Fue a la vuelta de mis vacaciones en Ceuta el pasado agosto el día que Tauroemoción presentó el cartel de su primera feria de San Lucas.
Había venido por la calle Maestra. Me encontré la persiana del Manila cerrada completamente porque un par de semanas antes había cerrado para siempre. En la puerta del Ayuntamiento, bajo la sombra de sus árboles los trabajadores de Onda Jaén se congregaban sin sus micrófonos, cámaras, trípodes y cuadernos de notas, ejerciendo su derecho de reunión como alternativa a no poder ejercer su derecho al trabajo tras el incendio que calcinó una parte de los estudios de Vaciacostales a principios de agosto.
Y allí, mientras cada uno de ellos me contaba el calvario que estaban viviendo –y que se prolonga hasta el día de hoy-, el estruendoso sonido de una máquina de obra iba destruyendo la fachada donde estuvo situada la emblemática sombrerería de Cámara en la Plaza de Santa María
En un instante, ante mis ojos, tres escenas que guardaban tras de sí tres símbolos distintos de nuestra ciudad que me hicieron reflexionar lo mucho que Jaén ha perdido en tan poco tiempo. En un año, sin ir más lejos, en el que los caballos de Cubero dejaron de imponer su presencia en Virgen de la Capilla o dijimos adiós al que fue el alcalde todos los jienenses: Alfonso Sánchez Herrera.
Jaén se ha desinflado. Siento que Jaén va perdiendo vida. Poco a poco va desapareciendo su esencia. Sin que podamos hacer mucho por evitarlo se van eliminando de nuestra cotidianeidad aquellos rincones donde hemos ido dejando trocitos de nuestras vidas. Y pasan a permanecer en el archivo de nuestra memoria. Allí donde no se borrarán nunca.
De un tiempo a esta parte Jaén es menos Jaén. Es un largo paseo cuesta arriba o cuesta abajo jalonado de carteles de venta, alquiler o traspaso.
Han ido desapareciendo de mi día a día los encuentros con aquellas personas con quienes compartí aulas en Maristas y más tarde horas y horas en el Campus de la UJA.
Pertenezco a una generación que ha exportado jiennenses a toda España y parte del extranjero sin posibilidad de retorno en muchos casos. Aquellos amigos que hoy hacen vida en Sevilla, Málaga, Almería o Madrid pero no subiendo y bajando por el Paseo de la Estación.
Yo en cambio, sigo aquí. No reniego de Jaén. Jamás lo he hecho. Pero siento que mi ciudad no es la misma. Porque Jaén ha perdido tanto…
A menudo me detengo en la Plaza de las Batallas, donde por cierto puede surgir un pleito de responsabilidad patrimonial bastante apañado si uno adentra su pie entre medias del adoquín hundido…Desde allí miro hacia abajo, al fondo. A lo lejos todavía diviso el olivar interminable que se pierde en el horizonte.
Al menos eso sigue estando. Para recordarnos donde se encuentra la identidad de nuestra ciudad.
Si algún día dejo de ver esos olivos entonces sí que tendré que darme cuenta que es un Jaén distinto al que yo viví.