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Antonio Garrido

En este momento histórico que estamos viviendo, cuando la sociedad civil reacciona ante un olvido político que es endémico, y que afecta por igual a los gobiernos de Madrid y de Sevilla, aunque la gota que ha colmado el vaso ha sido una afrenta de la Administración Central, de la que nadie ha tenido el gesto respetuoso de dar explicaciones, lo que constituye otra bofetada política a nuestra dignidad, podemos abordar el eterno debate sobre el papel de Jaén en Andalucía que ha sido muy tratado y que está presente incluso en las letras de canciones populares como la que cantaban Luisa Linares y Los Galindos, que nos recuerda que “hay quien dice de Jaén que no es su tierra andaluza, yo quisiera que esas gentes me ayudaran a decir, a qué región pertenece”. Parece que a estas alturas ya no admite discusión alguna que somos una parte de las ocho en que está formada Andalucía, pero ha habido mucha literatura y se han establecido distintas interpretaciones.

En un libro del escritor jiennense Manuel Medina Casado, “Andalucía desde Jaén”, se estudian precisamente las aportaciones de este pedazo de geografía al acervo cultural andaluz, y está tratado con rigor y respeto a la historia y a la realidad de hoy. Es ahí donde se reconoce lo que todo el mundo sabe, que la situación geográfica de esta provincia la colocó en el papel de “frontera”, con Castilla exactamente, la región que más contribuyó a la cohesión del Estado español, como reconoce el autor. Y no debe ser casual que se libraran batallas decisivas como la de Bailén o las Navas de Tolosa, y tampoco puede olvidarse con respecto a las señas andaluzas el enclave estratégico que Jaén jugó, por ejemplo con la Junta Suprema de Andújar en el año 1835.

Lo más fuerte con respecto a la identidad andaluza de Jaén aparecía escrito en el periódico “Democracia”, órgano del Partido Socialista, en el año 1933. Reproducimos: “Jaén no es Andalucía, que no se asombre nadie por esta verdad tan seca que casi parece un exabrupto”. Y tras decir que “esto lo está demostrando constantemente su geografía, su historia, su arte y su economía”, insiste en que Jaén tampoco es Castilla, ni la Mancha, ni el Levante, y defiende el articulista que “Jaén es Jaén: es decir, un pueblo aparte en el mosaico peninsular con sus características propias y esenciales…”.

Decimos que a estas alturas el debate no da seguramente para más, pero como tópico sigue con alguna vigencia, bien es cierto que no se es andaluz por decirlo más, ni por exhibirlo como categoría. También Úbeda y Baeza pueden parecer Salamanca y no lo son, precisamente constituyen orgullo del Renacimiento andaluz. Machado colocó a Jaén a medio camino entre andaluz y manchego, y él fue precisamente el que para alabar a los “benditos labradores” de esta tierra, enfatizó duramente contra ese espécimen de terrateniente del olivar: “los bandidos caballeros/los señores/devotos y matuteros./”

Si otras provincias, de esta misma región natural, -no digamos de otras- presentaran los activos que tiene Jaén, seguro que le hubieran buscado transformación y rentabilidad. No hay más que hacer un recuento de nuestras potencialidades, desde el mismo olivar, sostén económico acomodado a la propia manera de ser y a la mentalidad de Jaén; hasta una vastísima riqueza monumental, que poco a poco se ha logrado ir poniendo en el escaparate donde ahora hay que estar, muy al contrario del obsoleto refrán de que “el buen paño se vende en el arca”. Jaén nunca se ha sabido vender. Hasta ahora que hay una reacción y favorable.

¿Jaén? Hoy somos un paraíso interior con cierto caché, menos mal, pero la imagen que se ha proyectado tradicionalmente ha sido de una tierra indolente, con sus olivos y sus atracciones para el turismo, que ni nosotros mismos hemos reconocido. Otras provincias a la sombra de sus mismos recursos han buscado banderas de enganche, casos de Sevilla, Málaga, Granada, Almería, etc. ¿Pero en Jaén, qué? Ni siquiera ha sido posible coordinar inversiones que resulten verdaderamente productivas para el progreso y la modernización, aunque se nos llene la boca a base de reiteraciones al fin estériles.

