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Imagine que abre una cafetería y para conseguir clientela fija sirve los desayunos a un euro, IVA y tostada incluidos. Imagine también que otro hostelero de la ciudad, que los sirve a cinco euros, le exige que eleve el precio so pretexto de que le va a quitar los parroquianos. Ahora deje de imaginar y analice las críticas vertidas contra la presidenta de la comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, por su homóloga de Andalucía, Susana Díaz, a cuenta de dos impuestos, el de sucesiones y el de patrimonio, que en la Gran Vía apenas repercuten en los beneficiarios mientras que en la Torre del Oro los aboca a la ruina. Hasta el punto de que heredar en la Andalucía de Susana es como escribir en la España de Larra: llorar. De ahí que el buen dato de la esperanza de vida se derive de que ni el hijo quiere que se muera el padre ni el padre quiere que el hijo acabe en Cáritas.

Cualquier persona que haya hecho la comunión, es decir, con uso de razón validado, entiende que lo lógico es que Díaz, en lugar de pedir a Cifuentes que suba los impuestos, baje los suyos para evitar el empadronamiento masivo del ceceo en la comunidad madrileña.  Lejos de eso propone que se unifiquen al alza ambos tipos impositivos en todo el país, a fin de dejar sin escalera de incendios a los que quieren escapar de la quema.  Para conseguir su propósito Díaz cuenta con el respaldo de las comunidades socialistas y con el silencio de una sociedad, la andaluza, que está en la cárcel y con miedo. Bastar ver los reportajes de Antena 3 en los que los denunciantes hablan de espaldas a la cámara, como si en vez de criticar una medida política estuvieran dándole a la policía datos sobre el paradero del Chapo Guzmán.

Si usted no es de por aquí tal vez le sorprenda que ciudadanos críticos con los impuestos se comporten como testigos protegidos. Tendré entonces que explicarle que el miedo del andaluz es como la autocensura del periodista del diario Pueblo, un acto preventivo. El periodista no criticaba a Franco por la misma razón por la que el andaluz no muestra su rostro ante la cámara: teme que le pase algo. Y aunque es para algo, no es para tanto. A mí el régimen me ha hecho la puñeta con cierto éxito, pero doy fe de que el PSOE ni te parte las piernas ni te envía matones ni mete una cabeza de caballo en la cama. Fuera de que a sus dirigentes les guste Cancún no tiene nada que ver con el cartel de Sinaloa.  Aclaro esto para que de una vez por todas la población andaluza cuando tenga que decirle cuatro cosas a la Junta, en lugar de ocultar el rostro, pregunte al realizador cuál es su cámara.

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