Por IGNACIO VILLAR MOLINA / Cuando en 2013 escribí el primer artículo referido a las criptomonedas no podía imaginar que casi diez años más tarde su introducción y, lo que es más importante, su expansión, alcanzaría las cotas de aceptación tan elevadas y generalizadas que está logrando ahora debido a su penetración en los mercados y en el ámbito de los inversores particulares minoristas, su progresiva introducción en los mercados de futuros, y su difusión en los medios económicos. El número de usuarios de las plataformas de compraventa de criptomonedas ha crecido exponencialmente en España. En concreto, el volumen de los clientes que realizaron alguna transacción durante el primer trimestre de 2022 se multiplicó por 11 respecto al mismo período del año anterior, según datos ofrecidos por la plataforma Fintonic. Así mismo lo confirman los resultados de una encuesta publicada recientemente en nuestro país, ya que un 14% de los encuestados usaba o poseía criptomonedas en 2021.
Sin embargo, no han variado, en absoluto, las reservas que ya en aquel artículo ponía de manifiesto con respecto a la seguridad y riesgo que entraña la operativa con este tipo de activos. Es unánime la advertencia de los Banco Centrales más importantes del mundo sobre la falta de garantías de que adolecen estas monedas, la inexistencia de una regulación oficial que permita enmarcar su operativa, la desprotección total para los inversores, sobre todo para los particulares, la imposibilidad de amortizar las pérdidas financieras que puedan generar en caso de que la plataforma que las promueve se declare en situación de quiebra o abandone sus funciones de intermediación, dado el carácter de anonimato que las ampara, y, por último, la posibilidad de poder ser utilizadas en el blanqueo de capitales, lo que supone un riesgo añadido a las prevenciones señaladas anteriormente.
El fuerte vínculo emocional que muchos inversores mantienen con las criptomonedas, basado en poco más que la quimera de una rápida riqueza, olvidando que para que se consolide esa ficción debe haber otro inversor que crea que, a la altura de la cotización en ese momento, existe margen para alcanzar la revalorización pretendida, y así sucesivamente hasta que se demuestra que la cadena se pueda romper porque su solidez es muy etérea. “He renunciado a predecir su muerte inminente. Siempre parece haber una nueva cosecha de creyentes…” Así se expresaba el Nobel de Economía, Paul Krugman, en diciembre pasado al referirse a la supervivencia de estas monedas digitales. Y, por otro lado, Ángel Barbero, profesor de EAE Business School y director de estrategia de Nateevo, enfatizaba: “no habiendo nada tangible, hay que construir una historia alrededor de la moneda. Hay que darle una épica parda para que la gente se vincule…, la épica de algo que no deja de ser magia, y que mucha gente utiliza como si fuera una apuesta”. En su momento más álgido, la capitalización de las criptomonedas escaló hasta los tres billones de dólares. Ahora, tras el reciente desplome, el valor de las casi 20.000 divisas digitales es de 1.2 billones, ¿quién perdió 1.8 billones de dólares?, seguramente los creyentes de última ronda.
Son muchos millones de inversores en el mundo los que están probando suerte en la pirámide de la fortuna. Cuesta creer que un país como Argentina sea uno de los más avezados en el uso del bitcoin, quizás la explicación esté relacionada con las décadas de desconfianza en su sistema bancario, en la elevada inflación endémica de su economía, y en las restricciones habituales para cambios de pesos por cualquier divisa estable. Por el contrario el FMI está exigiendo al Banco Central Argentino poner freno a esta ola de desvíos hacia las monedas virtuales si quiere reestructurar su deuda que asciende a 44.000 millones de dólares. Otro episodio aparte es El Salvador, donde muchos, incluido el gobierno, están tras el rastro de los inmensos capitales perdidos equivalentes al próximo pago previsto de la nación a los tenedores de bonos.
Por otra parte, la revalorización experimentada por alguna de esas monedas, pese a su volatilidad, como el bitcoin, cuyo valor de nacimiento se ha multiplicado por 25, ha enloquecido a un buen número de inversores en el mundo, que se han convertido en millonarios virtuales aunque comprueban cómo el valor de sus monedas no encuentran contrapartida en las monedas oficiales, ante la complejidad a la hora de materializar las plusvalías latentes.
A pesar de las prevenciones y alarmas difundidas por los organismos reguladores, no existe una posición crítica contra las nuevas tecnologías aplicadas al sector financiero ni de la aparición de las monedas virtuales, sin embargo todos coinciden en la necesaria y pronta regulación de su creación y operativa, incluso, algunas entidades se plantean el desarrollo de iniciativas de divisas virtuales que incluyan las imprescindibles seguridades jurídicas y protectoras para los inversores.