Los setenta son la sobremesa del siglo XX. Al menos en España, donde la década ofició de pacharán porque se apuntaló en el fin de la dictadura y en la proximidad de Dios, el vecino del cielo al que la izquierda intentó desahuciar sin éxito. España, entonces, pugnaba por conquistar el derecho al voto sin renunciar al Credo, pues sabía que la frase la verdad os hará libres no era de Azaña y que la frase España ha dejado de ser católica no era de Jesús.
Los tiempos han cambiado, pero en los setenta prevalecían en la atmósfera isobaras apacibles derivadas del viento de Dios, que mueve montañas sin alterar la geografía. Quiero decir que la consecución incruenta de la libertad es también obra de una Iglesia que aportó curas rojos a la causa sin renunciar al mensaje cristiano tradicional. Al fin y al cabo, el Vaticano II es una consecuencia de Trento, como Francisco lo es de Benedicto.
La izquierda descreída, empero, cree que Francisco patrocinó en Argentina conciertos de Atahualpa Yupanqui, por lo que saca pecho a cuenta de su nueva encíclica, que es como si lo sacara Koeman por el gol de Iniesta, dado que al sacarlo se mete un gol en propia puerta porque valida conclusiones de quien fundamenta sus ideas en lo divino. Si la izquierda fuera más instruida sabría que en las cosas de Dios lo social es siempre consecuencia de lo teológico.
Foto: El Papa Francisco firmando su última Carta Encíclica #Fratelli_Tutti (Hermanos todos).