Es absolutamente cierto que hace unos meses se ha inaugurado un nuevo tiempo en la ciudad y que parece que atrás se ha quedado un estilo de hacer política dañino para nuestros intereses, pero más que celebrarlo lo que hay que hacer es trabajar por mantenerlo a toda costa, porque en Jaén los retos son muchos, en esto no hemos cambiado, y desde luego entiendo que es más fácil enfrentarse a ellos con un claro sentido de la unidad, convencidos de que nos duele Jaén y para erradicar la soberbia política, enfrentamientos, sectarismos, y en algunos casos irresponsabilidad e ineptitud que lograron parar el reloj de esta capital andaluza sin que nadie haya pagado por ello el precio merecido.
Un cambio de alcalde no sirve para nada si no acompañan las actuaciones y desde el nuevo liderazgo con su grupo municipal del PP y el resto de las fuerzas políticas del Ayuntamiento, no se aprovecha esta oportunidad para marcar una hoja de ruta ambiciosa partiendo de la premisa de que a grandes males hay que responder con grandes remedios.
En efecto la salida del anterior alcalde, José Enrique Fernández de Moya, hay que entenderla como una liberación. No quiero en este momento negarle el pan y la sal porque ya critiqué bastantes aspectos de su gestión y no quiero hacer más leña del árbol caído, pero, sobre todo en su última etapa, fue una carga para el Ayuntamiento, porque trasladó al Consistorio su manera de hacer política, incompatible con el diálogo y la armonía, siempre revestido de su coraza de presidente provincial del PP y actuante como tal, al tiempo que de la misma manera que llegó al cargo en las elecciones de 2011, con aquella obsesión casi enfermiza por la Alcaldía, superado por la dura experiencia, porque no es verdad que todo el mundo vale para un roto y un descosido, buscó desesperadamente el camino de la salida hasta lograrlo, y ahora lo que nos queda es la esperanza de haber perdido a un alcalde que no pudo o no supo y a lo mejor nos puede dar la sorpresa como diputado a Cortes en este difícil trance de la política nacional.
Conozco al nuevo alcalde, Francisco Javier Márquez, desde hace tiempo, lo he seguido en su principal responsabilidad en el Ayuntamiento, la elaboración del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), me consta que es un enamorado de su Jaén, y desde que es regidor no ha variado un ápice sus costumbres y hábitos, sobre todo recorrer y saborear la ciudad. Se ha hecho famoso su talante, todo el mundo sabe que es campechano, dialogante y fiable, se enfatizan estos y otros valores hasta la exageración, tal vez porque sorprendan los referentes, cuando tendría que ser lo normal en un cargo tan cercano. Lo que hay que pedirle a nuestro alcalde es que no cambie, y a otros actores de la política local o relacionados con ella, que no le hagan cambiar. Márquez es una buena persona y un político transparente, pero cuidado con confundirlo con falta de personalidad o de firmeza, no es ningún muñeco ni se va a dejar mangonear, bueno no es sinónimo de tonto o de endeble. El alcalde es el presidente y el moderador de los plenos, pero con su actual disposición no es tolerable que desde otros grupos o desde el público, animados por la política partidista que tira la piedra y esconde la mano, se trate de sacar provecho de esa actitud y confundirla con debilidad, porque no debe volver lo que ya se fue.
Cuando digo que asistimos a nuevos tiempos pero con viejos problemas, evidentemente no descubro la pólvora. Hay mucho por hacer, diría más, está casi todo por hacer, pero esto no quiere decir que haya que caer en el desánimo, todos los problemas tienen solución si se saben encarar con entusiasmo y los grupos políticos del Ayuntamiento trabajan en una misma dirección con una primera urgencia, que es la de actuar sobre la gravísima situación económica a la que el anterior equipo con su alcalde no fueron capaces de aminorar, pese a las promesas reiteradas, el caso es que tampoco vimos por Jaén al paisano Montoro en cuatro años, pese a que nos lo presentaron como una especie de mesías salvador.
Nada se puede hacer si antes no se aclara la economía, no es posible incluir en cada pleno una operación de crédito, llevando la situación al límite y engordando una pelota de cientos de millones de euros que ha colocado al Ayuntamiento y a la ciudad es una situación al borde del precipicio.
El nuevo escenario municipal, con PP, PSOE, Ciudadanos y Jaén en Común, permite abrigar esperanzas de que los nuevos tiempos se van a encarar con sensatez, y desde este punto de vista es un dato positivo que el gobierno local carezca de mayoría absoluta y sea imprescindible el acuerdo y la negociación con el resto de fuerzas.
Cuando se afronte la materia económica, en cuya urgencia insisto, hay tarea para echar el resto y procurar entre todos darle a esta ciudad el impulso que necesita y que se le ha negado. Hay que plantear un SOS exigente a la Junta de Andalucía, que más que colaboradora se ha venido manifestando como un problema para Jaén al no asumir sus responsabilidades y una veces por activa y otras por pasiva, una situación que no se puede sostener en el tiempo y en la que deben presionar dos partidos políticos, el PSOE porque su desgaste en la ciudad guarda estrecha relación con este comportamiento de indiferencia, y Ciudadanos, que tiene acuerdos de gobernabilidad en la región y puede trasladar las prioridades de nuestra capital, en una actitud de compromiso. Es de esperar que ahora no encuentre obstáculos la señora Susana Díaz para entrevistarse con el alcalde de Jaén, como debió hacer en su momento.
