Durante los últimos meses he venido exponiendo en esta columna los retos que agobian al sector bancario, que no afectan solo a las entidades españolas, sino también al conjunto del sistema bancario de la eurozona. Las políticas monetarias que fueron implementadas por el BCE para estimular la actividad económica, especialmente las relativas al nivel de los tipos de interés, fijados en el 0% desde 2016, han dañado el margen financiero del sector, con especial virulencia en nuestro país.
Cuando todo parecía indicar que los peores escenarios de los últimos años estaban siendo superados, y las entidades españolas trataban de recuperar su firmeza, mejoraban el deterioro de sus márgenes por intereses, y controlaban y reducían convenientemente los altos índices de morosidad soportados en los años precedentes, la irrupción de esta crisis pandémica ha venido a insistir sobre su ya menoscabada rentabilidad. Por otro lado, el peligro más que latente de que esta crisis genere una ola de impagos, tanto de las empresas como de los hogares, en los meses próximos, y el deterioro contable del valor de sus negocios en otros países, ha obligado a realizar enormes provisiones, cifradas en 22.600 millones de euros, aspecto sobre el que se ha pronunciado el Banco de España, para evitar mayores recelos, asegurando que las entidades pueden afrontar hasta 100.000 millones de impagos u otras contingencias que puedan afectarles en el futuro.
Una vez conocidos los resultados reales de los principales bancos españoles, relativos a 2020, efectivamente se confirma el enorme detrimento producido en sus cuentas de resultados, de tal forma que las pérdidas conjuntas de los mismos han ascendido a 5.336 millones, si bien cabe destacar que sólo el Santander ha perdido 8.771 millones después de realizar provisiones por 12.600 millones de euros, y que, sin la incidencia de esta entidad, el resultado conjunto habría ascendido a 3.271 millones de euros, muy inferior, en cualquier caso, al obtenido en 2019 cuando escaló hasta 13.591 millones de euros. Como consecuencia de estos desembolsos para futuras insolvencias a cuenta de sus beneficios, el ROE (beneficio por fondos propios), ha sufrido un tremendo varapalo, ya que se ha situado entre el 7% del Bankinter y el 1.8% de CaixaBank o el 0,2% de Sabadell.
Si bien la morosidad hasta final del año anterior, según los datos ofrecidos por las propias entidades, muestran una controlada posición media del 3,56% sobre el total de su cartera crediticia, recuérdese que en el peor momento de la crisis anterior, la tasa de impagos osciló en el entorno del 14%, lo temores de que en los próximos meses pueda aproximarse a ese registro, han encendido todas las alarmas, provocando el cúmulo de provisiones señaladas anteriormente. No obstante, es verdad que los préstamos ICO, que han mitigado por el momento la situación financiera de muchas empresas, y las moratorias legales concedidas por el gobierno, como así mismo las negociadas directamente por las entidades con los titulares de los préstamos, han supuesto un respiro y han contribuido a contener por el momento la progresión de los impagos.
A pesar de que los pagos por dividendos anunciados por los bancos, debido a las recomendaciones restrictivas del BCE, no invitan a los mercados a confiar en el sector para conseguir una revalorización más o menos relevante de sus acciones en un futuro próximo ni, por otro lado, las expectativas deseadas en cuanto a una cercana recuperación del margen financiero, por un retorno del Euribor a posiciones positivas que pudiera coadyuvar a fortalecerlo, la cotización de sus acciones en este ejercicio ha sido muy positiva, permitiendo a algunas entidades alzas que oscilan del 12.6 del Sabadell al 9.85 de Santander, o el 9.57 de BBVA.
En definitiva, como comenta Alberto Roldán, socio de Divacons Alphavalue, no es la solvencia el problema de la banca española, sino de transformación, estructura del sistema financiero y consolidación, debido totalmente a temas coyunturales más que a cuestiones estructurales. En mi opinión, el sector ha demostrado a lo largo de su recorrido, una capacidad de acomodación y de adaptación a las circunstancias que le preserva de cualquier escenario más complejo.