Los políticos de las diferentes administraciones rivalizan y hasta se pelean entre ellos tratando de demostrarnos que unos apuestan más que otros en beneficiar al interés de los jienenses, y lo hacen casi haciéndonos creer que el dinero sale de sus propios bolsillos en lugar de una cuenta del Estado que pagamos todos. Esas cuentas que parecen en ocasiones las del Gran Capitán nos muestran una cara de la abulia, por llamarlo suavemente, que no se merece el común de los jienenses por muy resignados que seamos.

El caso es que Jaén es la Puerta de Andalucía, y que en ese Geen (paso de caravanas) que ha sido nuestro signo desde siempre, no se ha aprovechado, tal vez por sus otros complejos, ese capital tan evidente de ser la llave para entrar y para salir de toda una comunidad autónoma. Este Jaén no puede ser llave y puerta sin ser al tiempo plenamente andaluza de hecho y de vocación. Por algo el recordado cronista Luis González López llamó a Despeñaperros “la puerta de la felicidad”.

En fin, no se trata de salirnos “por los cerros de Úbeda” y por ello no nos puede alegrar para nada el tópico de figurar en los últimos puestos de bastantes medidores y que cuando a alguien se le ha ocurrido que Jaén se merece un aeropuerto, aunque sea de juguete, soltemos la carcajada que es una muestra de lo contrario a la ambición, aunque el aeropuerto necesite acompañarse de otras realidades. Pero el tópico de ser la “única” nos estorba. Y por supuesto de aparecer a veces como una provincia pobretona y sin recursos, cuando no es verdad aunque esto sea compatible con la existencia de centenares de problemas, algunos realmente graves.

Incluso el siglo XX, al que hace poco dijimos adiós, que se mostró, hay que reconocerlo, como bastante innovador y se vieron importantes avances en muchos y variados aspectos, pasó por aquí de puntillas. Y es justamente ese el diagnóstico, todo parece que nos cuesta más en Jaén y bastaría con recurrir al tren tercermundista que padecemos. Tienen peor fama los políticos que siempre se ha dicho que han de reconocerse, como los demás mortales, por sus obras; y no se trata sólo de los de hoy, también los de ayer. Y lo mismo los empresarios y otros sectores que, con sus excepciones, siguen dando poco para superar esa barrera infranqueable de la flojedad y el desánimo, y se requiere el hombro de todos.

Hay quienes dicen que el retraso de Jaén empezó hace más de quinientos años y creen poder justificarlo. De ser esto cierto, en el año 1992, cuando se celebraron esos fastos del V Centenario, donde por aquí apenas pudimos llegar con la yema de los dedos a tocar la inmensa tarta que tanto dejó en otros territorios andaluces, puede que menos perezosos y más combativos que nosotros, se nos pasó otra ocasión.

Tal vez perdimos la oportunidad de celebrar el quinto centenario de nuestra decadencia y desdichas, porque esos más de quinientos años no han sido suficientes, parece, para remontar vuelo, y ello pese al ofrecimiento de cheques en blanco, de discriminaciones positivas y todo eso que se nos ha vendido no digo como humo pero que al menos desde Jaén, por la responsabilidad de unos y otros hemos convertido en brindis al sol y afirmación categórica de la pereza. Se hizo poco y bastante mal, y todavía colean proyectos, en el mejor estilo Jaén, a la altura de este siglo XXI que nos habíamos puesto como meta para un verdadero cambio, esa modernización que como todo se nos queda un pelín distante.

Los siglos XIX y XX, los anteriores, hay que conocerlos, por lo menos lo más sustancial, para llegar a entender que el alma de Jaén esté divorciada de su progreso. Fueron épocas de venir a menos; el caciquismo, los problemas sociales, el declive de la minería, la pérdida de muchos trenes (no sólo el ambicioso Baeza-Utiel que al fin se cargó un informe del Banco Mundial); una guerra incivil que si fue nefasta para toda España fue muy dura en Jaén con singular violencia y duración, a lo que siguió una posguerra triste, con hambre y miseria.

