Muchas son las ramas de la manifestación poética que se han ido bautizando y rebautizando con diferentes nombres, con los que se intenta cubrir las diferentes corrientes del pensamiento estético. No se trata de un intento contemporáneo sino que, los poetas, más allá de su soledad creadora consustancial a su oficio, buscan agruparse en movimientos que les permitan crear configuraciones grupales dentro de las cuales puedan integrar formas de ver y de hacer poesía.
El deterioro estético al que se está viendo sometida la sociedad de principios del siglo XXI y el desconcierto al que se encuentra abocada la comunidad actual, junto a la pérdida de respeto a los valores profundos de la condición humana, nos hacen pensar que el cambio de siglo y de milenio está resultando particularmente traumático.
El siglo XX parece haber sido uno de los más conflictivos para la humanidad pues encarnó dos guerras mundiales fraticidas y extendió el genocidio a escala internacional. Pudiera pensarse que se trató de un siglo abortivo e inacabado, pues podemos especular que nace con la primera Gran Guerra y muere con la caída del Muro de Berlín. No obstante, junto a la crudeza de su desarrollo, marcado por el odio entre pueblos, también se manifestaron iniciativas edificantes con el propósito de defender y garantizar los derechos humanos, la igualdad de sexos, la no discriminación racial, la tolerancia religiosa, que han tratado de abrirse paso con enorme dificultad en un mundo adverso.
En ese contexto de extenuantes contradicciones con el que hemos entrado en el nuevo siglo cabe recordar los criterios que Pico de la Mirándola expuso en su Discurso sobre la Dignidad del Hombre cuando el Renacimiento dejaba el oscurantismo medieval, con el fin de acercarnos a una búsqueda más profunda del concepto de Humanidad.
El pensamiento utilitario no ha dado los frutos que se esperaba y su declive ha dejado a una generación exhausta y sin aparente futuro ideológico. El ser humano se vuelve a preguntar qué hay más allá de su propia naturaleza, de dónde venimos, a dónde vamos, para qué realizo este conjunto de experiencias vitales y para qué me sirven. Arrastramos los viejos complejos del pasado siglo e incluso del pasado milenio. La Humanidad debe encontrar otros causes de expresión que le permitan manifestar lo que cada ser humano porta dentro de sí y para ello la poesía es un instrumento válido.
A partir del impulso poético, podemos rasgar los velos del inconciente y descubrir, para nosotros y para los demás, las esencias de la condición humana. Por tal razón, se hace urgente y necesario configurar un movimiento estético que por medio de la palabra transcriba los estados interiores, en una búsqueda de la “trascendencia natural”.
“Trascendencia”, porque no se limita ni se conforma con el universo material, sino que busca desentrañar in profundis las causas que generan el devenir existencial y “natural” porque no pretende elucubrar en estados de éxtasis, sino en lo cotidiano, es decir en el diario ejercicio de vivir, con sencillez y sin grandes alharacas.
La fuerza de la palabra imprime a las ideas un efecto mantrámico, que produce en la mente de los seres humanos cambios importantes que les van llevando, de forma progresiva, a más elevados estados de conciencia. Esta “sabiduría de lo cotidiano”, de lo natural, es el mejor antídoto contra la incertidumbre de los orígenes y de los fines, pues, en el interior de cada uno de nosotros están las respuestas a las pequeñas y a las grandes preguntas y la poesía es la llave con la que abrimos el cofre contenedor de las intrincadas esencias que explican el existir.
Con estos instrumentos tenemos que abordar el siglo XXI, un siglo que debe conjurar los efectos adversos de su antecesor y buscar en lo profundo y no en la superficie, si pretende no fracasar como esquema temporal de la manifestación humana. No deberá escudriñar la trascendencia en sellados cenáculos, ni adentrarse en laberintos del pensamiento que lo hagan errar en vano, sino encontrar las claves sencillas de lo habitual, pero con renovados bríos como para poder alcanzar una “trascendencia natural”.