II.-Pereza: Jaén lo aguanta todo
La pereza hace mucho tiempo que se instaló en la provincia y se trata de un pecado capital de los que es muy difícil soltar lastre, aunque a veces, se hayan detectado esfuerzos para combatirla. Es un vicio de mucho arraigo que deriva en estados de pasividad aunque sólo sea porque hay una lentitud excesiva que impide reaccionar, y a que se haya asentado un incómodo malestar crónico que sigue impidiendo soluciones nuevas a viejos problemas que nos lastran.
Esto, como dicen en mi pueblo, es el evangelio; quiere decir que no hay más que echar una mirada a la historia más o menos reciente para reconocer que este vicio secular, ha permitido que esta provincia lo vaya aguantando todo y que se retrasen, sine die, por mucho que nos duela, las reacciones de impulso auténtico y empuje decidido del que llevamos tiempo debatiendo.
No podemos poner paños calientes a los diagnósticos y entre los puntos negros que pesan como una losa sobre el pasado, pero igualmente sobre el porvenir de nuestra tierra está la rémora de una pereza que se ha convertido en una de las principales enfermedades de Jaén. Tiene solución, es evidente, porque la provincia está viva y tiene potencialidades que explotar y capital humano con el que responder.
Pero la mentalidad tiene que jugar un papel de locomotora y además requiere igualmente que casi todo el mundo coja el mismo paso, cuestión harto improbable en una provincia cargada de ancestrales secuelas que han conformado un juego de intereses donde lo difícil es coincidir y lo fácil discrepar. Tenemos irremediablemente que cambiar ese chip peligroso y casi fatal para nuestro destino
La tarta del 92
Incluso el siglo XX, al que hace poco dijimos adiós, que se ha mostrado, hay que reconocerlo, como bastante innovador y se han visto espectaculares avances en muchos y variados aspectos, ha pasado por aquí de puntillas. Y es justamente ese el diagnóstico, todo parece que nos cuesta más en Jaén. Tienen peor fama los políticos que siempre se ha dicho que han de reconocerse, como los demás mortales, por sus obras; y no se trata sólo de los de hoy, también los de ayer. Y lo mismo los empresarios y otros sectores que, con sus excepciones, siguen dando poco para superar esa barrera infranqueable de la flojedad y el desánimo, y se requiere el hombro de todos.
Hay quienes dicen que el retraso de Jaén empezó hace más de quinientos años y creen poder justificarlo. De ser esto cierto, en el año 1992, cuando se celebraron esos fastos del V Centenario, donde por aquí apenas pudimos llegar con la yema de los dedos a tocar la inmensa tarta que tanto dejó en otros territorios andaluces, puede que menos perezosos y más combativos que nosotros, se nos pasó otra ocasión.
Tal vez perdimos la oportunidad de celebrar el quinto centenario de nuestra decadencia y desdichas, porque esos más de quinientos años no han sido suficientes, parece, para remontar vuelo, y ello pese al ofrecimiento de cheques en blanco, de discriminaciones positivas y todo eso que se nos ha vendido no digo como humo pero que al menos desde Jaén, por la responsabilidad de unos y otros hemos convertido en brindis al sol y afirmación categórica de la pereza. Se hizo poco y bastante mal, y todavía colean proyectos, en el mejor estilo Jaén, a la altura de este inicio del siglo XXI que nos habíamos puesto como meta para un verdadero cambio, esa modernización que como todo se nos queda un pelín distante.
Los siglos XIX y XX, los últimos, hay que conocerlos, por lo menos lo más sustancial, para llegar a entender que el alma de Jaén esté divorciada de su progreso. Fueron épocas de venir a menos; el caciquismo, los problemas sociales, el declive de la minería, la pérdida de muchos trenes (no sólo el ambicioso Baeza-Utiel que al fin se cargó un informe del Banco Mundial); una guerra incivil que si fue nefasta para toda España fue muy dura en Jaén con singular violencia y duración, a lo que siguió una posguerra triste, con hambre y miseria.
Ni el Plan Jaén, con sus cosas buenas, que las tuvo, pudo romper la pereza y colocar a la provincia en el mismo horizonte que otras, de ahí que los niveles de renta y otros marcadores económicos y sociales hayan variado poco, incluso reconocidos los esfuerzos de las administraciones, pero en los años sesenta y setenta se despobló el campo, por falta de rentabilidad; se inició la dolorosa sangría de la emigración y además empezaron a irse los jóvenes y mejores dotados; se llenaron las ciudades al amparo de nuevas industrias y de alcaldes que en su tiempo dieron la talla, por ejemplo en Linares, pues no todos hablaban y entendían el mismo lenguaje.
Un tanto sofocada
Una industria era casi un enemigo público, una visión que sólo Leonardo Valenzuela y otros pocos regidores lograron captar como auténticos iluminados. Se entiende por tanto el proceso de frustración que se produce en esta provincia que aporta mucho a otras regiones, que da bastante y recibe poco, hasta el punto de que parece convertirse en una tierra de desarraigados y de gente mayor que vive con una pensión y de obreros que viven del paro, después del PER y del subsidio. Obviamente los trabajadores no son culpables, son justamente las víctimas.
Y el gran problema de la democracia ha sido que el esfuerzo supletorio realizado, evidente sobre todo en la gran transformación de los pueblos, en una empresa liderada por la Diputación, con los respectivos gobiernos, se ha cambiado la geografía, pero los problemas y las necesidades quedan pendientes. Y ha pasado factura el que llegáramos a la transición política con una provincia un tanto sofocada por el arrastre de sus muchos problemas económicos y sociales, con un olivar maltratado, con una minería en fase terminal, con unas comunicaciones tercermundistas, con unas comarcas severamente deprimidas, y con el abandono de viejos proyectos que habrían de transformar la verdadera fisonomía de Jaén y promover una fuerza nueva y vigorosa con la que oponerse a la pereza de siempre.
Contra pereza…
Un hábito tan instalado en los pilares de la sociedad provincial que ha tenido su reflejo en todo, empezando por lamentables experiencias urbanísticas, en crecimientos por lo menos criticables desde este punto de vista en la capital y en la provincia, y, claro, en evidentes procesos de especulación, de actuación de la piqueta demoledora sin piedad y con descaro.
El pecado de Jaén ha sido no haber sabido dar vida y cruzarse de brazos, consentidora del derrumbe de muchos de sus signos más evidentes como pueblo, la provincia toda, con identidad y una cultura que hasta hace poco, hasta ayer mismo, ha sido cenicienta y ha enseñado sólo una parte, la menor, de un inmenso cofre donde se guardan tesoros que han ido dejando las civilizaciones y que nunca debieron dejar de ser estandarte y orgullo.
Ya saben lo que pasa a una persona cuando le invade la melancolía y la pereza. Todos los demás pueden pasar a su lado como en una carrera entre atletas que además tienen el plus de la competitividad. Esto mismo tan sencillo es aplicable a una provincia y a un territorio. La pereza no puede ni debe estar un minuto más campando a sus anchas sobre el paisaje y el paisanaje de Jaén. Y hay una realidad descrita por Popper, que viene muy a cuento, la pereza será un recuerdo el día que todas y todos dejemos de recrearnos en ella y sumando actuaciones pasemos a la parte verdaderamente seria y comprometida. Está escrito en los pecados capitales, contra pereza diligencia. Amén.