Por JAVIER LÓPEZ LÓPEZ / Me habría gustado incluir entre los recuerdos de mi infancia un huerto claro donde madura el limonero, pero a diferencia de la de Antonio Machado en la mía lo que refulge es el patio con gallinas ponedoras de la casa que, cuando retornamos de Reus, compartimos con otra familia, encabezada por Maximino, de profesión, camionero, el oficio que, a decir del Gobierno de Sánchez, simboliza hoy a la nueva ultraderecha.
No es que les cuadre, pero hasta ahora el adjetivo fascista se aplicaba a un teniente coronel en la reserva, a un seguidor del cine de Garci o a un taxista adicto a Herrera. Si el gremio del tacógrafo no se incluía en el listado es porque el camionero come en restaurantes baratos, duerme en su propia cabina y pasa meses sin ver a los suyos, como un emigrante fijo-discontinuo con nostalgia y sin Suiza.
Para el Gobierno, la ultraderecha no es una ideología, sino una actitud. De manera que relaciona con Franco a cualquiera que critique su inmovilismo ante la subida de los carburantes. Pero si se es de ultraderecha por reacción, en vez de por ideología, habrá que convenir entonces que el kilovatio hora es de ultraizquierda y que los precios de la gasolina los marca Stalin entre fusilamiento y fusilamiento de mencheviques.