Por EDUARDO LÓPEZ ARANDA / Hace la friolera de treinta y ocho años cuando, sirviendo a España, en el desaparecido y querido Grupo Ligero de Caballería IX, sufrí una lesión de rodilla que marcó mi vida en prácticamente todos sus órdenes.
Una lesión, mal diagnosticada y peor tratada dio lugar al paso asiduo por quirófanos y consultas. Pero lo peor no fue la falta de diagnósticos precisos y certeros. No. Lo peor era el desinterés y desidia de médicos, enfermeros y demás personal de aquella “clínica militar” ubicada en el Hospital Princesa de España, de Jaén. Recuerdo con desasosiego una de las veces en que pasé por quirófano. Fue deplorable ver como un matrimonio de ¿médicos? pugnaba entre ellos a ver a quién le caía el muerto para hacerme la artroscopia con los únicos argumentos de horas de descanso y desayunos. Mala res la que me tocó lidiar y de infausto recuerdo. La ínfima profesionalidad de aquellos personajes -algunos de los cuales siguen en activo, por lo que no voy a dar nombres- se puede calibrar con un pie de rey. La desgana, la apatía, el desinterés, la falta de ambición científica son malos compañeros de viaje para quienes han optado por dedicarse al noble arte de la Medicina. Ellos y solo ellos, destrozaron la rodilla y las ilusiones de un chaval de dieciocho años.
Soy creyente y creo en la Providencia. Dios tiene un plan con nosotros y es necesario ir descubriéndolo día a día. Recuerdo, ya licenciado, mis idas y venidas al Hospital Militar Gómez Ulla pues aunque el Ejército -al que nunca querré lo suficiente- se desentendió de mí, conseguí reabrir un proceso que no cuajó y que culminó con cinco mil euros de indemnización. ¡Qué poco valen las cosas para la Administración! El caso es que, en el último reconocimiento que se me hizo, un Coronel médico, cuyo nombre no recuerdo, me habló con la franqueza y claridad del médico y del soldado. Siempre recordaré sus palabras, tras ver unas simples radiografías:
- He visto las placas y no quiero decirte lo que viene.
A lo que yo contesté:
- Soy carne de prótesis, ¿verdad, mi Coronel?
Su asentimiento, lo dijo todo.
El proceso avanzaba firme y seguro; inexorable. Solo confiaba en mi queridísimo amigo Ricardo Cobo López, grandísimo médico y mejor persona. Él me iba marcando la pauta para conservar en la medida de lo posible la integridad articular y me infiltraba y trataba cuando era necesario, con la disponibilidad permanente del amigo. Es entonces cuando me proponen un procedimiento llamada osteotomía varizante, aconsejándome Ricardo que bajo ningún concepto lo hiciera por lo doloroso del postoperatorio y las pocas garantías de éxito cuando por mi edad -treinta y seis años- el futuro se avecinaba duro y oscuro.
Fue en esa situación de desesperación -una más- por el dolor y la impotencia funcional cuando, de una forma providencial, llega a mis oídos la existencia de la Clínica CEMTRO. Fue leyendo la prensa. En septiembre de 2002 relataba el diario ABC que José María Aznar había sido intervenido de un problema en el pie en CEMTRO por el Doctor Guillén. Ese mismo día, apoyado por mi mujer, pido cita en la clínica. Justo un mes después, estaba operado habiéndome colocado un injerto de colágeno en la zona del menisco externo que ha durado veinte años. Con dolores, sí; con limitaciones, sí. Pero retrasando el proceso.
En veinte años, hasta el día de hoy en que me han colocado la prótesis, imaginen el número de vistas a la Clínica.
Todo este tiempo, los viajes, las consultas, los procedimientos…suponían un alivio para el cuerpo y el espíritu. Digo bien: el espíritu. Porque jamás he hallado unos profesionales desde el último operario hasta el propio Dr. Guillén, trabajando con inefable vocación de servicio.
