SERRANO OCEJA, José Francisco. “Noticias, y algo más, sobre la Iglesia” Ediciones Palabra. Madrid, 2021; 158 paginas.
Acaba de ver la luz un libro que habla de Periodismo y de Iglesia; en el que se escuchan muchas voces que saben mucho de lo que hablan y con el que el autor abre un espacio para el diálogo sobre una información, la de la Iglesia, que pese a su tipificación como “periodismo especializado”, no deja de ser general, por ser poliédrica y transversal en el universo informativo global. Su autor, el periodista y doctor en Ciencias de la Información, José Francisco Serrano Oceja, vuelve a poner el pie en esa jungla esperpéntica, frondosa y chillona en la que se ha convertido el mundo editorial español, en el que tanta mezquindad, superficialidad, elitismo analfabeto y falsedad ilustrada abundan. Serrano Oceja, ha vuelto a él, y lo ha hecho, como suele hacerlo, sigiloso y casi a hurtadillas; y porque tenía algo que decir y, al final, lo ha dicho en un libro que lleva un título que no hace justicia al contenido, “Noticias, y algo más, sobre la Iglesia” (Ediciones Palabra).
Es un libro breve (158 páginas), bien editado, con significativa fotografía de portada (Miguel J. Tejero). El libro roza el ensayo, puede parecer que se trata de una serie de textos académicos e incluso puede dar la impresión que son artículos escritos por el autor y escritos para diversas publicaciones en fechas distintas y ahora, agavillados, se publican juntos. Me atrevería a decir que, de tener que catalogarlo lo haría como manual, prontuario.
Hay en este libro algo que le apasiona al autor, el diálogo, pero solo si, como decía María Zambrano “aporta conocimiento y verdad”. Aquí entra en diálogo con un “buen número de autores, que han dicho mucho, y aún tienen mucho que decir”, y cuyos nombres están junto a sus obras leídas, en la extensa y enjundiosa bibliografía que cierra el libro. Ha pretendido no solo hacer la lectura fluida, sino también, ofrecer materia de diálogo y conversación entre quienes se sientan interesados en el tema.
Tiene el libro diez capítulos, de los cuales, los tres primeros son los más importantes, en ellos está la pulpa de todo el relato que se desarrolla en los siete siguientes. En ellos asoma el periodista profesional, el profesor de periodismo que plantea preguntas, abre caminos (capítulos, 4, 5 y 7); el atento y perspicaz observador y conocedor de la cartografía periodística, religiosa y generalista, tanto española como europea y latinoamericana (capitulo 6); también el periodista de opinión en varios medios escritos y digitales (capitulo 9), el periodista cristiano que se sabe deudor de una historia pasada y conocedor de la riqueza del magisterio pontificio y episcopal sobre el apasionante servicio de la comunicación, elemento clave para la comunión eclesial (capitulo 8) y, al final, periodista cristiano en sintonía afectiva y efectiva, con el sucesor de Pedro, el papa Francisco, a quien dedica el último capítulo del libro hablando de lo que él llama “La revolución informativa del papa Francisco» (capitulo 10).
Pero creo que es en los tres primeros capítulos en donde está la pulpa de todo y que, siguiendo el título de cada uno, pudiera resumirse así: La buena información sobre la Iglesia es buen periodismo (capítulo I) y el buen periodismo se nutre de la pasión por la verdad (capitulo II), pero una verdad que no quede ocultada por la objetividad (capítulo 3). Aquí está la enjundia que, como clave, se sostiene en todo el resto de capítulos.
Son estos capítulos un canto apasionado a la verdad. “El fin primario de toda información es contribuir al conocimiento de la realidad social, por eso la primera característica que ha de tener la información es que sea verdad. Si nuestro conocimiento no se basa en la verdad, entonces estamos en la ficción o en la mentira”, dice al comienzo del segundo párrafo nada más empezar.
La pasión por la verdad como servicio (Diaconía). A los profetas de la agonía del periodismo responde: “El principio del fin del periodismo no está en la crisis empresarial, aunque ésta agudice los problemas de forma indescriptible, el fin del periodismo llegará el día que abandonemos la pretensión de la verdad que nos legitima y nos convierte en servidores de los lectores”. Es algo que, como escribe, también pasa en la Iglesia “cuando se abandona esa pretensión de verdad y se sustituye, por ejemplo, por el poder o el interés personal”. Y hace un canto de futuro. “Habrá periodismo mientras haya personas, porque la clave del periodismo no son las máquinas, ni las nuevas tecnologías, ni el formato, sino la persona, porque el periodista (emisor) y el lector (receptor) son personas, y el contenido habla de personas que hacen y dicen algo”. Bien lo dejó escrito Arthur Miller: “Un buen periódico es una nación hablando consigo misma”.
Y junto a este canto de esperanza, una denuncia a la “Pretensión de verdad oculta bajo la capa de objetividad”, que no es otra cosa que un periodismo de declaraciones, transcripción y buenismo, ajeno a las más elementales reglas de verificación. Una pretensión que lleva al cinismo y que enfrenta la verdad con la mentira y el hecho con el rumor.
Veo, quizás sea algo subjetivo, que en estos tres capitulos, el autor se quita una espina dolorosa, con elegancia, sin ofender, con la fuerza del argumento. Esa espina, la que se produce cuando la verdad tirita sola y a la intemperie, le produce dolor. Es dolor como periodista y dolor como periodista cristiano.
*Juan RUBIO FERNANDEZ. Sacerdote y periodista