Por IGNACIO VILLAR MOLINA / La sucesión de coyunturas adversas para la economía en forma de crisis encadenadas sobrevenidas en los últimos 15 años, con una cadencia indeterminada pero real, interfieren la continuidad del desarrollo de la actividad económica global y generan diferentes grados de efectos perniciosos para el equilibrio económico concreto de cada país.
En uno de mis recientes artículos hacía referencia a las dos últimas: la que tuvo su inicio en 2008, con sus nefastas secuelas, similares a las de un tsunami de naturaleza económica, de las que apenas nos habíamos recuperado, cuando nos sorprendió la segunda en forma de este aterrador virus que ha conseguido ponernos nuevamente contra las cuerdas del cuadrilátero sanitario y económico. Y es en este preciso momento que le habíamos ganado el pulso a sus lesivas secuelas y la actividad parecía recobrar su tono, cuando otra contingencia inesperada, en forma de una desmedida decisión de un déspota atrapado en su complejo de megalomanía, después de quedar minimizado en el tablero político de Europa y del mundo, asustado por el temor infundado de una agresión supuesta de sus países vecinos, muestra sus peores instintos y, acosado por sus fantasmas, decide enrocarse con la doble pretensión de ahuyentar esos supuestos temores y de recomponer el desmembrado imperio ruso, fulminado por la independencia de las 15 Repúblicas de la Unión Soviética entre 1989 y 1991, aunque sea a costa de sumir al resto del mundo en una profunda y destructiva coyuntura bélica.
De una forma u otra, se ha abierto otra brecha histórica más en la línea de la deseada armonía global y de la recuperación económica mundial que está generando nuevas y adversas secuelas de imprevisible deterioro y duración que ya están sembrando sus más inmediatas y negativas derivaciones. Si hasta estos momentos en todas las instancias el debate se centraba en definir hasta dónde podría extender en el tiempo sus tentáculos el monstruo de la inflación, ahora parece casi definitivo que el tema, al menos en la UE, se ha aclarado porque esta tormenta bélica, no sólo la impulsa en el tiempo sino que la robustece en forma de nuevas tensiones en los precios: las subidas del petróleo, electricidad, materias primas, carbón, trigo…. parecen imparables, lo que, en definitiva, acrecienta el riesgo de contaminación de la cadena de los productos básicos, por lo que un pacto de rentas, como se propugna, resulta imprescindible para evitar la temible espiral precios salarios. Si la actividad económica se ralentiza y la inflación sigue tomando bríos, un escenario temible puede ser posible porque en el horizonte aparece la temida figura de la estanflación (combinación de inflación y estancamiento).
En este punto resurgen nuevamente las amenazas apostadas en los bordes de la actividad económica proyectando su inquietante sombra sobre la evolución de las principales variables. ¿Como afectará al crecimiento del PIB, a los niveles de inflación, al consumo, a las estrategias de los bancos centrales en la conveniencia de modificar las políticas monetarias que estaban empezando a ser implementadas, especialmente en lo que respecta a las anunciadas subidas de los tipos de interés? (el Euribor a 12 meses recula después de 6 sesiones seguidas de subidas).
Esta nueva crisis ha truncado la línea ascendente de la recuperación económica y está generando dosis muy elevadas de inquietud y de incertidumbre en el entorno económico. La clave está en concretar qué recorrido tiene esta nueva crisis. Si su solución emerge en un plazo inmediato, las secuelas económicas pueden ser asumibles a pesar de su magnitud. El temor más fundado es que se extiendan en el tiempo, lo que generaría un escenario de tremendas consecuencias de imprevisible efecto. Solo cabe esperar que, una vez más, la cordura y el buen sentido recuperen su espacio y eviten una descomunal hecatombe que dinamitaría la estabilidad geopolítica y económica.
Foto: El FMI advierte de la dura crisis económica mundial que traerá la decisión de Putin de invadir Ucrania.