Santo Reino, Jaén el de las bellas leyendas, Jaén el de las Navas y Bailén, no tendrá los bríos de las aureolas de otras ciudades andaluzas, ni el encanto de sus luces deslumbradoras, ni será rosa de púrpura sevillana, ni blancura de azahar malagueño, ni frondosidad de granadino arrayán, pero podrá ser y será, albor de amanecer del alma andaluza a una nueva y más fecunda vida, perfume de violetas del sentimiento andaluz fundido en un nuevo y más progresivo espíritu”. Termina la cita. Muy bella y sentimental. Y un retrato al vivo.
Es un testimonio de cientos que hay a lo largo de la historia sobre las renuncias de Jaén, eso sí, adornadas con muy bella palabrería. Y eso que hablamos de José de Prado y Palacio, que según recogen los cronistas no fue de lo peor que hemos tenido en personajes políticos. Nacido en Jaén en 1865, y fallecido en 1926, fue ingeniero y político, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes durante el reinado de Alfonso XIII, así como alcalde de Jaén y alcalde de Madrid. Ostentaba el título, que era emblemático, de Marqués del Rincón de San Ildefonso, y un sinfín de cargos y prebendas. Publicó su libro “Hagamos patria” y fue asimismo impulsor, entre otras cosas, de la Liga por la Cultura de Jaén.
Se le reconocía una gran agudeza con la pluma. Un ejemplo son dos composiciones contradictorias, ‘Jaén, bella población’, y ‘Jaén, infame lugar’. La primera la hizo cuando pedía el voto para ser elegido diputado a Cortes, y la segunda, decepcionado, por no recibir el apoyo que esperaba.
Esta es su dedicatoria elogiosa a la ciudad de Jaén:
Jaén, bella población.
Fue por Asdrúbal fundada,
nació en ella un Escipión,
su gente es buena y honrada
y de mucha educación.
Y eso de que «roncan»… ¡¡Nada!!
Es una exageración.
Y esta otra, la pieza satírica cuando los jienenses le dieron la espalda:
Jaén, infame lugar.
Sus habitantes villanos,
los ricos tontos y vanos,
y el mujerío pelgar.
Sólo el templo es singular.
Las monjas impertinentes,
y los frailes pordioseros.
¡¡Dígame!! En este lugar,
¿Qué pintará un forastero?
La verdad es que no todo fue resentimiento. De Prado y Palacio influyó en la expansión y modernización de Jaén y fue el único alcalde que soñó con un Jabalcuz a la altura de sus méritos, pero no tuvo tiempo de llevarlo a la práctica. Después de él nadie lo ha vuelto a intentar.
He recuperado este recuerdo para confirmar que hoy como ayer esta ciudad ha padecido sus políticos, pero también nos recuerda lo que Jaén pudo ser y no es. Ahora muchos creemos que hay un nuevo despertar porque existe rebeldía cívica, ojalá sea cierto para que las generaciones que nos sucedan nos traten a nosotros y a nuestro talante con misericordia y si algo cambia sean indulgentes con nuestra atávica indolencia.
Foto: La historia nos recuerda con numerosos testimonios lo que Jaén pudo ser y no es.