Asumo el riesgo que comporta dejar injustamente decenas de nombres en el tintero pero no hay más remedio. A pesar de ello, quiero personalizar el paradigma del espíritu de servicio de la Clínica en el doctor don Pedro Guillén García y en el doctor don Tomás Fernández Jaén, además de mostrar mi agradecimiento ex toto corde al personal de la secretaría del Dr. Guillén donde están Carmen, Dolo y Aure, los ángeles custodios de la consulta y el elemento tranquilizador cada vez que allí se acude. ¡Y cómo no! a las fisioterapeutas Cristina y Mar.
No voy a entrar en el altísimo nivel científico de los doctores mencionados. Ello se puede comprobar fácilmente en los foros especializados de fácil acceso. No. Yo quiero hablar de las grandes médicos que son mejores personas, ya que la magnitud del sabio va asociada indefectible y proprcionalmente a la humildad y sencillez como persona. De la atención diaria, sea fiesta o no; mañana, tarde o noche; del estímulo continuo al paciente haciéndole ver que su intervención es buena, necesaria y un recomenzar en la vida con un problema menos.
El Doctor Marañón en su libro Vocación y ética y otros ensayos, se refiere a la vocación médica como la cualidad intangible, superior «necesaria para ser un buen médico (…) atracción intransferible hacia su objeto, espíritu de sacrificio y aptitudes especificas (su práctica desinteresada, tantas veces comparada con el sacerdocio -para él la definición más pura de vocación-) y su estrecha alianza con la investigación científica por la «ineludible necesidad de investigar que el médico tiene, y que es, en el abogado o en el militar, contingencia muy accidental». En definitiva, para Marañón, vocación es servir, con todo lo que el vocablo encierra en sí mismo, algo que se encuentra acrisolado en todos los que en CEMTRO desarrollan su vocación y la viven, aquilatando día a día el inmenso valor de la Medicina.
Es admirable cuando más se necesita el contacto humano la palabra precisa y adecuada, la atención -tan simple como poner un termómetro- que llena de tranquilidad. Es tremendamente tranquilizador ver el cariño, el cuidado y la maestría con que se hace una sencilla cura, se retira una vía o se administra un fármaco.
El enfermo es el centro de gravedad de la Clínica. Todo gravita en torno a él y el personal se dedica en cuerpo y alma a atender las necesidades normales, prioritarias y urgentes de quienes están en el lecho del dolor con una sonrisa y una palabra de ánimo, de refuerzo positivo ante la adversidad.
Los doctores Guillén y Fernández, en quienes quiero concentrar los valores de toda la Clínica son un mundo aparte. La seguridad que les da su gigantesca formación se funde a partes iguales con el trato afable, cariñoso, casi filial con el paciente. Son el hermano, el padre, que está contigo en la consulta o en la hospitalización. Con ellos, por grave que esté la situación, uno no tiene más remedio que sentirse seguro y despreocuparse de qué pasará con las terapias a aplicar. Solo le queda al paciente si cree, encomendarse porque Dios siempre puede más como decía San Juan Pablo II. Y si no cree, ponerse en las benditas manos de estos hombres con toda la paz del mundo. Como todo en la vida, una intervención puede salir bien o mal. Lo que no va a faltar, desde luego, es la entrega abnegada, generosa y hasta heroica de todo el personal implicado en el proceso.
Y llegados al final, emociona, da fuerza, llena el alma de gratitud, alivia y casi hace olvidar el dolor oír al Doctor Guillén despedirte con un Dios te bendiga o recibir el abrazo del Dr. Fernández. El abrazo de un médico grande de cuerpo y alma, fervoroso hijo de la más admirable advocación de la Madre de Dios que habita en San Gil.
Esto es CEMTRO. La vocación llevada a lo más alto para que la Medicina sea alivio del cuerpo y del alma. Un sinónimo del término avalado por un cuarto de siglo de práctica incansable y entregada por los pacientes. Una familia que acoge al enfermo para que forme parte de ella, pues ahí radican los incontables éxitos de la Institución porque ¿hay satisfacción más grande que curar a una persona de la forma en que ellos lo hacen?
Foto: Los doctores don Tomás Fernández Jaén y don Pedro Guillén García.