Por JOSÉ LUIS MARÍN WEIL / Durante el tiempo en que conjugamos el verbo confinar en su sentido más absoluto y todo nuestro mundo se detuvo tomé consciencia que la vida nos devolvería por duplicado aquello que entonces nos estaba reteniendo. No sólo nuestra libertad, sino también nuestra felicidad.
Y a la vuelta de dos años del año más raro de nuestras vidas volvimos a subir a la calle Maestra, a reencontrarnos en la puerta del Manila que ya no existe pero su puerta sigue siendo la que siempre fue. Y en ella, aquella norma no escrita que sigue perpetuando el punto de queda de la Tuna de Jaén al llegar el Lunes Santo.
Ese día en que volvemos a ver a los hermanos tunos que la vida los ha llevado a vivir en Galicia, Málaga u otros lugares. También el día en que todos nos volvemos a poner el grillo sin necesidad de justificarnos, porque simple y llanamente es nuestro día. Y ese día en que nuestros fundadores siguen sumando un nuevo Lunes Santo a sus ya más de cuatro décadas de tunería, orgullosos de poder seguir participando de una tradición que ellos iniciaron y el tiempo ha logrado consolidarla en nuestra ciudad.
Cuarenta Lunes Santo en el marco de una señera Cofradía que ha cumplido setenta y cinco de vida. Una historia dentro de otra historia que juntas engrandecen la Semana Santa de Jaén, dibujando en La Merced una estampa que no se repite de igual forma en otros lugares por mucho que ahora otras tunas también hagan lo propio en sus ciudades.
Sostengo el pensamiento que la tuna es música con valor añadido. Así me lo enseñaron mi padre y mis tíos, y así me lo inculcaron mis veteranos desde el primer día. Por ello esta enseñanza quise trasladársela a “Carrueco” y “Delito”, dos de nuestros novatos. Porque tras dos años de pandemia, por fin podían vivir y sentir lo que verdaderamente significa este día para la tuna a la que ellos quieren pertenecer.
E igualmente con “Chamán” y “Babero”, nuestros últimos becados junto con “Anakin,” quien precisamente lleva muchos años subiendo cada Lunes Santo a cantar, pero nunca lo había hecho sintiendo el orgullo de portar la beca verde en su pecho como tuno de Jaén de pleno derecho y cómo él mismo me dijo cuando abandonábamos las calles del viejo Jaén, este año fue muy emocionante.
Y ahí quedaron, para nosotros, para la cofradía, y para los jiennenses todas esas emociones que este mágico día nos regala y que se traducen en escenas que este año disfrutamos quizás más que nunca. Momentos que suceden, y a veces pasan inadvertidos a ojos de cualquiera, pero que esconden muchos significados.
Porque el Lunes Santo es una bandera que ondea al viento en la Plaza de La Merced luciendo el escudo de Los Estudiantes, pero también el “Insulino” llamando a la cuadrilla de costaleros de la que él formó parte en su día.
Es una salida de espaldas mientras suena “Virgen de los Clavitos” y las lágrimas de “Caín” cuando le canta a su Virgen de las Lágrimas.
Son casi diez niños impecablemente vestidos de tunos en los brazos de sus padres y varios fundadores que lucen el fajín de la Cofradía en su traje.
También es la beca al cinto de un tuno de Medicina, y alguna beca primigenia con pedrería y el escudo de Jaén que se sigue viendo.
Es el voluminoso guitarrón del “Pelos” y el discreto güiro del “Primo”, que siempre suena por ahí. Y el silencio que estremece con el sólo de “Flor Marchita” o el que impone mis tres panderetazos en la Plaza de la Merced rodeado por los míos para dar la entrada a un Lunes Santo más.