Ha fallecido y fue enterrado en la tarde de ayer, el doctor José María Sillero Fernández de Cañete, una persona que tanto ha dado a Jaén como profesional de la Medicina y gran referente de la cultura, al que no hace mucho, cuando empezaba a vencerle la enfermedad, el Ayuntamiento tuvo el gesto de reconocerle en vida su implicación y compromiso dedicando con su nombre la que se conoce como Plaza de la Libertad, donde el prestigioso médico ha tenido su residencia, y que recordamos como un día muy agradable y emotivo tanto para él como para el resto de su familia. Hace muy pocos días tuve el privilegio de visitarle en su habitación de El Neveral, donde ha pasado los últimos meses de su vida. Le cogí las manos y sus ojos brillaron al entender el mensaje de cariño que le estaba transmitiendo. Me quedará de él con ese grato recuerdo.
Siempre he sentido profundo respeto y gran admiración por José María Sillero Fernández de Cañete, y me he sentido muy orgulloso de su amistad. Le conocí hace muchos años, a principios de la década de los setenta, cuando yo empezaba mi labor de periodista y él era un acreditado profesional de la Medicina, lo que le hizo estar al frente del entonces Centro Hospitalario ‘Princesa de España’, donde fue también Jefe de su Servicio de Medicina Interna. El doctor Sillero fue el alma mater del Hospital al servicio de la Beneficencia Provincial y que tanto bien hizo, pero fue sobre todo un baluarte en la asistencia y en la formación de sus profesionales, gracias, en gran medida, a la exigencia de este dinámico director, que recuerdo bien impulsó los Cursos de Enseñanza Médica Continuada que durante mucho tiempo fueron seña de identidad de un trabajo serio y sobre todo de equipo, que, junto a otras muchas actuaciones y modelo asistencial, convirtieron al Princesa en un Hospital de referencia.
Al doctor Sillero le acompañaban los que eran y en algunos casos por fortuna siguen siendo, algunos de los mejores profesionales que ha dado la Medicina en Jaén y que constituyeron una gran familia que aún hoy sigue siendo motivo de orgullo. Lo que ha aportado en su trayectoria el Centro Hospitalario Princesa de España, hoy ya integrado en el SAS como Hospital Neurotraumatológico, está ya escrito, pero me parece de interés destacar que en esa labor ingente y en la que muchos profesionales se dejaron la piel, no sólo médicos, también enfermeras/os, celadores y resto de personal, la tarea del doctor José María Sillero, iniciada, cómo no, en el viejo y emblemático San Juan de Dios, fue providencial, y hoy lo decimos con rotundidad desde la distancia de los acontecimientos que nos permiten acotar las etapas históricas de manera objetiva.
El médico granadino afincado en Jaén, o como ha dicho un buen amigo, el jienense nacido en Granada, es, por derecho propio, un jienense más, que así ha sido distinguido por diferentes colectivos e instituciones de la ciudad y de la provincia, pero no es sólo eso, es también, como todo el mundo conoce igual que yo, uno de esos grandes médicos de los que esta tierra puede presumir. Su consulta, por la que han pasado miles de jienenses durante décadas, tanto en el ámbito hospitalario como en el privado, ha mostrado siempre al especialista concienzudo, estudioso, buscando en todo momento el diagnóstico certero, a lo que ha contribuido el especial ojo clínico de quienes, como él, además de conocimientos, están dotados de un sentido especial que proporciona la vocación y la pasión.
Además de haberlo sido todo en su profesión y de haber quedado para la historia como uno de los nombres claves de la Medicina en Jaén, José María Sillero ha sido un hombre vinculado a la vida social y cultural de la ciudad. Su principal aportación en este sentido ha sido una larga y fructífera etapa al frente del Instituto de Estudios Giennenses como consejero-director, sin duda uno de los periodos de mayor prosperidad para la docta Corporación jienense, que siempre tuvo como sus fines esenciales preservar el importante acervo cultural que caracteriza a nuestra provincia, y que en este periodo cumplió su cometido de manera exquisita desde el compromiso y al tiempo la independencia y el rigor. Previamente había dirigido el prestigioso Seminario Médico. Esta manera de actuar ha sido muy valorada no ya por sus compañeros, que le apoyaron mayoritariamente en varias ocasiones, sino por la sociedad jiennense, que sabe percibir con absoluta nitidez cuando se producen estos ejemplos de entrega a favor de las mejores causas en beneficio de lo que nos es común.
