El regreso del hijo pródigo
Sacerdote, escritor y periodista, el jienense Juan Rubio Fernández, nacido hace 57 años en Fuerte del Rey, se ha ganado un puesto entre los jienenses ilustres. Lo conocí hace ya bastantes años cuando iniciaba su ministerio en Villacarrillo primero y después en la encantadora Sierra de Segura, donde hizo una labor admirable, pues aparte de atender el culto, se hizo presente en el servicio de la persona humana. Recuerdo la valentía de sus comentarios titulados El Yelmo, haciendo tambalear los cimientos de una sociedad tan pasiva y resignada. Un cura periodista resultaba incómodo para algunos que querían circunscribirlos a las sacristías, pero bastantes sacerdotes jóvenes han contribuido a abrir los ojos a la realidad sobre todo en núcleos rurales. Es el caso de Juan Rubio, al que en Linares le cogió la dramática crisis de Santana y se mojó a fondo.
En el año 1997 recaló en Diario Jaén, fichado por Esteban Ramírez, y desde entonces no se ha despegado del periódico provincial. No obstante desde 2007 y durante siete años fue llamado a dirigir el seminario de información religiosa Vida Nueva, donde definió las realidades de la Iglesia española con un sentido abierto, apasionado y crítico. Durante esta exitosa etapa conoció bien a la Iglesia jerarquía y a la de a pie, incluidos los entresijos del Vaticano. En sus múltiples viajes se relacionó en Argentina con el que hoy conocemos como Papa Francisco, con el que ha mantenido algún contacto posterior y es un firme defensor de las claves de este Pontificado. Su estancia en Madrid le sirvió también para publicar casi una decena de libros, entre ellos “La viña devastada”, sobre los cambios en el Papado, o “El fin de la era Rouco”, en torno al controvertido cardenal. El año pasado, con su bagaje de experiencia, volvió a su tierra cual hijo pródigo, recibido en ella con alegría y afecto.
Juan Rubio es ante todo sacerdote, pero también es persona culta, crítica, ávido lector, que no se casa con nadie, sólo con las exigencias del Evangelio, y gusta de llamar a las cosas por su nombre. No es exactamente un verso suelto dentro de la Iglesia, pero no es nada complaciente ni acomodaticio, por el contrario es inquieto y a veces hasta inquietante, atrevido y provocador en la búsqueda de respuestas a las preguntas de cada día, permanente buscador de la verdad donde ésta se encuentre, leal y noble, y sobre todo fiel a sus principios. No es extraño por tanto que haya recurrido a Fernando Pessoa para definir su lema ante la vida: “No el placer, no la gloria, no el poder; la libertad, solo la libertad”.
Tras su regreso el obispo le ha confiado tareas parroquiales que sigue haciendo compatibles con su apasionante vocación de comunicador. El tiempo y la experiencia, su indudable carisma, la extraordinaria capacidad de trabajo, le hacen ser un jienense de largo recorrido del que se sigue esperando mucho, y en el que Diario Jaén es altavoz de una actividad febril entregada a su tierra. Él mismo se ha presentado como un flanêur (en francés, paseante o callejero) por la vid de la Iglesia y el mundo, “con esa mirada puesta en esa línea que divide el azul del cielo del azul del mar, mi imagen de la eternidad donde poder encontrar la luz”. Se le podía aplicar y lo hago hoy como regalo, lo que un día escribió su admirado Lolo: “Cada uno tenemos un Dios que pasea apaciblemente por dentro y fabrica luceros personales, florece sonrisas y marca dulces senderos”. Amigo Juan, como dijo un político alemán y suscribo, “la libertad es un lujo que no todos pueden permitirse”. Gran bandera para seguir resistiendo.