En economía se considera como esquema de pirámide aquellos negocios cuyos promotores tienen que captar a más clientes con el objetivo fraudulento de que las aportaciones de lo nuevos participantes se utilicen para retribuir a los partícipes originarios. Son muy variados y numerosos los ejemplos, que a lo largo de la historia nos han sorprendido por su envergadura y, algunas veces, hasta por su creatividad, si bien, incluso con esta característica, no les redime de las nefastas consecuencia que siempre generan. Su pretensión primordial no es otra que obtener un alto beneficio inmediato a base de provocar pérdidas cuantiosas para todos los que, confiando en promesas irreales, comprobaron cómo perdían sus capitales invertidos en la mayor parte de las ocasiones sin recurso de recuperación.
En general, la mecánica tiene como base el ofrecimiento de altos retornos por los capitales a invertir, que se perciben puntualmente durante un período de tiempo para dar apariencia de que el negocio funciona hasta el momento en que dejan de entrar nuevas víctimas. Entonces todo se desploma, porque la base no ha existido nunca en forma de un verdadero mecanismo que permita la generación de beneficios reales.
El auge que están cosechando las criptomonedas invita a reflexionar sobre la verdadera virtualidad de la evolución que han experimentado estas monedas. Referidos concretamente al Bitcoin sorprende sobremanera que desde su creación, en enero de 2009 y, especialmente, desde que alcanzara su paridad con el USD en Febrero-Abril de 2011, haya escalado hasta los 63.410 dólares, máximos registrados recientemente (sólo en el año 2020 su cotización aumentó un 290%), aunque al cierre del día 24 de abril cifrara en 50.690 dólares.
La justificación sobre este rally alcista y la progresiva popularidad que sigue generando esta moneda virtual, son tan abstractas que sustraen credibilidad a cualquier razón racional convincente para los inversores menos avezados, sobre el verdadero respaldo que puede impulsar su cotización si no son, en todo caso erróneamente, las expectativas que puede generar dentro del progreso de los medios de pago digitales, absolutamente insuficiente a tenor de sus carencias de respaldo, regulación oficial y alta volatilidad, o, más bien, como dicen otros, solo se basa en la codicia esperada de cosechar unos rápidos beneficios que nadie acierta a identificar quién los debe soportar, a no ser que deban referirse a las características piramidales que hemos enunciado al principio.
Por otra parte, aunque no podemos negar las ventajas evidentes del anonimato, acceso, y facilidad de uso, las criptomonedas incluyen serios inconvenientes de especial gravedad que impiden su adopción a nivel mundial. El principal es la conexión entre estas monedas y el delito organizado. Según algunas fuentes, el Bitcoin es el método de pago más popular entre estafadores y delincuentes en la darknet ya que, en realidad son herramientas muy convenientes para el lavado de dinero, la evasión de impuestos y el embarque de nuevos inversores.
Foto: Simulación de una criptodivisa de bitcoin. REUTERS