Todo lo anterior queda dicho para hacer justicia, aunque sea de manera tan breve, a una biografía y a una trayectoria que lo han sido al servicio de Jaén.
Pues bien, en su penúltima etapa, menos abrumado por la urgencia profesional, incluso ya últimamente apartado de esas otras responsabilidades en el Instituto de Estudios Giennenses, donde continuaba como consejero, hemos tenido el inmenso regalo de poder disfrutar de José María Sillero como conferenciante y como columnista.
Ha sido frecuente verlo ocupando diferentes tribunas, bien el propio Instituto de Estudios Giennenses, la Real Sociedad Económica, u otros foros, para hablar de Medicina o de temas de actualidad en general. La perspectiva con que ha ofrecido sus análisis del momento presente, ya sea en lo político, en lo económico, en lo social, etcétera, el rigor hasta aportar la cita más oportuna, hacen que hayan sido especialmente valorados sus trabajos.
En esas que el autor denominaba en su último libro, “Reflexiones en el atardecer”, -en el sentido profundo en que ese gran santo tan querido y cercano para nosotros, el místico San Juan de la Cruz, escribía del momento tan especial para examinar del amor- hay un verdadero tratado de sabiduría, de declaración de principios, de sentido común y de respeto a las leyes naturales. Pero hay sobre todo enjundia, honradez, claridad, transparencia y maestría. Hoy, que tanto abunda lo que se ha venido en llamar “políticamente correcto” o donde es tan difícil encontrar comentarios que proyecten mensajes de los que se pueda aprender, cada artículo de José María Sillero ayudaba a pensar, por contener elementos para debatir con serenidad, porque es otra de las características de sus reflexiones, que no han estado pensadas para herir o para molestar, aunque en todos los casos han sido directas y contundentes.
El libro de referencia es un ejemplo de lo abierto que el autor ha estado a la actualidad, aunque poniendo especial acento en determinadas cuestiones que le resultaban más cercanas, la medicina en general, la bioética, la religión, las lacras sociales, por supuesto la política; la dichosa crisis económica; la defensa de la familia y los grandes valores morales, tan en peligro en esta sociedad tan moderna y a la vez tan decadente; incluso los asuntos de más rabiosa actualidad, sin olvidar los atinados acentos jienenses como cuando hablaba de la Facultad de Medicina, del tranvía o de la Real Sociedad Económica.
De entre todas las cualidades que han distinguido al doctor Sillero, que además era miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas, siempre me quedaré con una, que es la que siempre he admirado por encima de las demás en este hombre tan respetado y tan querido. Su impronta de médico humanista.Y también un médico humanitario, lo demostró en los difíciles años de la Beneficencia, pero sobre todo humanista, en el sentido que él mismo dejó escrito, aunque por desgracia médicos humanistas van quedando pocos. Las urgencias de esta sociedad, la carrera hacia lo práctico, incluso hacia la comodidad, no perdonan. Médicos humanistas son aquellos que como escribió el propio doctor Sillero, conocen el alma humana para tratar del modo más adecuado el cuerpo, y en ella hay un mundo de afanes, ilusiones, pasiones y hasta frustraciones, sugería el brillante médico.
Cuando hace unos meses dejó de utilizar el ordenador, su vínculo con el mundo y su escape vital, la familia y sus muchos amigos, ya sabían que llegaba la hora del final. Por suerte para el entrañable personaje siempre será recordado, por lo que lleva razón García Márquez, “la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. Hombre de fuertes convicciones y profundamente creyente, estaba preparado para entrar en la Casa del Padre, porque, como reza el prefacio de la misa de difuntos “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”.
Con nuestro pésame a su querida esposa y siempre compañera Conchi Arenas, a sus hijas María del Mar e Inmaculada, y a sus cuatro nietos, descanse en paz un hombre irrepetible como médico y como persona.