Por IGNACIO VILLAR MOLINA / En diversas ocasiones me he referido en algunos artículos a la nueva concepción que, en los últimos años, se ha extendido sobre la gestión de la empresa a partir del manifiesto firmado por numerosas e influyentes corporaciones, en el que se ha reconocido que aquellos tradicionales principios que establecían que la gestión de la empresa debe estar primordialmente orientada a la obtención del beneficio para el accionista o empresario (shareholders), ha quedado desfasada y que, por el contrario, la nueva concepción debe transitar por la senda de que esa dirección satisfaga, no sólo el legítimo objetivo de conseguir el mayor beneficio, sino que debe satisfacer los intereses de todos los implicados (stakeholders), en la evolución de la empresa: empresarios, accionistas, trabajadores, clientes, proveedores, sin olvidar a la comunidad general.
Es verdad que la imagen más inmediata que proyecta la empresa es la que transmiten en el día a día tanto empresarios, directivos y trabajadores, por lo que es necesario exigir una serie de características idóneas que concuerden con los objetivos últimos expuestos anteriormente, de tal forma que los demás implicados, clientes y proveedores y la comunidad general, perciban de forma manifiesta esta conexión.
Para conseguir estas metas los empresarios deben ser conscientes de que su responsabilidad, además de poner de relieve sus mejores características: compromiso, responsabilidad, implicación, adaptabilidad, actitud proactiva y empática, innovación e interés en la nuevas estrategias de gestión y en las nuevas tecnologías, saber transmitir a sus colaboradores y trabajadores confianza y autonomía, de tal forma que ellos sean capaces de aceptar que su integración en la empresa no se reduce sólo a desarrollar un determinado trabajo sino que se extiende también a aspectos tales como: ser éticos en sus cometidos demostrando interés y dedicación en los mismos; aceptar que su trabajo incluye aportar iniciativas que sean capaces de percibir lo que han de hacer y la elaboración de planes y estrategias de mejora; adoptar la actitud impregnada de todo el sentido común que les permita ampliar su capacidad de comprender una situación y juzgar correctamente cómo responder y resolverla; y, por último, mantener firmemente la confianza en sí mismos para prolongar y aumentar la estima y valoración de su empresa.
Resulta patente que cuanto más elevado sea el grado implicación y cohesión de los diferentes elementos de la sociedad, mayor será la posibilidad de acrecentar el beneficio de la empresa del que deben ser partícipes todos los implicados internos, con independencia de su asignación salarial. En este aspecto uno de los sistemas que es más utilizado en las organizaciones empresariales es el de retribución variable por cumplimiento de objetivos. Sin embargo, en los últimos años también se viene desarrollando el concepto de Retribución Emocional que, como complemento del anterior, responde al grado de satisfacción que puede alcanzar el empleado por su sentido de permanencia y grado de compromiso con su Empresa. En cualquier caso entre ambos métodos se trata de orientar a los trabajadores hacia los objetivos más definidos por la organización, permitiendo reconocer los comportamientos y resultados deseados, funcionando como feedback, y generando refuerzo positivo.