Nunca es tarde, sobre todo si la Junta se aviene a una actitud de humildad reconociendo sus limitaciones y su pobre balance, por mucho que en estos últimos meses nos hayan martilleado con el activo de la Autovía del Olivar que, en efecto, es un buen logro, si olvidamos que ha sido el Escorial jienense, hemos perdido la cuenta de los años y las incomodidades que ha acumulado este proyecto. En fin, seamos positivos, bien está lo que bien acaba, pero tengamos un poco de memoria.
Lo demás vendrá por añadidura si se canaliza lo esencial y que no admite dilación. Ojalá veamos circular por las calles el tranvía, que será señal inequívoca de que se ha impuesto la cordura y se reparten responsabilidades para dejar de ser el hazmerreír de España.
Junto al desarrollo y las nuevas posibilidades que se abren a la ciudad con su Plan General, que no ha sido un camino fácil, pero que permite soñar con un futuro mejor y con nuevas infraestructuras y un salto de modernidad, nos suena muy bien la música de algunas propuestas que se están poniendo sobre la mesa como la posibilidad de que Ayuntamiento y Universidad se pongan de acuerdo para dar vida al casco antiguo, mediante la implantación de algunos estudios en esta zona histórica de la población.
El Museo Ibero está ya en su fase final de construcción y aún tardará en abrir sus puertas porque ahora hay que llenarlo de contenido. Es una obra emblemática, la única importante de este año, y ejemplifica muy bien el discurrir de los grandes proyectos. Sólo comentar que un conocido museo malagueño nació en paralelo a esta iniciativa cultural jienense, por el mismo tiempo, y que el otro lleva años disfrutándose por el público, esta es la vara de medir que usa la Junta con respecto a Jaén. Por cierto el otro proyecto importante para la ciudad era el centro de salud de Expansión Norte, con unas incidencias impresentables para los tiempos que corren, con 25.000 usuarios esperando años y años, y ahora resulta que no se puede abrir porque no hay calle. Y nadie dimite aunque sea por el rubor que le produce este esperpento. Me parece de una gravedad extrema y un claro síntoma de la política mediocre que se hace en Jaén.
El Ayuntamiento hace muy bien en esta coyuntura en mirar hacia la Diputación Provincial y aprovecharse del síndrome de alcalde que acompaña al actual presidente de la Corporación, Francisco Reyes. Es evidente que al organismo supramunicipal le interesa, por diversas razones, pero empezando por una de naturaleza política, actuar en la ciudad, pero a la ciudad le viene muy bien el aporte de recursos que le llegue, venga de donde venga. No hay que pensar tanto en quién se cuelga la medalla, sino en que se creen condiciones favorables. El caso es que la Diputación está contribuyendo a dinamizar la ciudad, sobre todo desde el punto de vista cultural, y a nadie le amarga un dulce. Que siga, porque además lo hace bien, con recursos y con ideas. Sumemos.
Por último saludar que también se nota en el ambiente una recuperación de la ilusión y el entusiasmo del movimiento vecinal, que nos parece de una gran importancia y un motor de empuje para el buen funcionamiento de la ciudad. Problemas en los barrios los hay a montones, ahora hay que priorizarlos y afrontarlos. Hay que empezar por el dramático panorama de las cifras de paro y los angustiosos efectos de la crisis, porque sigue habiendo cientos de familias que lo pasan mal y los profesionales del optimismo que se hartan de decir, complacientes, que lo peor de la crisis ha pasado, tendrían que hablar con los responsables de Cáritas, Cruz Roja, Banco de Alimentos y comedores sociales como el de la parroquia de San Roque, para impregnarse de realismo y no jugar con las necesidades de tantos paisanos nuestros que malviven y nos interpelan a diario, a las administraciones y a la sociedad, que a veces actuamos ante este duro paisaje humano con la mayor de las indiferencias.
Y desde luego espero y deseo que los nuevos aires no se olviden de que esta ciudad se ilusionó un día por la declaración de la Catedral como Patrimonio de la Humanidad y en esa batalla hay que seguir trabajando sin descanso porque si se consigue, aparte de recuperar nuestra historia, estaremos sembrando nuevas oportunidades.
Siempre me gusta poner el acento sobre la ciudad y menos sobre las personas, aunque me alegro igualmente de que parezca que ha llegado por fin la hora del reconocimiento a las personas, valorando a la buena gente de Jaén. En fin, entiendo que es mucho lo que queda por hacer para que Jaén no desafine en el concierto de la modernidad y en este sentido le haría mucho bien enfrentarse a una especie de nuevo Renacimiento para enfilar otros derroteros y encontrar de nuevo historia y grandeza. Por eso no hay que dejar el futuro solo en manos de la mayor o menor voluntad de los políticos, que por supuesto también los ha habido y los hay respetables, sino que hay que provocar a la ciudadanía, en sentido positivo, y veo con satisfacción que están apareciendo grupos muy concienciados por la ciudad o el patrimonio, y me parece decisivo que así sea y que se impliquen en el proyecto, sobre todo por una razón de egoísmo cívico: las personas pasan, los cargos públicos pasan, pero la ciudad permanece.