Ni el Plan Jaén, con sus cosas buenas, que las tuvo, pudo romper la pereza y colocar a la provincia en el mismo horizonte que otras, de ahí que los niveles de renta y otros marcadores económicos y sociales hayan variado poco, incluso reconocidos los esfuerzos de las administraciones, pero en los años sesenta y setenta se despobló el campo, por falta de rentabilidad; se inició la dolorosa sangría de la emigración y además empezaron a irse los jóvenes y mejores dotados; se llenaron las ciudades al amparo de nuevas industrias y de alcaldes que en su tiempo dieron la talla, pues no todos hablaban y entendían el mismo lenguaje. Por desgracia esa deriva tiene plena actualidad, Jaén sigue siendo, según datos ofrecidos recientemente, la provincia con mayor saldo de salida de trabajadores. Siempre a la cabeza o a la cola, según de qué se trate. Se siguen yendo nuestros jóvenes, bien formados y preparados, a estas alturas no podemos extrañarnos, si además le sumamos el hecho demográfico, de que estemos perdiendo población en una sangría imparable.

De cara este día de Andalucía cada año los jienenses tenemos una sensación extraña de nuestra doble identidad de jiennenses y andaluces, porque entendemos que queremos a nuestra tierra como los que más, pero la autonomía, que en sí es un buen instrumento para el autogobierno, como puede desilusionar es creando agravios comparativos, desigualdades y desequilibrios, ocurra o no de manera consciente.  Y esta capital y su provincia que se sumaron con entusiasmo al fervor por el 28-F siguen esperando una respuesta de su gobierno andaluz, ahora en las antípodas del anterior, a una deuda que desde antiguo la autonomía tiene que pagarnos para que percibamos que en la práctica esta forma de hacer política nos llega y no sintamos la frustración de haber cambiado Madrid por Sevilla.

No vamos a hacer una relación pormenorizada de nuestros reproches, pero cualquiera sabe que la lista de agravios es considerable y que Jaén espera mucho más de su autonomía que lo que ha alcanzado en este momento. Esta no es una afirmación vana, está basada en hechos objetivos. Nunca hemos querido que Jaén sea más que nadie, pero tampoco soportamos que sea menos y que se vaya quedando atrás en tantos aspectos. Y lo peor es que no nos ponemos de acuerdo ni en la percepción ni en el lenguaje. La sociedad reclama lo que es justo y los políticos que han servido a la institución autonómica creen que se han hecho todos los esfuerzos que Jaén reclamaba. Es evidente que una parte tiene desenfocada por completo la realidad, y mientras tanto la provincia sigue esperando un trato de justicia, en base al equilibrio territorial, la convergencia, y a la situación real desde el punto de vista económico y social.

Aunque no es momento para profundizar en los desencuentros, por desgracia no faltarán oportunidades. Por eso prefiero señalar que estamos orgullosos de ser andaluces, nos vemos identificados en ese himno que es de todos, y donde con tanta contundencia se habla de Andalucía, España y la Humanidad, sólo que nos gustaría poder ilusionarnos aún más y tener fe en nuestro papel en esa Andalucía de todos. Ese es el escenario que añoramos hoy ante el  28-F. Somos y nos sentimos andaluces y necesitamos demostrarlo, pero al tiempo que nos lo demuestren las instituciones que están obligadas a dar ejemplo de solidaridad y de atención. Esperemos que los políticos hayan tomado nota de que ha llegado a todos los efectos la hora de Jaén en nuestra autonomía, no es posible abundar en tanta acumulada indiferencia. Pero vayan por delante los sentimientos, sin los cuales seríamos un pueblo sin alma. Eso somos, Andaluces de Jaén, y bien que lo plasmó Miguel Hernández en su poema “Aceituneros” al que hemos hecho himno de la provincia para que lo tengamos muy presente, sobre todo su significado, y seamos capaces de levantarnos cuantas veces sea necesario, como ya hace nuestra sociedad civil, para exigir el puesto que merecemos en el concierto español y andaluz

 

 

 

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