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Hacer botellón en la calle está prohibido, igual que está prohibido vender bebidas para hacerlo; ambas conductas están tan prohibidas como aparcar en doble fila o hacer obras sin licencia. Y lo están porque así lo establece una Ley, una norma, la que se ocupa del botellón en Andalucía, que, además, prevé que “la permanencia y concentración de personas que se encuentren consumiendo bebidas o realizando otras actividades que pongan en peligro la pacífica convivencia ciudadana fuera de las zonas del término municipal que el Ayuntamiento haya establecido como permitidas”, podrá ser objeto de una sanción que consistirá en apercibimiento o en una multa de hasta tres mil euros. Es decir, que si estás con tus amiguitos bebiendo en la calle, la policía te puede, o mejor dicho, te debe multar.

Conseguir que una norma sancionara el consumo de alcohol en grupo en la calle (es decir, que prohibiera el botellón) fue un proceso largo y complicado, consecuencia de la proliferación por toda Andalucía de esta forma de concentración de los jóvenes los fines de semana y del sinvivir y los quebraderos de cabeza de muchos alcaldes y concejales de Andalucía que carecíamos de medios para impedir que cada uno pudiera beber los fines de semana lo que quisiera y donde le viniera en gana.

En Jaén, en concreto, tuvimos que trabajar durante mucho tiempo para erradicar las concentraciones que se producían en lugares como la zona de Renfe, y que hacían que cada fin de semana cientos de vecinos tuvieran que soportar la “diversión” de los  jóvenes. Pero además de las molestias vecinales, las concentraciones suponían la puesta en marcha de dispositivos especiales de limpieza para poder dejar la zona “decente” una vez que los chavales habían decidido irse con la música (literalmente, en ocasiones) a otra parte.

Pero lo verdaderamente preocupante entonces y ahora es el consumo abusivo del alcohol y el hecho de que la única solución (en realidad parche) que se buscara con aquella Ley (vigente hoy) fuera trasladar el botellón allí donde la sociedad no pudiera verlo, de tal suerte que si los vecinos no ven a los jóvenes consumir alcohol a mansalva, el botellón no existe. Imaginemos que en los ochenta, en lugar de luchar contra el consumo de droga, se hubieran creado recintos para que los adictos pudieran consumir tranquilamente, a las afueras de la ciudad y sin que molestaran a los vecinos. Pues algo así, para que nos entendamos, se ha hecho al crear los «botellódromos», lugares donde los jóvenes pueden consumir cantidades ingentes de alcohol sin preocupación ni sanción alguna, olvidando lo esencial: que el alcohol también es una droga.

Hoy por hoy las cifras son escalofriantes y duele ver que tras tantos esfuerzos por tratar de reconducir unos hábitos perjudiciales, se abandonaran estas políticas una vez que el problema estaba en el extrarradio.

Esta Nochevieja en Jaén el botellón ha vuelto a ser noticia no porque exista, sino por el lugar donde ha sido. Es decir, que el drama que se ha vivido no es consecuencia de que siga habiendo establecimientos que vendan alcohol en sus bolsas verdes y que no haya autoridad que los persiga. Ni tampoco que esa noche numerosos chicos y chicas estuvieran consumiendo grandes cantidades de alcohol, como hacen cada fin de semana, sin saber las consecuencias tan graves que este hábito tiene para su salud. El estupor lo ha causado que lo hayan hecho en pleno centro y que hayan destrozado algo del mobiliario urbano.

Pero verlo así es volver al principio y eso es un grave error. Los que hemos trabajado en este asunto sabemos muy bien que la clave está en la prevención y la disuasión, y que ese trabajo debe ser una tarea conjunta en la que se involucren los gobernantes, la policía, la prensa, los centros educativos y, sobre todo, los padres. Sí, los padres, porque esos niños tienen padres y deben ser ellos los primeros que deben exigir contundencia al Ayuntamiento, pero no porque les moleste que estén debajo de su casa, sino para tratar de impedir que su niño o su niña pueda ser ingresado con un coma etílico cualquier madrugada.

Cierto es, y lo pude comprobar durante los años que trabajé en este campo, que la represión no va a impedir que se realice (quizá incluso lo refuerce), pero también lo es que hay que ponérselo difícil, porque, al fin y al cabo, de lo que se trata es de procurar que dejen de hacerse daño. Mirar hacia otro lado y levantar la voz sólo cuando el botellón se realiza en la puerta de nuestra casa, es humanamente entendible, pero lo responsable (y aquí alguien tiene que ser el adulto) es preocuparse del hecho de que nuestros jóvenes cada vez beben más y lo hacen cada vez a una edad más temprana. Las calles se limpian, las pintadas se borran y los maceteros se devuelven a su sitio. Pero la salud y el futuro de generaciones enteras es mucho más difícil de recuperar, porque hay daños que, como algunas familias ha vivido en sus carnes, no tienen ninguna solución.

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