El progresismo es el acné de la historia, el estado adolescente de la ideología, su edad del pavo. Por eso el progresismo se enfrenta a la biología cuando no encaja con su ideario, al modo en que el niño se enfrenta al padre cuando le cambia la voz. Y con una argumentación igual de simple: el progresismo cuestiona que el ser humano se limite a ser hombre o mujer porque hay quienes no se sienten cómodos en ningún género y el niño cuestiona el principio de autoridad porque no se siente cómodo cuando se cena a las nueve.
El niño y el progresista creen que la libertad es un derecho en lugar de un deber, pero lo que en uno es una consecuencia del candor en el otro huele a frenopático. La equivocación es comprensible en el niño, que proviene del pantalón corto, e incomprensible en el progresista, que proviene de la URSS, esto es, de la camisa de fuerza. Con el tiempo el niño aprenderá que nada exige más renuncias que la libertad y el progresista que es una locura inventar un sexo y situarlo a medio camino entre el hombre menguante y la mujer barbuda.
Si no hubiera tanto tonto en España la intención de Unidas Podemos de incluir un tercer sexo en el registro civil desvelada por ABC sería razón para la burla, no ya de Arévalo, sino de Wyoming, que es de los suyos, pero aquí todo lo que epate al burgués tiene financiación, palmeros y votantes de buena voluntad y mala cabeza. En la zona cero del tocomocho es previsible que haya quien compre esta nueva mercancía del Gobierno progresista sin tener en cuenta que el cromosoma no es una molécula facha.
Foto: Psicoactiva.